Un hecho irremediable. (Capítulo 44)

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Era de mañana. Estaba en la cocina, preparándome un sándwich antes de irme a la universidad.

—Cariño, ¿qué te gustaría de regalo? —preguntó mamá mientras metía cosas a su bolso.

—No tienes que darme nada —respondí encogiéndome de hombros.

—Vamos, pide lo que quieras.

—Sólo quiero que tú, papá y mis amigos estén conmigo. No necesito nada más.

Me miró con cariño y acercó a mí.

—Me encanta tener una hija tan sencilla —acarició mi mejilla.

—Así soy —sonreí.

—Bueno, tengo que irme. Desayuna y no llegues tarde —tomó su bolso.

—Claro.

—¿Realmente estás segura de que no quieres nada? —se detuvo antes de salir.

—Sí, segura —le sonreí.

—Está bien. Sólo piénsalo bien, cariño. No todos los días se cumplen 19 años —dijo y salió por la puerta.

Me quedé sentada en la barra mirando hacia el frente. La casa se quedó en silencio.

19 años...

Sí, estaba a punto de cumplir los 19. Faltaba tan sólo un día para cumplirlos. Y entonces me di cuenta, que el tiempo simplemente voló.

Agité la cabeza, y sonreí con los labios. Tomé mi mochila y salí de casa después de terminar el desayuno.

*

Llegué a mi casillero y Eun Ji llegó corriendo.

—¡Cumpleañera! —me abrazó por detrás.

—Aún falta un día —reí.

—¿Y bien? ¿Qué quieres de regalo? —me soltó y se recargó en los casilleros.

—Nada —dije mientras guardaba algunos libros.

—¿Segura?

—Segura. No necesito nada —cerré mi casillero—. Pero gracias por la intención.

—No seas aburrida. Déjame darte algo, ¿si? —hizo un puchero.

—Sólo vamos a clase —reí y la jale del brazo.

Ecuaciones, matrices, gráficas. Estaba harta de ver tantos números y líneas rectas. A pesar de ser buena en mates, últimamente me fastidiaban esas clases.

Pero después de un largo día, por fin sonó la campana.

Suspiré profundamente y guardé mis cosas en la mochila para salir. Me despedí de Eun Ji y me fui a casa.

Apenas entré y olía delicioso. Mamá estaba cocinando algo.

—Llegaste temprano del trabajo —dije mientras dejaba mi mochila y sentándome en la barra.

—Y tú tarde, ¿no crees?

—Lo siento, me detuve a regresar algunos libros a la biblioteca.

—Pues apresúrate, porque te esperan arriba —dijo arqueando la ceja, mirándome pícaramente.

Y al instante sonreí.

Me puse de pie y subí rápidamente las escaleras hasta llegar a mi habitación. Abrí la puerta, y él estaba ahí.

Estaba dormido en mi cama. Seguramente llevaba algo de tiempo esperándome.

Sonreí al verlo.

Estaba boca abajo, apoyando su cabeza sobre sus brazos. Respiraba tan tranquilamente, que me dieron ganas de acostarme a su lado.

Una flor sin pétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora