VIII. El segundo amor.

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Sentado en el asiento del acompañante, Ji Min oía el ruido del motor del auto, sentía el frío el aire acondicionado y oía una suave música en el reproductor mientras miraba al joven alfa que conducía dicho vehículo; nunca había visto un alfa que llamara tanto su atención, así que tenía curiosidad.

- ¿Y? ¿me dirás a dónde vamos? –preguntó Ji Min.-

Ante su pregunta, Jung Kook esbozó una pequeña sonrisa, miró de reojo al omega por un momento, antes de volver su mirada hacia la carretera.

- Ya te lo dije, vamos a cenar. –contestó Jung Kook.-

- Lo sé, pero ¿a dónde? –preguntó Ji Min.-

- Es lo menos importante.

Aquella respuesta dejó aún más intrigado a Ji Min, pero no volvió a preguntar, solo asintió con su cabeza, esbozando una pequeña sonrisa y esperó hasta haber llegado hasta un pequeño puesto ambulante de comida, donde compraron lo que se les antojaba para cenar; aquella fue la primera cita real que tuvo Ji Min en su vida y la disfrutó como nunca, no había mucho qué contar, la química que había entre ellos se podía ver a leguas de distancia, era como si hubiesen sido hechos el uno para el otro, Jung Kook comenzó a cortejar a Ji Min, si es que así se podía llamar aquello, de hecho, podía decirse que no se esforzaba demasiado en impresionar al omega, simplemente era él mismo y eso era lo que más le gustaba a Ji Min de él, a los pocos días podía sentir su corazón acelerado y sus mejillas enrojecidas tan solo por pensar en aquel alfa, se había enamorado otra vez. Se sentía flotar entre nubes de algodón cuando se perdía en los ojos de Jung Kook, las mariposas en su estómago revoloteaban sin cesar al sentir las suaves caricias de las manos del mismo en su rostro, ansiaba sus besos con ansias, aunque nunca se lo decía, ni se lo demostraba, no quería quedar como un tonto si él no sentía lo mismo; sus encuentros se limitaban a salidas juntos a cenar o divertirse, aunque habían pasado varios días no le había permitido entrar a su casa y Jung Kook era lo suficientemente respetuoso como para acompañarlo solo hasta la puerta y retirarse después.

Aquella tarde Jung Kook había dejado su auto en el taller, así que andaban a pie; caminaban juntos por la calle comiendo un helado mientras platicaban de temas diversos, cosas que tenían en común y otras que no.

- Acompáñame a un lugar. –dijo Jung Kook.- es mi lugar especial.

- ¿tu lugar especial? –susurró Ji Min.- está bien, vamos.

El peli-negro esbozó una sonrisa y tomó la mano de Ji Min para así poder guiarlo hacia la dirección que se había propuesto. Las mejillas de Ji Min se tiñeron de carmín al sentir el agarre y pensar que era lo suficientemente importante para el alfa como para llevarlo a un lugar que era especial para él, lo cual lo hizo sonreír, siguiendo los pasos del alfa, tomando su mano, caminando varias calles hasta por fin haber llegado a un edificio en el cual se detuvieron, Ji Min lo miró con atención, luego volvió a ver a Jung Kook.

- ¿qué es este lugar? –preguntó Ji Min.-

Sin responder a su pregunta, Jung Kook volvió a tomar su mano y juntos se adentraron al lugar; aquella era una tienda llena de libros apilados ordenadamente en estantes, era una enorme librería donde casi no había clientela, el ambiente era cálido y acogedor.

- Este es mi lugar especial. –dijo Jung Kook.-

Nuevamente Ji Min sonrió, volviendo su mirada hacia el alfa, para después acercarse un poco más a él y dando un salto de valentía dejó un pequeño y suave beso sobre su mejilla, aún sin haber soltado su mano.

- Gracias por compartirlo conmigo. –susurró Ji Min.-

Algo sorprendido por su beso, Jung Kook sonrió igualmente y asintió, llevando al omega a buscar algunos libros para llevar a casa y leer juntos. Durante el trayecto de vuelta a casa de Ji Min comenzaron a caer poco a poco pequeñas gotas de lluvia, Ji Min miró hacia el cielo nublado y supo que se avecinaba una tormenta, así que sin más que esperar cerró bien la bolsa de plástico donde llevaba los libros, para que los mismos no se mojaran y continuó andando junto a Jung Kook, aunque tuvieron que correr cuando las gotas se hicieron más gruesas y abundantes, llovía a cántaros y ellos reían mientras aceleraban más y más sus pasos, para cuando llegaron al pórtico de la casa estaban empapados, sus ropas y sus cabellos goteaban, pero ellos solo reían por lo que había sucedido.

Víctima del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora