s i x

2.6K 167 37
                                    

ɴᴏᴛ ᴅᴇᴀᴅ ʏᴇᴛ°


James sabe que las excusas funcionan poco, para sí y para sus amigos.

Las preguntas son inútiles también, de cualquier forma.

Sirius, Peter y Remus habían estado intentándolo, intentando que James externe el motivo por el que se quedó en el viejo castillo en lugar de volver con sus padres.

Lily es una buena excusa, pero sabe que no es más que una mentira pobre para sí mismo.

Antes, en un pasado que parece difuso en su caótico presente cada vez que Lily se colaba en su mente la imagen era pura y afrodisíaca, la vista dulce de largas hebras en un tono cereza, con aquellos ojos grandes y expresivos que se opacaban con un ceño fruncido cuando él aparecía en escena.
Lily había cambiado con los años, más pequeña que él mismo ahora que casi habían alcanzado la madurez, con un cuerpo mucho más estilizado, lleno de curvas en los lugares idóneos, con la voz mucho más firme cada vez que peleaba con él.

Para aquel momento cuando intentaba pensar en Lily su mente giraba en bucle a algo que siempre vió pero nunca aceptó, un enfoque mucho más a la izquierda, a la persona que siempre estuvo a su lado.

Snape siempre había estado ahí, desde el primer día en el tren. Sentado al lado de Lily, encorvado y con la cabeza gacha mientras escuchaba todo lo que Lily decía con entusiasmo para Remus. Aún se sorprendía de qué, si Sirius y él no hubieran intervenido en aquel momento quizá ellos tres hubieran sido amigos.

Quizá Remus habría sido amigo de Snape.

La mirada del Slytherin había sido en aquel momento aunque vacía, apacible. Un rostro de nada que pronto se había vuelto de enojo y asco cuando Sirius y él comenzaron con sus burlas; la primera vez que le llamaron Snivellus, más no la última.
Severus cambió entonces de golpe, con aquel gesto de agrio desprecio cada que cualquiera aparecía en su campo de vista, incluido Remus. Su rostro pasaba de la poca calma que podía evocar a el profundo enojo cuando cualquiera le hacía una jugarreta.

Entretenido como era, James nunca lo había hecho porque lo odiara. Había comenzado como el enojo por querer conducir a la chica más bonita que había visto a la casa de las serpientes y pronto había escalado a que sólo así podía obtener aquello, un algo que nadie más provocaba, algo que nacía en su pecho y se esparcía a todo su cuerpo en olas irrefrenables; vida en la muerte.

Snape siempre había estado muerto, él lo sabía. Se movía por todo sitio como uno más de los fantasmas, conduciéndose a sí mismo como si cargara el peso de más años de los que tenía sobre sus hombros encorvados, una figura invisible que empujaba su cabeza hacia abajo hasta que la cara le quedaba oculta tras su cabello sin vida; todo aquello era algo que desaparecía cuando se enfrentaban, de odio o de deseo de matarlo, no importaba. Él lucía vivo en aquellos momentos.

Así era como lo recordaba la noche anterior a aquel amanecer, corriendo, riéndose de él -ó con él-, jadeando y gimoteando cuando se empujaba en su garganta.
Así era también como lo recordaba en la noche que habían compartido después, el tiempo tan largo e incalculable en el que se habían quedado besándose, algo eterno, profundo y lento, corto y tenue, agresivo y sucio. Todo en intervalos tan largos hasta que sus bocas fueron de un rojizo marcado, corriendo por la piel de los alrededores.

Youngblood || James & SeverusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora