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—¿Estás bien?—preguntó y su voz se llenó de dulzura.

—Perfectamente.—musité atontado.

Me sonrió, y aquella sonrisa hizo que miles de burbujas se inflaran en mi estomago.

Miré hacia arriba, sintiéndome más seguro que hace unos segundos y me encontré con el cielo grisáceo. Luego miré hacia mis lados, los ladrillos se elvaban formando un edificio barroco y arraico de color beige. Oía el murmullo de las personas delante de nosotros, un murmullo ininteligible para mí, su idioma era diferente al mío; mientras que el gondolero pasaba el remo por el agua y hacía mover la góndola provocando que la brisa me acariciaba el rostro.

—¿Sabes por qué se llama el Puente de los Suspiros?—preguntó Jae, interrumpiendo mi análisis del paisaje.

—¿Por qué?

—Bueno, este puente une al Palacio del Duque con la antigua prisión de Inquisición. Da acceso a los calabozos del palacio y los prisioneros veían desde aquí el cielo y mar por última vez, y suspiraban.

—Nada romántico.—me reí.

—No, pero la gente le ha dado tanta fama que el nombre le sirvió a unos poetas para inspirarse en ese género literario.

Me reí, encantado por su brillante explicación.

—¿Por qué te ríes?—preguntó divertido.

—Porque pareces de esos profesores de colegio y me haces sentir como un alumno.

Perché in questo caso sono felice di essere il vostro insegnante.—rió.

No sé que me había dicho, pero sea lo que sea me hizo ruborizar, el acento italiano adornaba su melodiosa voz de terciopelo y hacía que las burbujas en mi estómago se agrandaran más.

—Tendré que aprender italiano.—mascullé.

El soplo cálido de su risa me acarició el rostro, apartando la brisa de la gélida mañana.

—Lo que dije fue; Que en ese caso, estoy encantado de ser tu profesor.—dijo—Y si quieres, puedo enseñarte italiano también.

—Me encantaría.

Jae no solo era un adonis en persona, sino que ¿tenía que resultar tan terriblemente encantador también?

Tomé la cámara y saqué un par de fotografías a la construcción barroca que admiraba, por accidente o casualidad, mi lente también capturó el bello rostro de oro que tenía a mi lado.

Cuando el viaje terminó y pisamos tierra firme, el estómago me rugió de hambre, recordé entonces que no había desayunado ni comido nada. Até mis brazos alrededor de mi abdomen y rogué que se callara.

—¿Tienes hambre?—adivinó Jae.

Hice un mohín por ser descubierto y luego asentí sin decir nada, completamente apenado.

—Conozco un buen restaurante aquí cerca, ven.—me sonrió, emocionado. O al menos eso era lo que parecía y me hizo seguirlo.

Dirigí mi mirada al auto de Jae y él volvió a adivinar mis expresiones.

—No está tan lejos, podemos ir caminando.—me sonrió de nuevo, y esa sonrisa me obligó a seguirlo hipnotizado.

Apresuré mi paso y llegué hasta su lado, me sentí... tonto; él parecía un modelo de revista y yo... un adolescente común y corriente.

—¿Qué te gusta? Además de tomar fotografías, claro.—preguntó.

—Bueno... la lluvia, oír cómo cae y golpea todo.

𝐌𝐚𝐧𝐮𝐚𝐥 𝐃𝐞 𝐋𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 - 𝐉𝐚𝐞𝐏𝐢𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora