Magia vastaya

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Bajaron juntos a la parte posterior de la arena dónde algunos luchadores solían entrenar. Había tres escalones de gradas y algunos  rudimentarios artefactos de entrenamiento. Otoko los observaba con pereza, mientras se limaba las uñas, tendida en la grada más cercana al suelo.

Aphelios iba aún menos envuelto que el día anterior. Llevaba el torso sólo cubierto de vendas y parecía particularmente interesado por afilar sus dagas. Sett tenía un mal presentimiento al respecto.

—¿Estás planeando algo, verdad lunático? Lo que sea, creo que no va a gustarme.

Aphelios le dirigió una sonrisa taimada y se levantó, con la cuchilla en la mano, caminando hacia Sett. Visto sin toda la complicada vestimenta Targoniana parecía bastante más fuerte de lo que podría suponerse. Su cuerpo no tenía la masa del de un luchador de la arena, pero era resistente. Estaba lleno de cicatrices. Su piel estaba áspera y ajada por los entrenamientos. El vastaya no quiso imaginar el tipo de disciplina que debía soportar para llegar a ése estado.

—Tengo una teoría sobre cómo podrás explotar tu linaje vastaya. Pero tendrás que confiar en mí. Confiar de verdad.

El jefe fijó la vista en el brillo de la cuchilla, imaginando lo que el lunari querría hacerle y enarcó una ceja, indeciso.

—¿Quieres cortarme infeliz?

El lunari tomó una posición de pelea, con la atención puesta por completo en el vastaya, como si estuviera calculando por dónde iniciar.

—Voy a atacarte, sí. No te muevas. Creo que después de cierto punto serás capaz de sentir el flujo de tu magia.

—¡Estás loco! Ni siquiera lo pienses...

Sett tuvo la intención de apartarse de inmediato. Otoko se irguió en la grada, con alarma. El lunari se arrojó sobre el luchador haciendo uso de toda su habilidad para evitar que escapara y le lanzó sus cuchillas sin miramientos. El vastaya intentó detenerlas con los brazaletes de piel que llevaba en los antebrazos, pero le desgarraron el resto del cuerpo. En unos instantes estaba lleno de pequeñas heridas que sangraban.

—¿Pero qué es lo que...? ¡Basta!

El lunari no paró. Era como un espíritu vengativo del folclore de Jonia. Sett sintió un miedo primitivo apoderase de él y pegó los brazos a la cabeza para que los cortes no le alcanzaran la cara. Otoko les gritaba desde las gradas.

—Sólo un poco más. Confía en mí.

Entonces Sett sintió cómo algo se prendía en su pecho. Una energía que antes había presentido pero nunca tan vívidamente. Una corriente que atravesaba su sangre como un fuego. Todo su cuerpo estaba caliente de pronto. 

Los iris le brillaron de un modo innatural y su pelaje se encendió. Otoko y Aphelios lo observaron boquiabiertos durante unos instantes. El lunari dio un paso apresurado para apartarse de la trayectoria del golpe que Sett estaba por adelantar. Y el vastaya expulsó toda ésa energía contra la nada, provocando una luz rojiza que iluminó el sitio durante unos segundos y dejó el suelo marcado de ceniza como si hubieran encendido una fogata.

Settrigh se miró las manos, maravillado por lo que acababa de descubrir. La sola idea de lanzar esa explosión contra sus contrincantes de la arena lo ponía eufórico. Se rio con una voz de campana, llena de  malévola satisfacción y se precipitó a levantar al lunari en brazos con una alegría casi infantil. 

—¿Cómo lo supiste? ¡Eres un genio!

Aphelios no alcanzó a reaccionar por lo que se vio alzado de un momento a otro por el corpulento gladiador, que sin pensarlo lo zarandeó plantándole un rudo beso en la mejilla, entonces casi  arrojándolo al suelo  corrió  hacia Otoko para celebrar separándola también del piso y apretándola sin consideraciones.

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