12 - ,, eramos felices, ahora ya no

21 5 0
                                    

𝟏𝟐 - ,,

𝐰𝐞 𝐰𝐞𝐫𝐞 𝐡𝐚𝐩𝐩𝐲, 𝐧𝐨𝐰 𝐰𝐞 𝐚𝐫𝐞 𝐧𝐨𝐭

Cuando Jonah ya no está y el fuego en mi garganta deja de arder, se que es momento de entrar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando Jonah ya no está y el fuego en mi garganta deja de arder, se que es momento de entrar. Estoy calmada, ya no me siento molesta cuando cinco minutos pasan. Pero sé que, al igual que todo, es un sentimiento temporal. Sé que en cuanto ponga un pie en la casa que alguna vez fue de mis padres y en la que alguna vez fui una niña feliz me voy a desmoronar. No tengo cimientos en este momento, estoy construida sobre terreno blando, volátil y sensible que se puede mover con cualquier cosa. Aquello terminaría derribandome

Y era gracioso, estoy caminando hacia un terremoto mortal.

Pero no iba a irme. Estaba en Amsterdam y no iba a volver a casa sin haber estado antes en... bueno, en casa. Suelto una risa ante el pensamiento y me levanto de la banca en la que había estado sentada un rato. Me limpio los vaqueros y tomo una bocanada terriblemente grande de aire. Espero que sea suficiente para llenar el espacio en donde debería de estar mi valor y mis agallas.

Camino hasta la puerta principal, con el manojo de metal pintado de dorado llenándose de óxido en la mirada me pregunto que, si tocase ¿Me abriría alguien? Y se que no pasará porque todos están muertos, pero me tranquilizo con la imagen mental de que estoy visitando a mis padres después de una temporada de trabajo duro. Pero me despierto: no es así. Están bajo tierra, hechos huesos si no es que polvo. Están muertos y espero que sus almas hayan logrado reencarnar y que no se encuentren vagando por ahí como fantasmas. En ese caso, espero que tengan muchas personas con quienes hablar.

Saco las llaves, abro la puerta, me tomo del marco para no caer de rodillas. Y es que el olor de la casa es abrumador. Se desbloquean recuerdos de una infancia y de una última vez que salí por aquella puerta sin saber que sería la última vez que estaría aquí y la última vez que vería a mis padres vivos. Una lágrima se escapa y recorre mi mejilla. La dejo, porque creo que es perfecta en el momento, como si fuese una escena de un libro muy triste.

Doy un paso adelante y dejo que la puerta de madera se cierre con el viento y que de un sonido terrible cuando lo hace. Miro a mis alrededores, a la derecha está la cocina de gabinetes verdes en la que mi madre me enseñó a hacer pasta y a la izquierda está la sala de estar con sillones rojos y techos altos con bordes de pasta bastante victorianos. Mi padre instaló esos cuando nos mudamos desde la calle 34.

La paleta de colores de la casa siempre me ha parecido fea en otras cosas o en otros lugares; en la ropa o en la casa de una amiga que era parecida. Pero, en esta misma casa, no puedo pensar en otra palabra para describir los colores que no sea perfección. Me encanta y siempre lo ha hecho. El rojo es hogareño y el verde me hace sentir feliz. Los toques de amarrillo en los espejos y en los marcos de las habitaciones le dan un toque animado aún ahora, cuando está polvorienta y solitaria.   Cierro los ojos y me imagino en un tiempo más feliz, en donde yo tengo dieciséis y estoy apunto de asistir a mi baile de graduación. Mi madre cocina y en este momento incluso puedo oler el pastel de chocolate en el horno. Mi padre escribe en su despacho esperando que sea la hora de llevarme. Lukas me dice que me cuide mucho y que no sufra a los idiotas. Quentin me molesta diciéndome que me veo fea en el vestido violeta. Éramos cinco, ahora somos tres. Éramos felices, ahora ya no. Éramos unidos, ahora la distancia es inimaginable.

 Éramos unidos, ahora la distancia es inimaginable

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝐡𝐞𝐫𝐞'𝐬 𝐰𝐡𝐞𝐫𝐞 𝐰𝐞 𝐞𝐧𝐝 | 𝐣𝐨𝐧𝐚𝐡 𝐦𝐚𝐫𝐚𝐢𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora