Concilio

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Arimi se paseaba de un lado a otro, frente a Feng, cuando Hayate bajó al salón.

Si esa mujer no es una oceánida—se notaba la furia en su voz—, entonces debe ser algo muy parecido. Ese imbécil actúa como un enajenado.
Arimi—el explorador rubio la miraba de reojo, tratando de calmarla—. Hayate está bien y lo está Violet.
¿Lo están? ¿De veras?—preguntó, sarcástica.
Escucha—Hayate se acercó—. Lo lamento. No debí venir así, pero tiene una explicación, déjame que...
¡Te has vuelto loco!—exclamó la muchacha. Ambos hombres se miraron y guardaron silencio—¿No te das cuenta cómo estás actuando, Hayate? Esto no es normal.
¿Y eso desde cuando te importa?—le respondió, comenzando a perder la compostura—. Dije que lo siento y es verdad. Si no quieres oír mi explicación, no tengo nada más que decirte.

Hayate—Feng lo llamó al ver que se dirigía a la puerta—. Yo sí quiero saber qué sucede.

Sin disimular su molestia, Arimi se dirigió hasta la cocina. El arquero se acercó al sillón y tomó asiento allí. Se sintió extraño. Había ofrecido dar una explicación y ahora no sabía cómo empezar.

Soñé con ella. Situaciones, eventos muy crudos y difíciles.

¿Sobre Violet?—Feng se acercó, sentándose a su lado. Vio que su amigo asintió—¿Por eso viniste hasta aquí?

Si tú lo hubieras visto, entenderías. Nosotros hemos pasado situaciones duras, pero nos tenemos el uno al otro. Aún con todos los problemas, con las distancias... no nos hemos traicionado jamás
¿La traicionó alguien?—el rubio inspiró profundo.
Solo aquel que te estima y en quien confías te puede traicionar—Hayate se volteó a mirarlo a los ojos—. Ella ni siquiera tenía eso, alguien que le traicionara.

Hubo silencio. Pasados unos minutos llegó Arimi con tres vasos humeantes sobre una bandeja circular de madera.

¿No tenía familia?—preguntó ella, que había estado atenta desde la cocina—¿Ni amigos?

Tenía familia, creo que sus lazos eran de sangre aunque no podría dar certeza. Pero lo que hacían...—suspiró, estirando la mano para conseguir una de las tazas—. Era normal que a nosotros nos torturaran en las minas. Que nos castigaran, porque éramos esclavos. Era nuestro destino.

Los tres, inevitablemente, recordaron esos días. No era grato para ninguno de ellos.

¿La torturaban?—preguntó Feng.
Arimi—Hayate dirigió la mirada hacia la exploradora, como si ignorara su pregunta—¿Qué sentirías si yo o Feng te rompiéramos el brazo?
¡¿Qué?! ¿Estás demente?
¿Impensable, verdad?—bebió un poco de la bebida—. Incluso cuando Feng perdió la razón por el encanto de la oceánida, no le hicimos daño. Lo seguimos y conseguimos salvarlo.

El aludido suspiró.
Era cierto, entre los dos alejaron a Delyrah y lograron restablecerlo.

Entonces sí la torturaban—el explorador rubio también sostuvo una de las tazas entre los dedos al hablar—. Y la torturaba su familia, aquellos que debían cuidarla.

Arimi desvió la mirada. Una mezcla de rabia y asco le invadió.
Pero eso es imposible—apretando el vaso entre sus manos, miró a Hayate—. Ni un ascendido hace tal atrocidad con su sangre.

El arquero suspiró. Bebió un poco más de te y dejó la taza en la bandeja. Se le veía apesadumbrado.

Ese es su mundo—afirmó, rememorando su sueño—. Y lo que vi lo sentí tan real, que pensé que alguien estaba lastimándola. Necesitaba verla. Es por es que...
Ya veo—Arimi mantuvo la vista en el vaso.

EntrelazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora