El primer día

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Sett entrenaba junto Grappler, su lugar teniente, en el espacio de la arena que era usado para las peleas. Ambos hacían lagartijas y se sujetaban las piernas para las series de abdominales. Habían entrenado juntos por poco más de un año aunque a medida que avanzaba el tiempo era más notoria la diferencia de fuerza entre el vastaya y Grappler, quien rehuía continuamente los puños de su jefe.

Una sombra se aproximó por una de las entradas a la arena. Era el lunari. Había pasado más de una semana postrado. Era la primera vez que se levantaba desde el enfrentamiento con Dain. Tenía color en el rostro de nuevo y una actitud de silencioso engreimiento. Sett le dio una sonrisa de felino.

—¿Así que vuelves a la tierra de los vivos lagartija?  Cualquiera diría que estás orgulloso de tus días de holgazanería.

El muchacho lo observó a través de sus pestañas, con los ojos entornados. 

—Es momento de que te enseñe mi técnica. Quién sabe cuánto más pueda permanecer aquí, así que démonos prisa bestia.

Los dos que entrenaban se pusieron de pie. Sett se vació una cubeta de agua encima para refrescarse mientras que Grappler se tendió en las gradas, ya desgastado por el esfuerzo de los abdominales, se dedicaría  a ver al jefe en su entrenamiento. Le interesaba saber si podría vencer al extranjero.

Sett agitó la cabeza para secarse el cabello como lo haría un perro, Aphelios lo observaba con cierta condescendencia. A veces el vastaya realmente le parecía un bruto. Se desanudó el cinturón  y luego  se quitó la magoja azul, quedando sólo con el traje  que usaba para sus prácticas y se plantó en la arena. Sett lo observó,  sonriendo como un lobo y tronándose los nudillos.

—¡Por fin!

—Ahora veremos como fluyes vastaya. Intenta golpearme.

Sett se abalanzó con el puño derecho adelantado, sus nudillos sólo rozaron el aire. Intentó corregir su juego de pies, pero el segundo golpe tampoco dio en el blanco. En lugar de enfurecerse como antes lo había hecho se tomó unos segundos para respirar e intentarlo de nuevo. El lunari lo estudiaba con ojos perceptivos. Sus ganchos fallaron y aunque en ocasiones conseguía sujetar a Aphelios del antebrazo o de un hombro éste se le escapaba como si estuviera echo de humo.

—¿Pero qué...?—gruñó, procurando mantener su temperamento a raya.

—Este tsunami es más bien un poco de rocío.—le dijo el foráneo, con un acento burlón.

Sett volteó la cara hacia otro lado y estiró el cuello, fingiendo indiferencia, aunque las pupilas amarillas le brillaran como llamas.

—¿Ves algo que deba cambiar o sólo sabes hacer chistes sin gracia?—murmuró, haciendo uso de todo su autocontrol para no maldecir al lunari.

—Son tus pies Sett. Y tus puñetazos son lentos. No los has practicado lo suficiente.

—¡Entreno todos los días!—se defendió.

—No lo suficiente—sentenció Aphelios con una firmeza que no dejaba lugar a excusas—Practica tus golpes, quiero verte hacerlo ¿Cuántas veces eres capaz de repetir el mismo movimiento y a qué velocidad?

—¿Quieres verme? bien, no es algo que no pueda hacer.

Sett se colocó en una posición de boxeo, pero el extranjero lo detuvo con un ademán y se acercó. Estaba quitándose las pulseras y tobilleras de cuentas que llevaba. El vastaya no comprendía para qué. 

—Te servirán de peso extra, están hechas para entrenamiento constante.

Le explicó mientras se las entregaba para que las usara en muñecas y tobillos. El vastaya se las colocó un tanto escéptico. Pero al dar un paso se dio cuenta de que, si las llevaba durante un rato, se volverían verdaderamente pesadas.

El forasteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora