Querida Elizabeth.
Fue cuando llegaste, que ya no pude parar de atisbar tú ser.
Cabello de oro, piel de porcelana, todo apuntaba a ti. El olor del té caliente, las hojas de tabaco, la tierra aún mojada.
Era tú irresistible rebeldía la que cautivo mí intriga. Era verte allí sentada, sin miedo a las palabras, puteabas a todo lo que te molestaba. Y allí estaba yo. Medio bañado, medio peinado, medio vivo y completamente enamorado.
Te tardaste poco en darte cuenta de que mí mirada caía sobre ti, tarde mucho en darme cuenta de que también me mirabas a mí.
Era verte sentada junto al gato susurrándole no sé qué secretos. Quizá planeabas romper la soga que lo ataba a aquella casa de madera, quizá igual a la soga que te ata a la casa ajena.
Para entonces poco sabía de ti. Fue cuanto te leí, fue cuando tomaste mí mano que algo pude comprender. Como que el cielo es sólo azul si miras haciaarriba. Que las risas en ocasiones guardan mares de llantos. Que el milagro es la buena salud y que tú compañía a pesar de ser gratuita, vale más que cualquier tesoro encontrado.
Aprendí que el dolor muchas veces se guarda en letras y que tú cuaderno estaba repleto de ellas. Ahora sé que cuando uno necesita ayuda, a veces sólo están los lectores para socorrerte, aunque sólo te digan que les ha gustado tú poema y quizá tu sólo buscabas una salida.
Había olvidado lo que es el amor. Fue cuando tomaste de mí mano y nos pusimos a caminar que sentí de nuevo el amar sin besar, el amar sin tomar.
Querida niña color sol, cuanto he aprendido de ti que no me quedó de otra que decirte adiós, espero y nos veamos pronto... Que me veas como yo te veo, sin las letras, sin los años, que me veas y te veas.
Siempre tuyo Evan Castro.
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Contado de otra manera.
RomanceContado de otra manera, sin embargo sigue siendo lo mismo.