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Me levanté de la cama y me serví una taza de café con leche. Caminé hasta el librero y saqué de la orilla izquierda un sobre amarillo que abarcaba el último espacio en toda la hilera de libros. Caminé de nuevo hasta la mesa y lo dejé allí, indeciso de mi siguiente acción. Me le quedé mirando un buen rato, ¿qué tanto daño podía causarme mirar su rostro en aquellas fotografías? Sabía que desde que se las mostré a DoWoon, no las había vuelto a sacar porque cada vez que me acordaba de Jae, el corazón latía con dolor; pero, pensar lo lejos que se encontraba, me hacía tener la necesidad de sentirlo cerca, aunque sea en fotografías.

Rocé con la yema de los dedos el borde del sobre y vacilé con el cordón rojo que lo mantenía cerrado. Quería verlo... pero el timbre sonó. Alguien llamaba mi puerta, seguro era DoWoon. Tomé el sobre y lo puse encima de una silla y luego agarré una frazada azul y me envolví con ella. Me apenaba un poco que la gente me viera en pijama. Pero entonces me acordé de Jae, aquella vez que había llegado al departamento de WooSung y me había visto en el mismo pijama que ahora traía puesto; ignoré la punzada de dolor en el corazón y corrí escaleras abajo para abrir la puerta.

—DoWoon, hola.—dije y sonreí.

—Veo que estás a salvo, ¿no chocaste anoche?—bromeó, mirando su camioneta. Me reí.

—Pasa.—abrí más la puerta y lo dejé entrar. Fue detrás de mí en las escalera hasta que llegamos a mi habitación.

—¿Te acabas de despertar?—preguntó.

—Quizás.

Se rió y luego miró el sobre amarillo sobre la silla, en su mirada había un destello enigmático. La misma mirada había puesto la primera vez que le mostré el contenido de aquel sobre.

—DoWoon, ¿gustas chocolate caliente?

—¿Eh?—me miró—Ah, sí, claro.—me sonrió.

—Sírvete, mientras voy a cambiarme.—dije, ignorando esas miradas misteriosas de DoWoon. Seguro sólo se acordó de lo que había en él, nada más.

Me fui a mi habitación y me vestí casual, a fin de cuentas no importaba mucho la ropa que usáramos, todo iba oculto debajo de algún abrgo que el frío invernal nos obligaba a usar.

Salí y vi a DoWoon sentado en la mesa, tomando de su taza de chocolate.

—¿Listo?—me preguntó, poniendo la taza al lado del sobre amarillo, sobre la mesa.

—Listo.—le sonreí y me dirigí hasta él, tomé el sobre... ¿Qué no lo había dejado sobre una silla? Suspiré, a lo mejor ya me estaba volviendo loco. Coloqué el sobre en su sitio de antes, hasta el final de todos los libros que nunca abría y luego me giré hacia DoWoon.

—Vámonos.—le sonreí, de nuevo.

Fuimos hasta un nuevo laboratorio de fotografías que DoWoon había descubierto hace un par de días, estaba más cerca de mi casa y por lo tanto no tardamos mucho en llegar.

Cuando revelamos todas nuestras fotografías, apartamos las mejores y luego, rumbo a la agencia de publicidad en donde se encontraba aquella persona de la revista, nos dirigimos.

—¿Ya estás mejor?—me preguntó DoWoon, dejando las bromas infantiles con las que íbamos divirtiéndonos todo el camino. Suspiré. Él tampoco había olvidado lo sucedido ayer.

—Se fue.—musité, bajando la mirada.

—¿Cómo que se fue?—dijo, sin comprender.

—Ya no vive en Venecia, ya no está con WooSung.

—¿Y tú cómo sabas?

—SungJin me contó, o mejor dicho, le supliqué que me contara.—levanté la mirada—Él se fue.

𝐌𝐚𝐧𝐮𝐚𝐥 𝐃𝐞 𝐋𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 - 𝐉𝐚𝐞𝐏𝐢𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora