Mi carcelero entró. Yo estaba débil pero aun así estaba atenta a todo lo que ocurría: me percaté que traía a una joven tomada de su antebrazo. Con el cabello largo y abundante. Su cabello era tan negro como la noche y al contraste con su piel la hacía parecer más pálida de lo que era en realidad. Era una mujer preciosa, de las más hermosas que había visto, parecía una escultura en delicado mármol blanco. No podía calcular su edad, puesto que tenía una combinación de madurez e inocencia en su rostro.
La depositó en el primer calabozo del lado derecho, donde había estado el hombre ebrio. Antes de acercarse a mi celda pronunció algo que mis oídos apenas entendieron "Impura", le dijo, y escupió a los pies de esta.
Se acercó a mi calabozo y me volvió a prohibir hablar con aquella mujer, esta vez su advertencia era clara: me dejaría sin alimentos si lo hacía. Luego, dejó en el suelo una jarra de madera, esta vez más cerca a mis barrotes y se marchó.
Tomé la jarra atravesando con mis brazos los barrotes. Estaba llena de agua. Me sentía bendecida en ese momento. Me bebí la mitad rápidamente, aunque quería beberla toda, me contuve. Prefería guardar un poco para otro momento. Mi estómago estaba lleno de puro líquido, así que me dolía. Ahora que una de mis necesidades estaba cubierta, rugía mi estómago de hambre.
Algo que había notado, es que mi vientre había crecido. Notaba mi cuerpo esquelético, pero mi panza se veía más redondita. Al menos me quedaba el consuelo de saber que mi bebé seguía luchando dentro de mí.
La mujer de cabello negro intentó hablarme, pero yo fingí estar dormida. No quería arriesgarme a perder los pocos alimentos que estaba recibiendo.
Al rato, no sé exactamente cuánto tiempo pasó, mi carcelero volvió a entrar, esta vez traía una hogaza de pan. Me la tiró completa en la celda. A ese punto, ya no me importaba de qué manera me daba los alimentos, solo agradecía tenerlos. Cogí el pan y comencé a devorarlo. Todavía tenía un poco de agua para más tarde.
El carcelero se alejó de mi celda y fue directo hacia donde estaba la de cabello negro. La sacó, tomándola del antebrazo con brusquedad y se la llevó. Tenía dos preguntas en mi cabeza. La primera, ¿Por qué a todos se los llevan al poco tiempo de depositarlos acá y a mí no? Y la segunda ¿Por qué mi carcelero se había comportado tan "amable"? había recibido hoy más alimento que cualquier otro día. ¿Será que ahora se ensañaría con la mujer de cabello negro? No sabía qué pensar sobre eso, aceptar que era un alivio me hacía sentir mala persona.
Nunca me ha gustado aprovecharme del sufrimiento ajeno, pero Dios sabe todo lo que he soportado acá encerrada. A estas alturas solo quería un respiro para recuperar energías para que mi embarazo pudiese seguir avanzando con normalidad. Si mi estado fuese otro, y en mi vientre no creciera un nuevo ser, jamás pondría mi integridad por sobre la de otra persona. Pero en estos momentos solo pienso como una madre que protege a su hijo de lo que sea.
Al cabo de un rato, mi carcelero llegó. Traía de vuelta a la mujer de cabello negro, pensé que le quedaría bien llamarse Noche. Noté de inmediato que Noche caminaba con dificultad. Sus pasos eran lentos, se había ido calzada y ahora venía con los pies desnudos. Nuestro carcelero la traía tomada del brazo, pero la tocaba con recelo. La lanzó en su calabozo y vino hacía mí. Llenó de agua mi jarra y la dejó donde yo la había puesto: en medio del pasillo. Ya se había vuelto rutina entre nosotros. Se fue y yo tomé la jarra, apreciaba demasiado tener agua fresca. Escuché a Noche sollozar muchas veces y también se quejaba de dolor. Me preguntaba qué le habrían hecho, pero no intenté averiguarlo. Por ahora mi situación estaba un poco mejor, no quería arruinarlo.
Pasé todo ese "día" –aunque no estaba segura del tiempo– en vela. No logré pegar un ojo. Ahora mis miedos apuntaban hacia otro lado. ¿Sabrán que estoy embarazada? Y si lo saben ¿Esperan que dé a luz acá en el calabozo para luego azotarme? ¿Y si no me azotan y más bien se llevan a mi hijo? ¿Me dejarían acá encerrada hasta el final de mis días? Si es así, no aguantaría demasiado, al menos moriría pronto. Pero no, no quiero eso, quiero estar con mi hijo y con Ricardo. ¿Si se llevasen a mi hijo se lo entregarían a Ricardo? Y si Ricardo está en un calabozo también esperando morir de vejez ¿A quién se lo darían? Dudo que a mis padres. Estoy segura que si algún día salgo de aquí será muerta o loca.
Hoy ha sido el día –desde que estoy aquí– que más he visto a mi carcelero. Pasé un largo tiempo, sumergida en mis pensamientos con los quejidos de Noche de fondo, pobre mujer. De nuevo, mi carcelero traía a otra mujer, era joven, capaz estaba cercana a mi edad. Era tan hermosa como lo era Noche, con ojos y labios tan llamativos, que aun en la oscuridad del calabozo, podía vérsele unos brillantes ojos azules y unos carnosos labios rosas. A diferencia de Noche no era tan pálida. Su cabello lacio llegaba a la cintura, rubio, un rubio claro, cercano al color de la mantequilla. Ahora no solo tenía la cercanía de Noche, sino también de Día.
El carcelero le asignó el primer calabozo del lado izquierdo, el ala donde yo estaba. Lo que significaba que no pude verla más, pero sí que la oí. Día y Noche discutieron acaloradamente. Parece que se conocían.
No entendía bien la discusión, pero se culpaban entre ellas por encontrarse en la precaria situación de estar encerradas en un calabozo. Noche por su parte le pedía perdón a Día, explicándole que le habían aplicado una tortura para obtener una confesión y esta, desesperada, dio cualquier nombre al azar, ese nombre –el que no logré escuchar– era el de Día, así que fueron a capturarla. Así pasaron las dos mujeres, discutiendo y ofendiéndose continuamente. Por mi parte, estaba agotada, me sumergí en un profundo sueño...
...Estaba caminando a orillas de un río. Con mis pies descalzos, sintiendo el agua fría y la tierra lodosa del fondo con mis pies. Mis manos sujetaban mi largo y pesado vestido azul claro, no quería que se mojara la falda del mismo. A lo lejos, en la otra orilla del río, vi a un chico, estaba de cuclillas a orillas del río. Me acerqué haciendo equilibrio por las piedras y resbalé. Caí de trasero, empapándome toda la parte de atrás del pesado vestido. Estaba avergonzada.
Él, viendo la escena a lo lejos, se acercó corriendo. Para poder percatarse de mi bienestar, atravesó el río chapoteando el agua con sus pisadas.
– ¿Estás bien? –me tendió la mano para levantarme. La tomé.
– Sí, eso creo –dije ruborizada por la vergüenza.
– Bueno, me alegro que no haya sido nada grave –me sonrió con dulzura. Le correspondí la sonrisa.
Observé al chico por un rato, se me hacía conocido. Escudriñé su rostro, sin ocultarlo siquiera, ese atrevimiento hizo que él se sonrojara.
Al cabo de un rato lo comprendí, sí le conocía ¡Era Ricardo! Estaba segura. Aunque no tenía los mismos rasgos físicos de él, tenía su esencia, sabía que era él. Me sentí en casa, allí junto al río cristalino, el cielo azul, el pasto verde y él presente, sabía que estaba en mi hogar...
Desperté de aquel precioso sueño con mis mejillas húmedas por las lágrimas que corrían de mis ojos. Lo extrañaba con todo mí ser.
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SIETE EXISTENCIAS || La primera: el amor arde
Ficțiune istoricăEl amor entre Fortunata y Ricardo no es precisamente lo que espera la sociedad de la Edad Media. Aunque comienzan a su manera, al final, ellos solo desean una vida en el campo, unidos en matrimonio y rodeados de muchos niños ¿Podrá su amor soportar...