Once.

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I don't feel no guilt, oh, is that so wrong?

Perlitas de sudor recorriendo la dermis, repleta de marcas de guerra y enredada por las blancas sábanas, que poseen alguna que otra huella de la pasión desenfrenada a la que dieron cobijo; respiraciones profundas, caricias involuntarias... Reina la paz en la habitación de Anna. La batalla librada la noche anterior la mantienen recuperando fuerzas con el mundo de Morfeo resguardándola de la realidad que le espera al abrir los ojos. Una realidad que, por el contrario, Jeongguk espera como el regalo de un niño un veinticinco de diciembre. Este se gira, provocando que la chica se aferre a su espalda y rodee su cintura. Al momento que siente su brazo, tira de él y se lo lleva al pecho aún sin abandonar su sueño. Las cámaras captan ese momento tan íntimo, que se ve como los minutos póstumos al encuentro de Afrodita y Ares, ese tan fortuito y criticado, ese pecado mortal el cual tuvo su castigo. Pero que Anna y Jeongguk tengan una audiencia que se puede alimentar de su historia no es una penitencia otorgada por Yunki. Es el precio a pagar que la chica aceptó nada más oler el aroma a mar de la isla.

No hay duda de quién vuelve a la vida primero, y sería un milagro si fuera Anna. El pelinegro se queda sentado y la observa, cuidando que el largo bostezo que sale de su boca no sea tan sonoro como para molestarla. Se le escapa otro, sorprendido de estar tan cansado, como si le hubieran arrebatado hasta el alma. Sin embargo, ni falta hace recalcar que lo repetiría una y otra vez, nunca le ha valido tanto la pena pasar meses de sequía, largos y sin una regla escrita que dictaminase que debe serle fiel a una chica que ni siquiera conoce. Pero no le supone ningún esfuerzo, pues siempre ha podido demostrar su hipótesis de que el acto cobra más fuerza gracias a ese procedimiento.

Con Anna es diferente, aun así. Todo lo percibe de forma opuesta a lo que su mente estuvo maquinando. Desde principio a fin, todos sus esquemas han quedado destrozados, los escenarios de su mente pasarán al olvido ahora que no pueden reproducirse. Los deja en un rincón, el inicio del camino hacia el olvido, centrándose en el presente: en su última víctima, en esa versión de pureza mancillada por las evidencias de su dominio recorriendo cada trozo de su piel. Es tal el contraste, que las marcas de dientes en su clavícula de verdad parecen las de una bestia. Y se atreve a tocarla, pasar su dedo índice y el medio, sintiendo un escalofrío como el que recibe una leve descarga. Eso le hace deslizar su mano hasta alcanzar parte del antebrazo que sobresale y que se halla a un lado de su cabeza, reposado en la almohada. Lo agarra con delicadeza para fijarse en las marcas de sus uñas como líneas desiguales que lo rodean y se acuerda de cómo las hizo. Se toma un segundo para sonreír, visualizando cómo las hincó mientras colocaba a la muchacha sobre sus rodillas con la cabeza en dirección al cabecero. A pesar de que se aseguró de que las sábanas, al menos, la ocultasen a ella sabe de buena tinta que han dado un glorioso espectáculo que más de un trabajador disfrutará, aunque no podrá filtrar si es que quiere conservar su trabajo y no recibir una denuncia. De igual forma, se enorgullece de haberlo hecho. Es un encuentro que quedará inmortalizado para siempre.

Para siempre.

Pero, ¿Cuánto es eso? ¿Cómo medir algo tan relativo, tan subjetivo en el sentido de que cualquiera de los dos tiene el poder de hacerlo desaparecer de su subconsciente si se lo propone con la ayuda del tiempo? Jeongguk recuerda cada una de las sensaciones que le proporcionó estar dentro de todas las chicas que ha engañado con sus trucos. Hasta su virginidad, perdida con una dulce muchacha en sus días como estudiante.

Su nombre era Chunghee, de estatura media, cabello de ébano y piel pálida, con los labios gruesos y suaves como el algodón. Y, hasta cierto punto, le recuerda a su Anna. No por el físico ni mucho menos, sino por la situación. Llevaba frustrada con su novio, su primera relación estable, y encontró el consuelo de Jeongguk por pura casualidad. No la andaba buscando, de hecho, no era consciente de lo que hacía hasta cierto momento, pero se dejó llevar. Era una chica que estaba de buen ver y ese día tenía tiempo de sobra para malgastar, así que, ¿Por qué no? En el momento, no fue capaz de darse cuenta de que había tenido una actuación pésima en comparación a lo que a día de hoy puede ofrecer. Pero lo importante no fue el acto, ni siquiera lo que significa perder la virginidad. Lo que de verdad le hizo tener un orgasmo vino después: cuando descubrió a una joven destrozada tanto física como mentalmente, que formaba un río de lágrimas a su alrededor con el rostro rojizo y con la palabra «sufrimiento» escrita en cada poro de su piel. Había conseguido joderle la vida sólo por puro aburrimiento, un poco de labia y saber aprovechar el momento oportuno. Y tras observarla, impasible y sin ningún remordimiento, se marchó dejándole una reflexión que incentivó su ataque de pánico: «dale recuerdos a tu novio.»

Temptations [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora