Sin límites. (Capítulo 30)

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Me encontraba en el mismo aeropuerto.

No puedo escucharte, ¿qué pasa?

Tae Hyung seguía gritándome algo, y a pesar a estar a unos cuantos metros, no lograba escucharlo. Pareciera que estuviera mudo, únicamente moviendo la boca. Me acerqué a él, intentando descifrar lo que decía.

¡Corre!

Pude leer sus labios.

¿Correr? ¿A dónde? ¿Por qué?

***

Desperté.

Me quedé perdidamente mirando hacia el techo. Di un largo bostezo y me senté sobre la cama. Debía dejar de comer tanto por las noches, me provocaba sueños extraños.

Me levanté y me dirigí a cepillar mis dientes. Me cambié de ropa y bajé a desayunar algo.

—Buenos días cariño.

—Buenos días mamá.

—¿Dormiste bien?

—Sí.

—¿Tienes hambre?

—Bastante —dije sentándome en el comedor.

Mamá preparó un delicioso desayuno. Hot Cakes con miel de mapple, huevos con tocino y un delicioso jugo de naranja recién hecho. Un desayuno típico, pero delicioso. Realmente había extrañado la comida de mamá. 

—¿Invitaste a Eun Ji a la fiesta? —me preguntó.

—Sí, no hay problema, ¿cierto?

—Para nada.

—También irá V, su novio —dije tomando un bocado de Hot Cakes.

—¿V? —me miró extrañada.

—Lo siento, Tae Hyung —reí.

—¿Son novios? No lo sabía —dijo mientras acomodaba el florero en la mesa.

—Sí, comenzaron a salir un poco antes que Jimin y yo.

—Ya veo. Hablando de Jimin... —guardó silencio.

—¿Sí? —tragué saliva, esperando algún comentario de mamá.

—Creo que deberías invitarlo a comer. Nunca lo he tratado a pesar de que lo conozco desde que era un niño pequeño. Min Jae lo llevaba siempre a todos lados cuando salíamos de jóvenes.

Entonces lo imaginé. Un pequeño niño de lindos cachetes y una tierna y expresiva mirada. Tan pequeño, e indefenso, dependiente de su madre.

Se me llenó el corazón de ternura.

—Podrías invitarlo la próxima semana —Concluyó.

—Claro, me agrada la idea.

—Estoy feliz por ti, Cariño. Me alegra que por fin hayas encontrado a alguien que te agrada —me sonrió.

—También yo estoy feliz —sonreí.

Feliz, alegre, contenta, eufóricamente todo.

—Quién lo diría... Que terminarías con el hijo de mi mejor amiga de la adolescencia, tras haber nacido al otro lado del mundo —rió irónicamente.

—¿Destino?

—No hay otra explicación —me sonrió.

Y entonces me di cuenta que Jimin tenía razón. Lo nuestro fue el destino. Cosas tan increíbles no sucedían porque sí. No existen los encuentros accidentales. Todo siempre tiene un propósito, una razón. 

Una flor sin pétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora