Capítulo IV: El portal

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El día posterior a mi cumpleaños, sería la gran fiesta exclusiva de bienvenida a la primavera. Toda la sociedad iba ir, un lugar con mucha gente y sus largas lenguas no era realmente emocionante. Tampoco porque tuviera alguien con quien divertirme y conversar.

— Agh, diablos—susurré apretando mis dientes por el pinchazo en mi hombro.

—Lo siento, señorita Alice—se preocupó.

—Está bien, no fue nada—aclaré.

La modista terminaba los últimos ajustes al vestido. Este era un azul cielo con blanco y detalles dorados que hacían juego con unos guantes de seda. En la parte trasera de la cintura, lucía un perfecto moño celeste más oscuro. Para mi gusto, era algo muy extravagante e incómodo. Además del corsé, que siempre lastimaba mi espalda. Pero mi tía lo envió confeccionar para mí, ella sabía que esto no me gustaba, pero lo aceptaba solo por la idea de que fuéramos a ese lugar.

Ayer en la tarde, luego del encuentro con las voces, las cuales aún no sabía si habían sido producidas por mi imaginación o realmente, tuvimos una celebración simple pero bonita. Bailamos unos de mis bailes favoritos y toque algo de piano. Fue muy divertido. Habían preparado un pastel de cerezas muy elegante. Estaba muy agradecida con todos.

Cuando acabé de arreglarme, Emily vino por mí y bajamos hacía la sala. Mi tía estaba en la ventana, mirando un punto fijo. Se veía seria y preocupada.

— Que bien te ves—la hice sobresaltar.

Llevaba un vestido rojo oscuro que resaltaba su morena piel. Junto unos guantes negros y un peinado elegante. Ella era la definición de elegancia en este caso.

—Pero tú te ves aún mejor— extendió sus manos y me acerque tomándolas. Me sonrío de manera extraña.

—¿Pasa algo, tía? —dudé.

—No, no te preocupes—asintió—. Vámonos o se nos hará tarde.

No tuvimos mucha platica en el camino a la Casa Real. Me dedique a observar por la ventanilla del carruaje en todo momento.

Cuando nos fuimos acercando, distinguí enormes portones de color dorado que se alzaban hasta arriba. Se abrieron y en cada lado había tres guardias con un uniforme elegante cuidando la entrada. Antes de llegar a las puertas de la Casa, se extendía un jardín verde lleno de flores exóticas, fuentes y estatuas.

El carruaje paró y un joven hombre nos ayudó a bajar. La Casa era enorme, juro que parecía tocar las nubes. Era de un color crema con todo tipo de relieves y detalles.

—Muy fascinante, ¿no? —me habló mi tía al notarme atenta a la estructura.

—Mucho—le sonreí.

Nos dirigieron al jardín, dónde me encontré con una fiesta llena de ladies, duques y más personas importantes. Muchas señoritas llevaban sus parasoles debido a que el día estaba soleado y cálido. No me pude dar cuenta de llevar uno. Nos presentaron y entramos a la celebración.

Mi tía empezó hablar con unas señoras, como no conocía a nadie siempre estaba con ella. Su conversación sobre las ultimas modas, noticias y compromisos estaba algo aburrida. Suspire. Me alejé de su grupo y me dispuse a recorrer el lugar. Comida en abundancia, platicas y claro, música.

—Lady Alice— escuche detrás de mí. Volteé y ahí estaba Darling. Sonreí e hice una reverencia por cortesía.

— Darling...— ladeé mi cabeza en forma de saludo.

— Que gusto verla— imitó el saludo.

— Igual me da gusto.

— Es una fiesta muy bonita, la mejor del año. ¿No le parece? — miro el alrededor.

— Si— copié su acción—. De hecho, la primera que quizás me agrade.

Ella río con gracia. Sus gestos y movimiento eran demasiado perfectos. Darling tenía el cabello tan negro como la noche, ojos marrones claro y la piel como la blanca. Vestía un hermoso vestido de encajes dorados. Y como puedo olvidar mencionar su parasol del mismo tono. Al parecer yo era la única que no le temía al sol.

—Has visto, ¿si se encuentran los Devonshire? — busco en su alrededor.

— Acabo de llegar, no los he visto— contesté. De seguro buscaba a Simón.

— Oh, bueno. Iré con las demás señoritas, ¿quieres acompañarnos? — me hizo señas y ubique a su grupo más atrás.

En realidad no. No quería quedarme con ellas, seguro tendrán una platica aburrida.

— Yo... Yo las alcanzare luego, voy a seguir viendo la fiesta— excuse.

— De acuerdo, hasta luego— se despidió y también lo hice.

Me infiltré más entre la gente hasta llegar a un laberinto de arbustos y flores. Me pareció interesante y el barullo ya me estaba cansando, por lo que me aventuré en él.

Estaba tranquilo. Sólo se oían los ruidos del día. Me tomé mis minutos antes de encontrar la salida al otro lado. El bosque choco frente a mí a una distancia. Así que el laberinto separaba el jardín del bosque. Interesante.

Y como si fuera casi imposible, las escuche de nuevo.

Alice. Alice. Alice. Alice.

No era mi imaginación. Era real.

Alice.

Suspire.

—¿Qué? —pregunte. Pero no obtuve respuesta. Volví a respirar hondo—¡¿Qué?! —grité.

De nuevo no hubo respuesta. Que tontería. Estaba perdiendo mi tiempo con esto. Me di vuelta para volver por donde vine.

No te vayas. ¡No te vayas!

Me volteé. Fruncí el ceño.

Ven, vamos.

— Pero... ¿a dónde? ¿a dónde quieres que vaya? —camine más adelante—¿Dónde estás?

Ven. En el bosque. Ven.

¿El bosque? Ni de chiste, ¿por qué en el bosque?

Ayúdanos, ayúdanos. Ven, vamos.

¿Ayuda? Sentí un impulso. Caminé hasta dónde el bosque chocaba con el jardín. La brisa me enredo el cabello. Me interne en él. Cada vez más adentro. Llegué a un claro. Ya no estaba la brisa, ni las voces.

—Muy bien...— giré.

Escuche una risita. Una risita de una niña, un niño. No lo sabía.

— ¿Hola? — susurré.

Otra vez la risita hasta que la brisa volvió, pero fue fría. Algo que no identifique cruzo por mi lado. Riendo.

Vamos, sígueme.

Seguí la voz. Cada que avanzaba, todo se volvía más oscuro, más frío. Llegué a unas escaleras de piedra marmolada. Me abracé y comencé a subirlas. La risita del infante me persiguió.

Había una luz azul, blanca, brillante. Seguí subiendo hasta llegar más arriba. Frente a mí había una puerta. Un arco de piedra, de donde provenían las luces.

Arrugue mi frente. El aliento me salió por el frío que estaba sintiendo. Se filtraba por mis guantes.

De pronto, el collar empezó a brillar de un rojo. Cada vez más, un brillo que me hirió los ojos. Había viento.

Alice.

Las voces y la risita.

Cruza. Cruza. Cruza.

¿Cruzar? ¿Por esa puerta? Me acerque hacia ella. Brillo mucho más al igual que el collar. Este empezó a vibrar. Como si fuera que quisiera que crucé realmente.

Cruza. Cruza. Cruza.

Cantaban. La risita se escuchó dentro de la puerta. Extendí la mano y el brillo me acaricio la piel. La risita se oyó más emocionada y las voces empezaron a cantar. Suspiré y sin saber a dónde, crucé la puerta. 





Alice y el collar de Suller © ✔️ ( #1 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora