VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE A TRAVÉS DE LA SATISFACCIÓN DEL YO

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EL hombre es consciente que algún día morirá.
Otros animales, cuando se acercan a la muerte, saben que están a punto de
morir; pero no es hasta que la muerte es segura que el animal siente próxima
su hora partida. Y aún entonces no sabe exactamente lo que implica morir. Se
ha señalado muchas veces que los animales aceptan la muerte pasivamente,
sin temor o resistencia alguna. Este es un concepto muy hermoso, pero que
solo es verdadero en casos donde la muerte es inevitable.
Cuando un animal está enfermo o gravemente herido, luchará por su vida
hasta la última onza de fuerza que le quede. Es esta irrevocable voluntad de
vivir la que, si el hombre no estuviese tan «altamente evolucionado», le daría
el espíritu combativo que necesita para seguir con vida.
Es bastante conocido el hecho que mucha gente se muere porque se rinden y
ya no les importa vivir. Esto es comprensible si la persona está enferma, sin
ninguna posibilidad aparente de recuperarse. Pero muchas veces éste no el
caso. El hombre se ha vuelto perezoso. Ha aprendido a tomar la salida más
fácil. Incluso para muchas personas el suicidio es menos repugnante que
cualquier cantidad de pecados. La culpa de todo esto la tiene la religión.
En la mayoría de las religiones, la muerte es considerada como un gran
despertar espiritual —para el cual uno se prepara durante toda la vida. Este
concepto es muy atractivo para alguien que no haya tenido una vida
satisfactoria; pero para quien haya experimentado todos los placeres que la
vida tiene para ofrecer, hay un inmenso temor a la muerte. Así es como
debería ser. Éste anhelo y deseo de vivir es el que permitirá a la persona vital
seguir viviendo, después de la muerte inevitable de su envoltura corporal.
La historia nos muestra que los hombres que han entregado sus vidas en pro
de un ideal han sido deificados por su martirio. Los líderes políticos y
religiosos han sido muy cuidadosos a la hora de trazar sus planes. Al ensalzar
a los mártires ante sus semejantes como ejemplos brillantes, eliminan la
reacción de sentido común de que la autodestrucción voluntaria va en contra
toda lógica animal. Para el Satanista, el martirio y el heroísmo no-
individualizado han de asociarse no con la integridad, sino con la estupidez.
Obviamente, esto no se aplica a situaciones que impliquen la seguridad de un
ser querido. Pero el dar la vida por algo tan impersonal como un asunto
político religioso es ya masoquismo supremo.
La vida es la gran indulgencia, la muerte la gran abstinencia. Para una
persona que esté satisfecha con su vida terrena, la vida es como una fiesta, y
a nadie le gusta irse de una buena fiesta. Por la misma razón, si una persona
está pasando bien aquí en la tierra, no dejará esta vida tan fácil por la promesa de una vida futura de la que no sabe nada.
Las creencias místicas orientales enseñan a los humanos a disciplinarse a sí
mismos contra cualquier voluntad consciente de mejorar o sobresalir en la
vida, para que puedan disolverse en una «Conciencia Cósmica Universal» —
¡cualquier cosa con tal de evitar la saludable sensación de auto satisfacción u
orgullo honesto que se siente por los logros terrenales!
Es interesante anotar que las áreas donde prosperan este tipo de creencias
son aquellas donde el éxito material es difícil de obtener. Por este motivo la
creencia religiosa predominante debe ser una que elogie a sus seguidores por
su rechazo de los bienes materiales y el que eviten utilizar cualquier clase de
títulos que de alguna importancia a los logros materiales. De esta manera la
gente puede ser inducida pacíficamente a que acepte lo que tiene, no importa
cuan poco sea.
El Satanismo utiliza muchos títulos. Si no fuera por los nombres, muy pocos
podríamos entender algo en la vida, y mucho menos darle algún significado a
ésta —y el significado lleva al reconocimiento, que es algo que todo el mundo
quiere, especialmente el místico oriental, que trata de probar a todo el mundo
que puede meditar o soportar más dolor y privaciones que cualquier otro de
sus semejantes.
Las filosofías orientales predican la disolución del Yo del hombre antes de que
pueda cometer algún pecado. Para el Satanista, resulta imposible concebir un
Yo que prefiera voluntariamente el negarse a sí mismo.
En países donde esta creencia es utilizada como un paliativo para los que se
empobrecen voluntariamente, es comprensible que una filosofía que enseña la
negación del Yo sea utilizada para un propósito útil —por lo menos para los
que tienen el poder, para quienes seria terrible si su pueblo fuera infeliz. Pero
cualquiera que tiene toda oportunidad de lograr el éxito material, el escoger
esta forma de religión seria algo que en realidad parecería tonto.
El místico oriental cree firmemente en la reencarnación. Para una persona
que virtualmente no tiene nada en esta vida, la posibilidad de que pudo haber
sido un rey en una vida pasada o puede serlo en una futura es muy atractiva,
es muy útil para llenar su necesidad de auto respeto. Si no hay nada de lo que
puedan enorgullecerse en esta vida, pueden consolarse a sí mismos pensando:
«bueno, ya habrá otras vidas». Pero al creyente en la reencarnación nunca se
le ha pasado por la cabeza que si su padre, abuelo, bisabuelo, etc. han
desarrollado «buen karma», por seguir las mismas creencias y la misma ética —entonces ¿Por qué está viviendo una vida de privaciones, en lugar de vivir
como un maharajá?
La creencia en la reencarnación ofrece un bello mundo de fantasía en el cual
una persona puede hallar una manera apropiada para expresar su Yo, a la vez
que dice haber disuelto su Yo. Esto está respaldado por los papeles que
escogen para sí mismos en sus vidas pasadas o futuras.
Los creyentes en la reencarnación no siempre escogen un personaje
honorable. Si la persona es de naturaleza altamente conservadora o es alguien muy respetado, casi siempre escogerá un villano o gángster,
satisfaciendo así su alter-ego . O bien, una mujer de status social puede elegir
una prostituta o cortesana famosa, como imagen de sí misma en una vida
anterior.
Si la gente fuera capaz de separarse a sí misma del estigma que trae consigo
la satisfacción del Yo, no tendrían necesidad de estos juegos para engañarse a
sí mismos, como la reencarnación, como una manera de satisfacer su
necesidad natural de darse gusto.
El Satanista cree en la gratificación total de su Yo. De hecho, el Satanismo es
la única religión que defiende la intensificación o gratificación del Yo. Solo si
el Yo de una persona está lo suficiente satisfecho puede permitirse ser amable
y lisonjero con otros, sin privarse por ello de su autoestima. Generalmente
pensamos que alguien jactancioso y fanfarrón es una persona con un ego muy
grande; cuando en realidad, su actitud es consecuencia de una necesidad de
satisfacer su ego empobrecido.
Los religiosos han mantenido a raya a sus seguidores reprimiendo sus egos.
Al hacer que sus seguidores se sientan inferiores, la superioridad de su dios
queda más que asegurada. El Satanismo alienta a sus miembros a desarrollar
un ego bien fuerte ya que este les da la autoestima necesaria para una
existencia plena en esta vida.
Si una persona ha vivido a plenitud y ha luchado por su existencia terrena
hasta el fin, es su Yo el que se negará a morir, aun después de que la carne
que le sirvió de alojamiento expire. Hay que admirar a los niños por su
constante entusiasmo por la vida. Un ejemplo de esto es el niño pequeño que
se niega a ir a la cama cuando algo bueno esta pasando, y una vez que lo
ponen a dormir, bajará por las escaleras a hurtadillas para atisbar a través de
la cortina y dar un vistazo. Es esta vitalidad infantil la que permitirá al
Satanista asomarse a través de la cortina de la oscuridad y la muerte y
permanecer unido a la tierra.
El autosacrificio no es fomentado por la religión Satánica. Por lo tanto, a
menos que la muerte llegue como una indulgencia debido a circunstancias
extremas que hacen del acabar con la vida una liberación bienvenida de una
existencia terrena insoportable, el suicidio es desaprobado por la religión
Satánica.
Los mártires religiosos han tomado sus propias vidas, no porque la vida fuese
insoportable para ellos, sino para utilizar su supremo sacrificio como una
herramienta para promover una creencia religiosa. Debemos suponer
entonces, que el suicidio, si se comete en pro de la iglesia, es permitido y
hasta fomentado —aunque las escrituras lo llamen pecado— porque los
mártires religiosos del pasado siempre han sido deificados.
Resulta bastante curioso que la única vez que el suicidio es considerado
pecaminoso por otras religiones es cuando llega como indulgencia.

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