Dos.

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Noona.

Anna se echa hacia atrás en un acto-reflejo. La confusión se apodera de sus ojos, que luego desvía para no caer en el juego una segunda vez. Ante ese gesto, una sonrisa triunfante aparece en el rostro del pelinegro, que no puede estar pasándoselo mejor. «Quizás debería haber elegido a otra chica. Esto es demasiado fácil», piensa de forma injusta. Pero es que le cuesta tan poco ser lo que ella desea en un chico, que le parece muy aburrido. La idea de que puede hacer que caiga en tan sólo unos minutos crece de una forma increíblemente rápida.

Se apiada de ella.

Es un ser minúsculo en comparación, que vive atrapada por ese sentimiento de inseguridad, que la perseguirá toda su vida. Es un pequeño animalillo que, aunque no quiere admitirlo, le parece adorable por su vulnerabilidad. Su imagen es como la de una cría de un gato, que ha sido abandonada a su suerte bajo la lluvia, asustada y triste, que saca sus uñas en el momento en el que alguien intenta ayudarla. Y él sabe cómo «salvarla». Sólo tiene que dejar un rastro de comida, hasta llegar a sus brazos, acunarla en ellos y adorarla como si fuera su reina de corazones.

Sin que ambos interactúen de nuevo, siguen el camino hasta la casa donde pasarán el resto de los meses establecidos, dejando atrás una fila de tumbonas que perfilan la piscina. El lugar en cuestión es más grande de lo que pensaron, pues tenían la imagen del domicilio de la anterior edición, rodeado por palmeras de diversos tamaños.

Su fachada es blanca y su techo de forma triangular, formado por ladrillos de color marrón, bajo una capa de paja. Frente a ellos, hay unas escalinatas para acceder al patio trasero, donde se encuentra el grupo de los concursantes. En medio de este, hay un amplio sofá-cama, con un colchón recubierto por una sábana de color azul cielo y hecho a partir de esparto, donde perfectamente pueden tumbarse cinco o seis personas, el número varía según la postura en la que se encuentren.

Detrás, hay tres puertas de acceso. La de la izquierda da paso a la cocina, la de en medio lleva a la zona central del salón y la de la derecha, a una zona del salón más íntima y alejada, con un sofá perfilando la pared. Normalmente, es donde las tentaciones y sus tentados suelen tener un momento más «cercano» sin que nadie les moleste o tener que pasar frío en la piscina a las tantas de la noche. Dependiendo las necesidades de cada uno.

Anna echa una mirada general. No le sorprende verse rodeada por ese tipo de chicos que no brillan por su inteligencia. Aunque no le gusta generalizar, el perfil de estos es el mismo: chico de robusta complexión hasta el punto de que sus músculos tienen músculos a la vez, más o menos con un rostro pasable pero genérico, a los que, normalmente, lo único que pueden ofrecer es una cosa. Ella no les culpa, teniendo en cuenta que les pagan por ello.

Sin embargo, de todas las frases para romper el hielo que se le ocurren, hay una que se imagina que será el saludo de uno de ellos. Por un momento, reza por estar equivocada, pero, otra parte de ella ya está preparada para enfrentarse a eso y sabe qué contestar:

—Ah, tú eres la que está con el chino—el que habla da, en efecto, el perfil de concursante de dicho reality.

Está a punto de contestar, pero Jeongguk se adelanta.

—Su nombre es Anna. No es «la que está con el chino», las chicas no se definen por con quién están y con quién no. Y menos, por un hombre.

La rubia le mira sorprendida a la par que agradada por sus palabras.

—Vale, vale, tampoco es para que te pongas así—aunque se supone que es una especie de disculpa, en realidad, se está aguantando la risa.

Jeongguk empuja la lengua contra su mejilla, un gesto que muestra su molestia y su forma de contenerla, pero a Anna le resulta una de las cosas más sexys que ha visto en su vida, lo cual hace que se quede ensimismada.

Temptations [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora