CAPÍTULO IX

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Desde temprano me dispuse a preparar un estofado de ternera, coles y calabazas. Hoy era el último día de celebración que habían dispuesto mis padres. Planeaba atraer a Menta con el olor, capaz la gata se enredó con algún gato y por eso no ha venido. Pero esperaba tenerla de vuelta en casa.

Aunque solo estábamos presentes mis padres y yo. Decidí ponerme algo diferente para celebrar. Busque en mi escaso armario y encontré dos vestidos de fiesta. Ambos me los había hecho mi madre el invierno pasado. Quería usar el azul claro, mi madre le había bordado flores a la falda con hilos plateados. Pero no subió por mis caderas, habré engordado desde el último invierno a este. No me desanimé, aunque me hubiese gustado usarlo. Opté entonces por el verde, era un tono más oscuro al de mi cinta de seda. Este si me calzó perfectamente. El bordado dorado del corpiño y las mangas me hacía resaltar muchísimo. Consideré que era mejor opción que el azul, combinaba perfectamente con el anillo que me había dado Ricardo y con mi cinta de seda para el cabello.

Mis padres habían ido junto a Cai al pueblo del oeste en busca de vino y galletas de almendras y miel para hoy. Para cuando llegaron yo estaba hambrienta, aun cuando había acabado con una hogaza de pan, varias frutas y dos vasos de leche. Comimos juntos, felices y agradeciendo a Dios por la dicha de nuestra deliciosa comida. Me comí dos platos de estofado, varias galletas y solo dos sorbos de vino. Nunca me había gustado su sabor y tampoco habían comprado mucho, era costoso, así que decidí dejárselo a mis padres. Las náuseas se abrieron paso, había comido demasiado, pero no vomité.

– ¿Y ese anillo? –preguntó mi protector padre.

– Es de Ricardo. Bueno, era de su mamá. Me pidió que lo guardara acá y me tomé el atrevimiento de usarlo –mentí solo un poco –es que está tan hermoso –añadí, suspirando para dar más veracidad a mi mentira.

– Hija, no está bien que uses las pertenencias de otro sin su consentimiento –me reprendió mi madre.

– Si te gusta mucho te compraré algún detalle en oro la próxima ida al sur –dijo mi padre.

– No es necesario padre –dije, sintiéndome culpable.

– No te preocupes, ya es hora de que tengas alguna prenda bonita. He ahorrado específicamente para eso, lo venía contemplando desde tu nacimiento –me dijo con dulzura –sabes que tu madre y tu son mis tesoros más grandes –se empañaron sus ojos. Lo tomé de la mano con cariño.


No he podido rendir en la carpintería el día de hoy. Mi mente piensa en la conversación que tuve ayer con Enzo. Sus palabras iban seguras y su actitud era desafiante. Estaba seguro de que ejercería la palabra de Dios de forma correcta. Había en su actitud ciertos celos y despotismo. Definitivamente debía hablar con él hoy, debe haber una solución.

Para cuando terminé mis labores en la carpintería, estaba agotado. Mi mente había imaginado mil escenarios diferentes. La cabeza me dolía. Antes de ver a Enzo, decidí pasar por la fuente pública a lavar mi rostro, necesitaba refrescarme.

Justo cuando saco las manos empapadas del agua de la fuente, lo veo cruzar hacia una pequeña callejuela de piedras. Corrí detrás de él para alcanzarlo.

– ¡Enzo! ¡Enzo! –gritaba entre jadeos, apoyado en una pared, intentando recobrar el aliento. Enzo, por su parte, se giró.

Me acerqué a él con humildad. No quería llevar una actitud que le desafiara y empeorara mí ya precaria situación.

– Enzo, necesitaba hablar contigo.

– ¿Sobre qué Ricardo? Lo dicho está dicho y lo hecho está hecho –hizo énfasis en sus últimas palabras.

SIETE EXISTENCIAS || La primera: el amor ardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora