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La voz femenina anunció mi vuelo, había llegado la hora.

Me paré y caminé para dejar las maletas, luego guardé el boleto en mi bolsillo. Caminé hasta la fila de personas que aguardaban para subir el avión y formé detrás de la última.

Miré hacia atrás, hacia todos lados mientras me mordía mi labio inferior, vi a toda la gente, todos los rostros... ¿qué estaba pensando? Él no vendría. Me volví a girar y caminé lentamente hasta que llegó mi turno, la azafata me revisó el boleto.

Bon vogaye.—me sonrió, devolviéndome el boleto. Di una última mirada alrededor y suspiré. Cerré los ojos y deseé ferviemente que él apareciera, tan sólo para decirme adiós. La gente seguía pasando a mi lado cuando los abrí. Me faltaba magia, porque los rostros que veía, seguían siendo desconocidos.

Resultaba inúltil desearlo, esperar que él... pero por supuesto que no, ¿en qué cabeza cabe? Volví a reírme de mí mismo, sin atisbo alguno de alegría y caminé hasta el avión.

Me senté en el asiento correspondiente, forrado de azul y luego miré por la ventanilla circular. Ningún movimiento fuera del avión me pareció inusual.

Decidí relajarme, ya era demasiado tarde para cualquier cosa, para todo. Ya nada tenía sentido.

El estómago me rugió y hasta ese momento caí en cuenta de que no había desayunado nada. Esperaría la merienda del avión y me esforzaria en dormir, eran bastantes horas las que me esperaban de camino y tenía que adaptarme a mi horario.

Una voz femenina se escuchó por todo el avión, primero en italiano, luego en inglés, y por fin en mi idioma, para después seguir hablando.

El avión despegaría en dos minutos. Las ruedas comenzaron a moverse y a rodar por el pavimento, el rugido del motor era claramente palpable. El tiempo se había acabado. Cerré los ojos, no quería ver como mi corazón quedaba en ese lugar; pero detrás de mis párpados su rostro apareció y gemí de dolor. Los recuerdos se proyectaron como una película en mi mente mientras el avión se elevaba en el aire.

El primer día que llegué, su sonrisa, esos jean ajustados que usaba esa noche... una lágrima corrió por mi mejilla.



[...]



Me removí en el asiento y abrí los ojos para estirarme, había dormido bastante y un relámpago me había despertado. Miré por la ventanilla del avión, surcada por gotas de lluvia, las nubes pasaban escuetas en un cielo completamente oscuro; bajé mi vista, la ciudad se vislumbraba con un montón de motas de luz amarilla. Sentí alivio y a la vez dolor. Por fin había llegado a Seúl, estaba en casa de nuevo; y al comprenderlo, me sentí bastante lejos de mi corazón.

Las luces de la ciudad brillaban con intensidad y desde arriba era bastante hermoso. Por supuesto, era de noche.

Dos horas después, el piloto anunció que aterrizaríamos por fin. Las luces se fueron haciendo más grandes conforme nos acercábamos a Tierra firme.

Cuando el avión aterrizó, y bajé de este, supe que ya no había vueltas atrás, todo había acabado; aunque hubiera acabado mal. Fui por mis maletas y vi la hora en el reloj del aeropuerto de Seúl. Eran las once de la noche con cuarenta minutos.

Salí al exterior, en donde el frío invernal arrasaba de una manera abrasadora y la lluvia caía furiosa sobre la ciudad, obligándome a abotonarme la chaqueta. Tomé el primer taxi a mi alcance, chorreando por completo cuando la lluvia me alcanzó.

Subí a la parte trasera del auto amarillo. El taxi arrancó bajo la lluvia torrencial y me encogí de frío en el asiento. En este diciembre la temperatura estaba mucho más baja que en cualquier otro diciembre que yo haya recordado. El aliento salió de mi boca convirtiéndose en un vapor instantáneo. Mis labios fríos anhelaron algunos otros cálidos, su recuerdo vino a mi mente y ni siquiera me esforcé en bloquearlo, ya no tenía caso, ya no importaba, no tenía sentido.

𝐌𝐚𝐧𝐮𝐚𝐥 𝐃𝐞 𝐋𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 - 𝐉𝐚𝐞𝐏𝐢𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora