Adriane

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Abro los ojos y un día más comienza, uno común y corriente, no es que mis días sean corrientes, pero este será como uno, tendré que ir cole de fresitas para averiguar unos datos de un idiota, hijo de un policía, teniente para ser más exactos, necesito conseguir un chip de data, aunque mi misión realmente es las huellas de los padres de los idiotas que estudian ahí, para ser más exactos las de los funcionarios y tenientes.

–Deberías apurarte–dice Marine, una chica de veinticuatro que está cargo de nosotras–ese colegio de hijitos de mamá, abre temprano.

–Que abra temprano no quiere decir que el timbre toque temprano y además aún debo ducharme, luego arreglarme y después iré, ¿ok?

– ¿Es que aún no comprendes que quien manda aquí soy yo?, tu sólo eres una más del montón, de las cualquiera que salen para…

Dejo de escucharla ya estoy acostumbrada a que siempre me diga eso y que se lance con su discurso, pero así como estoy acostumbrada, ya estoy harta, no veo la hora de largarme de aquí, pero sé que es imposible que la marca que me hicieron al nacer, la marca que indica que les pertenezco y que este es mi destino, vivir en la clandestinidad.

–Sí, sí, lo que tú digas, pero debo ducharme–digo y me lanza una mirada asesina aunque para mí eso no significa nada.

Cojo una toalla y me meto a la ducha, salgo me cambio, cojo algo para comer de la cocina y me voy. El uniforme del cole de los hijitos de mamá no está mal, tomo un taxi, porque ni modo que camine.

– ¿A dónde la llevo? –dice el chofer.

–Al colegio de policías, por favor, pero me deja una cuadra antes.

–Por supuesto–dice y arranca.

Mientras vamos de camino no dejo de pensar en que ya estoy harta, necesito el chip de data para escapar de esta vida, lo necesito y lo conseguiré.

–Ya llegamos señorita–dice, le pago y bajo.

–Gracias–digo sonriendo.

Cojo mis cosas, una cartera con los libros y cuadernos que necesito y un file con mis datos, camino hacia el colegio y entonces veo como los hijitos de mamá vienen en sus carros, repaso mentalmente todo lo que debo decir, soy hija del Supervisor Especial Christopher Aragandi de España, sé que no es muy confiable tener a la hija de un supervisor de España y no de Estados Unidos, pero es la única manera de que no me rastreen y den con que no soy quien digo.

Entro al colegio  me doy cuenta de que la mayoría de todos los chicos que hasta ahora han llegado son nerds, así que camino de frente a recepción, tengo una misión, encontrar a un chico llamado Joshua Cage, hijo de un teniente, a la organización debo darle la huella digital del padre y toda la familia, aparte de investigar si es que están cerca de nosotros, pero yo necesito un chip de data que sólo puedo conseguir si es que me acerco a la familia de él, así que no tengo tiempo que perder.

–Buenos días–digo a la recepcionista.

–Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? –dice sonriendo.

–Soy nueva, me transfirieron de la Secundaria de Policías de España.

–Dayane Aragandi, ¿verdad?

–Sí–Dayane Aragandi será mi nombre para esta misión–que bueno que se acuerde de mí, hoy empieza el segundo semestre y no me gustaría demorarme.

–Claro, espera un segundo–dice y abre una puerta a sus espaldas y logro ver archivadores en estantes, coge uno y regresa–veamos…, este, este es tuyo, fírmalo, este es tu horario, normas de la institución, las llaves de tu casillero, las actividades de este segundo semestre y la lista de los profesores de cada área, ahora te toca matemática con el profesor Richter en el aula 205, del pasillo a la derecha.

–Gracias–digo sonriendo, cojo mis cosas y voy en busca del salón, en el que me encontraré con “Joshua” un chico de cabello castaño, capitán del equipo de fútbol americano del colegio, estatura alta, cuerpo fornido, color canela, al que le gusta acostarse con la primera chica que tiene en frente, una verdadera mierda.

Camino por el pasillo, volteo a la derecha y comienzo a buscar el salón.

–212, 211… ¡diablos!

– ¿Problemas? –dice una voz detrás de mí, volteo, es él, es Joshua.

–Si no encontrar el salón de matemática, en el primer día de clases es un problema, supongo que sí–digo sarcásticamente.

–Si quieres te ayuda a buscarlo, ¿cuál es el salón?

–No te importa y gracias–digo apartándome, pienso que me va a seguir, pero no lo hace

– ¿Con el profesor Richter? –grita desde el fondo del pasillo y me detengo, no quiero llegar tarde, no es que me interese la clase de matemática, todo lo que me enseñen aquí y ahora, ya lo sé, me hicieron terminar los estudios escolares cuando tenía catorce, fue ahí cuando me inicié, pero tampoco quiero ganarme mi primera tardanza, además me conviene acercarme a Joshua, así que volteo.

– ¿Por qué? –pregunto incrédula, como si no supiera que está en las mismas clases que yo.

–Porque tengo clases ahí–dice acercándose–205.

–Ya sé que es en el aula 205, pero no la encuentro.

–Y yo sé dónde está.

–Podría buscarla por mí misma.

Toca el timbre.

–Claro, si lo que quieres es llegar tarde a tu primera clase.

– ¿Qué te hace pensar que soy nueva?

–Simple, no te había visto nunca, y así como eres, eso es casi imposible, así que, ¿Qué dices?

–OK, vamos.

Digo y caminamos, supongo que rumbo al salón.

– ¿y de dónde eres?

– ¿no deberías preguntar primero como me llamo?

–No, eso ya lo sé.

Cuando dice ya lo sé me pregunto qué quiere decir, porque técnicamente es imposible que sepa quién soy en realidad y no le comenté nada. Por lo que le pregunto sin poder evitarlo.

– ¿Ya lo sabes?, se podría saber ¿cómo te enteraste? Y ¿cuál es mi nombre?

Se para y me mira incrédulo, luego responde.

–Ya lo sé porque llevas una gargantilla con tu nombre y dice Adriane–ríe y pienso en lo estúpida que he sido por traer la gargantilla en la que dice mi verdadero nombre.

–Ese no es mi nombre–digo y luego me arrepiento, no sé cómo explicarle que no es mi nombre sin que suene raro, entonces viene la pregunta que no quería oír.

– ¿y entonces porque llevas una gargantilla con el nombre Adriane? –pregunta y no sé qué decir, maldigo mi estupidez.

–Diablos–susurro y él sigue ahí parado en frente mío.

– ¿Qué dijiste? –pregunta.

–Nada y no te importa saber mi nombre, así que ¿cuál es el salón?

–Lo tienes en frente tuyo–dice y veo que en frente nuestro está el salón y ya hay chicos dentro por lo que entro sin despedirme siquiera, y sin dejar de pensar en lo estúpida que fui y cómo voy a solucionar esto.

La chica del tatuaje rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora