Hombre bestia

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La última pelea de la noche había terminado. Settrigh había resultado vencedor, incluso si el público no lo vitoreaba con el ardor de hacía unos días. Le habían creído un titán invencible y un extraño salido de ninguna parte lo había destrozado frente a media ciudad.

El mestizo disfrutó la celebración de sus admiradores, aunque aún le quedaba el amargor de la derrota fresco en la memoria y en el cuerpo. Repasó las gradas con la vista y encontró un rostro conocido, el antiguo propietario de la arena le observaba con ojos agudos. Sus miradas se encontraron. El tipo se puso de pie, su enorme estatura lo hacía resaltar entre la muchedumbre que se levantaba de los asientos, entre parloteo y desorden.

—Settrigh—Lo llamó con su voz fuerte y rasposa—.veo que los rumores sobre tu ruina estaban muy exagerados. Pareces el mismo de siempre.

Esto último lo dijo aparentando una cierta camaradería, pero Sett podía leer que Dain hubiera preferido constatar su supuesta decadencia.

—Sólo perdí una pelea, no es la gran cosa.

—A veces eso basta ¿Y quién fue el gladiador que te derrotó? ¿alguno de tus amigos noxianos?

Sett apretó los labios y forzó una sonrisa que escondía su rabia. Precisamente el forastero estaba sentado también en las gradas, observando las peleas para pasar el tiempo, era probable que  hubiera escuchado la conversación medio gritada entre el vastaya y el semigigante Dain.

El mestizo entornó los ojos e indicó con la cabeza en dirección al forastero. Dain buscó entre la gente, con grave curiosidad. 

—¿Es ése hombrecillo de azul?—preguntó con la voz escéptica.

Sett sonrió de nuevo, ésa sonrisa filosa que mostraba sus colmillos a medias y que le llenaba los ojos de un ardor de furia contenida.

—Ése mismo, no te dejes engañar por las apariencias.

Dain se alivió de una carcajada profunda de satisfacción.

—Ah Settrigh, tal vez te estás confiando demasiado. Te dejaste vencer por un duendecillo, ten cuidado los yordle podrían oír los rumores y venir a retarte. Un consejo, vastaya. Yo me creí intocable, igual que tú lo estás haciendo.

Aphelios escuchaba la conversación con mediano interés, preguntándose si el hombre bestia y el semigigante terminarían arreglando sus diferencias a puñetazos. Era evidente que se guardaban un rencor mal escondido.

—Puedes retarlo si te crees mejor que él, me gustaría ver qué harías en su contra—dijo Sett, acercándose a las gradas para que Dain pudiera escucharlo mejor.

Los ojos rojizos de Dain se fijaron en Aphelios un instante, lo observó con un aire de menosprecio.

—No sé si valga la pena siquiera. De cualquier manera, no es él a quien quiero enfrentar. Amigo, he estado dándole vueltas a nuestro duelo y quiero una revancha, una pelea amistosa entre viejos conocidos ¿Qué dices? ¿Le harías el honor a un colega?

—Así que llegaste esperando encontrarme medio muerto para retarme a un duelo ¿verdad? pero como ves, apenas me quedó algún rasguño Dain ¿Estás seguro de que quieres luchar conmigo otra vez? Es curioso, la mayoría no vuelve por más.

Dain lo observó a los ojos fijamente. Parecía querer insultarlo, pero se contuvo.

—¿Por qué no me dejas invitarte un trago amigo? Soy dueño de un bar ahora, déjame mostrarte mi hospitalidad, tal vez así hagas a un lado tu paranoia. Además mi gente estará feliz de verte allí. Te tratarán como a un rey.

Sett tronaba sus nudillos distraídamente, con la vista baja. Aphelios tenía un mal presentimiento prendido al pecho. No le importaba particularmente el devenir del mestizo, pero si algo le pasaba o perdía el control de la arena, él también se quedaría sin salario, techo ni comida. Se decidió a intervenir.

—No vayas hombre bestia, éste hombre no te tiene buena fé—dijo en voz alta. Los dos gigantes se giraron a verlo con sorpresa. Dain se rio de nuevo, con descaro.

—Ahora el duende te dice qué hacer, eso es impensable, el orgulloso Settrigh comandado por un hombrecillo azul.

—Cállate Dain, la palabra de éste espantapájaros no vale un dracma para mí. Y para que te quites esa sonrisa de la cara, ya conseguí derrotarlo, lo mismo haré contigo si tanto lo quieres. Espero que haya buena cerveza en ésa pocilga que regentas.

Dain sonrió, ésta vez con camaradería sincera.

—Hay de todo lo que te gusta, viejo amigo. Tengo un par de muchachas que estarán encantadas de atenderte. Deben pensar que eres un semidios u algo parecido, pobrecillas.

Aphelios negaba con la cabeza, había sacado sus dagas para afilarlas. Sett se volvió hacia él con una expresión burlesca. El forastero no levantó la cara para verlo.

—Es una trampa, bestia. Pero eres libre de ser todo lo estúpido que te plazca.

—Cuida tus palabras renacuajo, estás llenándote de pan en mi mesa, no lo olvides.

El mestizo subió las gradas como un león, moviendo los hombros con altanería, siguiendo los pasos de Dain. Aphelios suspiró de decepción, esperaba que el bastardo no muriera.











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