La aldea

388 60 4
                                    


El poblado más cercano era una aldea de campesinos con unas cuantas chozas y pocas construcciones decentes. No se comparaba con Navori en ningún sentido. Sett observó el panorama con un gesto irónico.

—Vaya cuchitril. Ni esa demonio se acercaría, debe pasarla mejor viviendo debajo de un piedra.

Aphelios  apuró los pasos con esfuerzo y entrecerró los ojos, observando el único edificio que probablemente serviría como hostal en todo el asentamiento.

—Mi aldea no es muy diferente de éste sitio, exceptuando el templo. No todos los poblados pueden ser Navori.

—¿Dices que vives en un lugar como éste?—El vastaya desvió los ojos y bufó, enseñando sus colmillos—Eso explica porque eres así de huraño. Seguramente tus mejores amigos eran las cabras del monte.

—Te sorprendería lo buena compañía que resultan si las comparas con un vastaya hablador.

Las orejas de Sett se movieron hacia adelante, a pesar de lo que dijera el lunari era evidente que no estaba molesto, sólo empezaba a acostumbrarse a responder a la tonterías del mestizo con necedades equivalentes.

El vastaya le dedicó una mirada con disimulo, se dio cuenta de que todavía cojeaba y cada ciertos pasos hacía una fugaz mueca de dolor.

—¡Maldita sea eres demasiado lento! seré un viejo para cuando lleguemos.

El lunari aún no sabía qué responder cuando el gladiador se metió debajo de su brazo y sujetándolo de las costillas lo levantó lo suficiente como para que sus pies apenas alcanzaran el suelo. Tenía de nuevo ésa sonrisa de lobo.

—Ahora sí, correremos hacia ése gran almuerzo que nos debe estar esperando.

El lunari frunció el ceño, sabiendo que reclamar a Sett no tendría ningún resultado. Y trató de impulsarse con su pierna buena, para cargar al menos una parte de su peso, pero el vastaya no necesitó ayuda lo levantó en vilo por un costado y entró a las calles de la aldea como si fuera el dueño del sitio, confiado, mirando a los pocos edificios, tratando de figurar dónde podrían encontrar comida y refugio por un par de días. Aphelios resopló, apartándose el cabello de la cara. Le fastidiaba ser levantado como un espantapájaros sin contar con que los campesinos que pasaban cerca de ellos parecían incómodos recibiendo visitantes. No le extrañaba, los lunaris se volverían agresivos muy rápidamente si un desconocido entrara en sus tierras sin declarar sus propósitos. Para su suerte el pequeño pueblo se mostraba receloso, pero no del todo hostil.

—Sett—susurró en la puntiaguda oreja de caracal. El vastaya se agitó, tenía un oído demasiado sensible—El hostal debe ser ése, incluso tiene un letrero.

El mestizo soltó a Aphelios, despacio. 

—Entonces ¿a qué esperamos? me muero de hambre—.Adelantó su corpulencia hacia la entrada, moviendo los hombros del modo fanfarrón que acostumbraba usar en Navori. Aphelios lo siguió apoyando apenas uno de los pies. La puerta estaba abierta y entraron libremente en lo que parecía una pequeña y modesta taberna. Había pocas mesas y estaban ocupadas en su mayoría, seguramente era uno de los pocos sitios de esparcimiento de la aldea, sino el único. Las miradas recayeron de inmediato sobre el mestizo como si de repente un diablo hubiera atravesado el umbral del negocio.

Sett compuso una extraña sonrisa que Aphelios nunca le había visto. Enseñaba parcialmente el filo de sus dientes, en un gesto a medio camino entre el desafío y el nerviosismo. Se dijo que quizás sería mejor que él se encargara de hablar con el hostelero que los observaba seriamente detrás de la barra. Las miradas de censura dirigidas a Settrigh resultaban demasiado explícitas, tanto que incluso Aphelios se tensó. Ambos avanzaron hacia la barra. El gladiador ya no se movía con la misma confiada soltura de unos minutos atrás.

El lunari hizo una reverencia respetuosa al hostelero, un viejo de barba tupida, con gesto resuelto, de constitución algo rechoncha pero bastante musculosa. 

—Señor venimos desde Navori, en el trayecto nos atacó una demonio.—El lunari se irguió de modo que el hombre pudiera ver sus vendajes—Queremos rentar un par de habitaciones, serán dos o tres días a lo mucho. 

La mujer del hostelero se acercó al oír lo que Aphelios decía, pero su vista de desvió de inmediato hacia el mestizo y su gesto se endureció de inmediato.

—Tú puedes quedarte hombre, pero ése no—.Tajó el hostelero, de nombre Varis, señalando a Sett con un movimiento de cabeza.

El luchador soltó una risa gutural dejando en claro lo absurdo que le resultaba toda la situación. Los comensales lo observaron, incómodos. Varis y su mujer lo miraron también, con ojos poco amables.

—¿Pero por qué no?—insistió el lunari sin dar crédito.

—Los vastayas no son bienvenidos  en ésta aldea, mucho menos en mis habitaciones. 

La cara de Aphelios palideció.

—Él no es un vastaya, es mestizo—.replicó, pensando que ésa precisión cambiaría el parecer del hombre, pero las caras se volvieron aún más adversas.

—Ni hablar. No atendemos vastayas ni híbridos de vastaya.

—¿Híbrido?—La voz de Sett sonó entre quebradiza y furiosa. El hostelero lo ignoró, para dirigirse al lunari.

—Tú puedes quedarte forastero, estás herido. Pero más vale que le digas a tu amigo que dé la media vuelta; puede esperarte en el bosque, después de todo es a donde ellos pertenecen.

Aphelios observó al hostelero con perplejidad y volvió la cabeza hacia Sett, que mantenía una sonrisa de tigre en la cara. Demostraba cinismo pero había un inédito punto de dolor en sus ojos.

El lunari encaró al hostelero nuevamente, con un tono de voz inflexible.

—El dinero es de él. Si no lo acepta, tampoco a sus dracmas.

La pesada mano de Sett se apoyó en su hombro. El gladiador daba un paso adelante hacia el tendero, pasó por su mente la posibilidad de romperle la boca frente a su mujer y a todos los mirones. Pero el lunari necesitaba un sitio donde guarecerse, las noches frías del bosque sólo retrasarían su recuperación y en el estado en el que se encontraba se convertía para Sett en algo de lo que preocuparse.

—Toma la habitación lunático, yo no necesito quedarme en ésta pocilga.

Extrajo una bolsita de monedas de alguna parte del interior de su abrigo y la arrojó a la barra, donde el metal produjo un ruido estridente al golpear contra la madera. El hostelero apretó los labios con molestia, pero se guardó de decir palabra.

—Estaré por allí, no muy lejos. Ven a buscarme cuando estés mejor.—le dijo bajando la voz para  no ser escuchado.

—Júralo—lo retó el lunari, descreído escupiendo la palabra como un reto. Después de todo Sett ya había amenazado con marcharse y ésta era la situación perfecta para hacerlo.

Sett parpadeó con enojo y desvió la mirada hacia el hostelero, con un rencor encendido dentro de sus pupilas.

—Que le aproveche viejo.—dijo señalando la bolsa de monedas y luego escupió el suelo de la taberna.  Se dio la vuelta, lanzando miradas hostiles a quienes se atrevían a mirarlo a los ojos.

Aphelios lo observó salir por la puerta con una sensación angustiante apretada en la boca del estómago. Tenía motivos para creer que el mestizo no regresaría. Adelantó un paso para seguirlo, pero luego una idea lo detuvo. Si el vastaya realmente quería alejarse, volver a su arena en Navori, quizás era mejor dejarlo ir. No tenía sentido retenerlo, se iría en cualquier instante de descuido. 


El forasteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora