CAPÍTULO DIEZ

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Eider.

—¡Se está muriendo!

—Está perdiendo mucha sangre…

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—¿Cree que sobreviva?

—No lo sé…

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¡Se murió, se murió!

—¡Reanimación urgente! ¡falta poco para llegar al hospital! ¡rápido!

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Abro mis ojos con pesar, pero los cierro de nuevo de la molestia que esto me genera. Siento algo en mi mano izquierda que me incomoda un poco, pero no sé qué es. Trato de mover mis piernas, pero siento un dolor agudo en mi muslo derecho y algo que me lo tiene agarrado.

Por segunda vez intento abrir mis ojos. Empiezo a abrirlos poco a poco, para acostumbrarme a la luz que tengo casi en mi cara.

Lo primero que observo es un techo completamente blanco, acompañado de dos luces largas y rectangulares, las culpables de mi molestia al principio. Empiezo a observar mi alrededor, dándome cuenta que estoy en una habitación completamente blanca, con un sofá de dos asientos color marrón en una esquina de esta; a mi costado derecho veo una puerta abierta, donde visualizo un lavamanos, lo que me da a entender que es un baño. También hay otra puerta, pero esta está cerrada.

Me veo las piernas, que están forradas en una sábana blanca. Luego veo mis manos, dándome cuenta que lo que me molestaba en la mano es un tubito que tengo, confundiéndome más, así que veo bien a mi lado, encontrándome con una bolsa colgando de una especie de palo de hierro. Esto se me parece mucho a un suero…

De un momento a otro mi mente se conecta de nuevo, recordando absolutamente todo.

—Lo siento…

—¡ES TU CULPA Y SIEMPRE SERÁ TU CULPA!

Empiezo a llorar sin contenerme, acordándome de todo lo que le dije, de cómo lo vi cuando desperté. Toda la sangre que había en su cuerpo, las veces que intenté llamarlo pero no reaccionó, mi intento de llamar a emergencias, pero no pude.

Siento dificultad para respirar, mientras mis manos tiemblan sin yo poder controlarlo. Las lágrimas salen sin poder hacer nada, siento un dolor y desesperación en mi pecho insoportable.

Trato como puedo sentarme en la cama pequeña donde estoy. Temblorosa aún, levanto la sábana que me cubre las piernas, viendo una gran venda en mi muslo herido.

Pongo mis manos en mi pecho, tratando de calmarme, pero cada vez siento mi corazón latir más fuerte de lo normal, mis sollozos toman fuerza, mientras no paro de tener recuerdos de lo que pasó y de la imagen de Isandro.

Es mi culpa, es mi culpa, es mi culpa…

pongo mis manos en mi cabeza, sintiendo la frustración y la culpabilidad acuchillarme.

—¡Ya basta! — empiezo a llorar con más fuerza.

Escucho una puerta abrirse de golpe, chocando bruscamente con la pared.

Un hombre alto, con una bata blanca puesta, se me acerca. 

—Por favor, cálmese, estamos aquí para ayudarla — el hombre me toma de las muñecas suavemente, bajándolas a mis muslos, para luego sujetarme el rostro para que me obligue a mirarlo — estás en un estado de pánico, por favor, quiero que respires conmigo, ¿bien?

Secreto Destructivo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora