Buen vino.

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Llegamos a eso de las 10 de la noche al bar; una luz humosa, poca gente, mucho alcohol, ella.

¡Hey!, vinieron, ¿qué tal están?, -preguntó-, ya sabes, -le dije-, un día a la vez, un día a la vez.

¿Tinto o blanco?, -preguntó-, tinto está bien, -repliqué-.

La charla estuvo tranquila durante un tiempo, ya saben, lo de siempre, la entropía, las letras, los números, todo aquello.

Pasadas ya una cuántas horas, unas cuantas copas, me confesó: "Es un mundo de mierda".

"Mmh", pueda que lo sea, -señalé- pero no todo el tiempo, -agregué-.

Tomo un largo trago, vámonos, -me dijo-, no tengo a donde ir, -contesté-, ven a mí casa, -agregó-.

Nos quedamos recostados al lado del árbol. El maldito me dejó, se fue un una no sé quién, y me dejó.
Vaya... eso era, eso escondían aquellos ojos,-pensé-

¿No te parece que es un mundo de mierda?, digo, no sólo por él, por todo.
Trabajo no hay, y si lo hay es por unos míseros centavos, te levantas, comes cartón, trabajas de 8 a 6, aunque no es así. Regresas, te cambias, comes cartón y vuelves. Porquería de mundo, -concluyó-.

Podría ser peor, -señalé-. ¿Podría?, -preguntó-. Sí, podrías estar sola está noche y no lo estás.

Bueno, debo de admitir que la compañía y el buen vino es algo que tiene a favor este mundo, ¡ah!, y Charles, ven peludo, ven. -dijo-

Acerca de este tipejo, ¿qué pasó?, -pregunté-.

Contado de otra manera. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora