Sentir la tierra húmeda o el pasto con mis pies desnudos, es sin duda una de las experiencias más placenteras para mí. Siento que a través de mis pies descalzos puedo conectarme con la tierra, sentir su vibración. No solo con esos dos elementos la tierra me hace saber que provenimos de ella, también lo sé cuándo el agua abraza mi cuerpo, o cuando el viento acaricia mis mejillas. Siempre se encarga de hacernos saber que vivimos en ella y ella en nosotros.
Sin duda, sería maravilloso vivir sin ropa, solo la carne cubriendo la parte interna del cuerpo. Nunca comprenderé por qué los animales sí se enorgullecen de su pelaje, y nosotros todo lo contrario. Claro, seguro en invierno esta idea cambiaría bastante, cuando el frío me hace desear una peluda piel con la cual cubrirme. Pero aun así, me encanta sentir la naturaleza a viva piel, por eso, cada vez que nace la oportunidad, voy al lago que está al norte de mi pequeña casa. Tan alejado que nadie viene, lo que lo hace perfecto para nadar en él sin estos torpes ropajes.
Así sin más, me sumerjo en él. Al principio fría, luego cálida. Mi cabello rojizo se oscurece al tocar el agua, estando empapado no es más que un rojo castaño, pero al salir del lago y al sentarme en la roca más grande que acá se encuentra, comienza a ponerse muy naranja, los rayos del sol lo tocan y lo van secando, haciéndolo ver como si ardiese en el mismísimo fuego. Acá nuevamente la madre naturaleza me hace saber que llevo dentro un poco de ella, un poco de su sol, pues deslumbro tanto como él. Eso sí, nunca podría competir con el sol, es muy hermoso y poderoso. Pero aun así le agradezco que venga siempre a tocarme, me hace sentir especial.
Tendida sobre la enorme roca, desnuda y empapada, escucho los pájaros cantar. Vivir alejada del pueblo me permite disfrutar de estos placeres. Sin embargo, siempre estoy al tanto de algún ruido que provenga de una persona, sería terrible para mí que alguien me encontrara en esta situación.
Antes que se ponga el sol, debo partir. El camino a casa es un poco largo, y en zonas tan alejadas como estas puede ser peligroso. Un animal grande o un bandido podrían atacar.
– ¡Ricardo! –pregunto asombrada al verlo en mi puerta, tan lejos de su casa pasada la tarde– ¿qué haces acá?
– Pues.... Quería verte –pronuncia cauteloso –Hablar un rato.
– Claro, pero... es tarde. Tu padre debe estar preocupado –le recrimino.
– ¡Bah! –chasquea los dientes–No me importa. Necesito alejarme de él, del pueblo. Necesito la paz que tú me das –sonríe por lo bajo.
Me sonrojo y enmudezco brevemente. Hasta que en seco me pregunta:
– ¿Podemos entrar a la casa? La brisa está un poco helada.
– Ya –respondo saliendo de mi letargo– claro, entremos –añado.
Ricardo para mí ha sido por muchos años un buen amigo, me entiende como soy y no me juzga. En cambio, disfruta de cuán diferente soy al resto. Él, por su parte, es divertido e inteligente. Y hay algo que le agradeceré toda la vida: enseñarme a leer. Soy una campesina que sabe leer. El aprendió de muy joven, y sin dudarlo, comenzó a enseñarme. Varios días a la semana me daba lecciones de lectura en el lago.
– ¿Recuerdas cuando te propusiste enseñarme a leer? –pregunté con la vista clavada en la mesa, mientras trazaba círculos con mi índice sobre ella.
– Claro, nunca podría olvidarlo. Fue el período donde compartimos el mayor tiempo juntos, en aquel precioso lago –decía mientras me observaba fijamente –era maravilloso. Los mejores momentos de mi existencia.
Me hizo sonreír. Aunque seguí sin alzar la vista.
– ¿Te apetece ir mañana? –pregunté alzando la vista, demostrando todo mi entusiasmo con una sonrisa.
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SIETE EXISTENCIAS || La primera: el amor arde
Ficción históricaEl amor entre Fortunata y Ricardo no es precisamente lo que espera la sociedad de la Edad Media. Aunque comienzan a su manera, al final, ellos solo desean una vida en el campo, unidos en matrimonio y rodeados de muchos niños ¿Podrá su amor soportar...