Acercándonos

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—¿No crees que estaríamos mejor bebiendo algo en la posada?

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¿No crees que estaríamos mejor bebiendo algo en la posada?

Escondido, detrás de uno de los afilados peñascos de la montaña, Hayate susurraba algunas palabras hacia Feng, su compañero y mejor amigo, quien estaba a su espalda.
Había dejado de nevar pero el viento silbaba a su alrededor desordenándoles la ropa y el cabello. No había más que nieve y piedras afiladas rodeándolos.

La noche llegara de un momento a otro—susurró Feng, frotándose las manos.—. Es el peor momento para acobardarse.

Hayate echó una risa alzando la mirada a los nubarrones de color violeta que teñían el cielo. El tercer sol les abandonaría por varias horas y sabía que los grupos de Cazadores de estrellas, así como otros guerreros que buscaban la ascensión, estaban escondidos por doquier. Era la cuenta regresiva hasta que la calma en la Cordillera Therin se convirtiera en caos. Ambos lo sabían y buscaban, a su modo, prepararse. Feng revisando el filo de sus armas, incluso las medicinas que llevaba siempre, como todo explorador, atadas a su cinto. Hayate parecía sereno, aunque la ausencia de su socarrona sonrisa evidenciaba su nerviosismo.

Preparar aquel viaje no había resultado fácil. Desde la tierra del Clan del Zorro donde residían ambos, hasta el punto norte de Therin era un viaje de más de diez días.
Todo había sido previsto con un año de antelación. Estar ahí, para muchos, era una oportunidad única en la vida. Ascender era la posibilidad de ser libre y la lluvia de estrellas el evento que podía concederles ese ansiado deseo y ocurría sólo cada diez años. La única forma de conseguir los elementos de ascensión para quienes, como Hayate, no podían permitírselos dada su pobreza o falta de linaje, era cazando una estrella esa noche sin luna.

Un ascendido no era solamente un guerrero formidable, respetado por su nación y su clan. Era también la única persona libre a ojos de los Dioses, que ahora vivían junto a ellos.
El resto eran simples esclavos, algo que Hayate ya no podía soportar ser.

Y no se trataba de un asunto de orgullo, ni de su propia vida, sino de aquellos por quienes velaba.

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¿Te creías de verdad tan especial?

Violet mantenía la mirada en el suelo. Su hermana hablaba de forma severa, aunque tenía una sonrisa en los labios. La sonrisa de un abusador que se sabe nuevamente ganador. Que lo disfruta como si fuera la primera vez.

No sé de qué hablas.

Nadie pensaría que ambas eran hermanas.

Rose era de piel morena, cabello negro abundante y ensortijado. Curvas sugerentes, ojos marrones. Notoriamente mayor.

Violet tenía el cabello cobrizo, ojos azules y piel pálida, sonrosada en el rostro. Menuda, delgada, con poco rastro de femineidad en su cuerpo.

¿Tú?—arremetió nuevamente—¿De verdad creías que tú tenías oportunidad contra mí?—Rose se echó a reír.

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