Silencio.

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¡Hey!, aquí estás Ev, ¿trajiste la radio?, -preguntó-.

Ven hay algo mejor, -replique-

Entonces fuimos a la torre más alta de la iglesia. Verás, soy amigo del campanero y de vez en cuando me deja subir por estos rumbos, espero y puedas oírlo, ¿qué cosa?,-preguntó Elizabeth-, eso, -contenté-, señalando fuera de la torre. 

Es tan tan difícil de hacerlo, sabes, es un mundo muy ajetreado y todo parece ir de mal en peor, los norte americanos y sus guerras, y está Rusia, China, Corea del Norte, todo parece que acabará en cualquier momento y mira, nos olvidamos de la sonrisa del padre jugando con su hijo, del ave cantando a las 6 de la mañana, todo aquello. 

Mira, los niños corriendo, el vendedor ofreciendo, ¿sabes cuanta envidia nos tienes los sordos?, ¿sabes cuanta envidia les tengo a ellos por no escuchar lo que se susurra entre los muros?, toda esa porquería envenena, pero escucha, todo está un poquito jodido y a la vez todo está muy agraciado. 

-Me debo de ir dijo Elizabeth a punto de lagrima-, de acuerdo, ya nos veremos en otra ocasión, -contesté-

Para entonces pasaron un par de semanas antes de encontrarnos de nuevo, estuve trabajando en un proyecto de fotografía y no me aparecí por aquellos parques, hasta hoy. 

Ella estaba sentada con una rosa blanca en la mano, tan sólo sentada. 

Hola Elizabeth-introduje-, Hola Evan,-contestó-, tenía la voz de seda, ¿Te encuentras bien?,-pregunté-, se han ido, los dos, se han ido...

Contado de otra manera. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora