Hombre bestia II

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Settrigh se sentó en el compartimiento privado que le habían ofrecido y tuvo que admitir que Dain estaba cumpliendo su palabra. En la mesa había toda clase de entremeses y bebidas. Dos hermosas cortesanas rellenaban su copa cuando ésta se vaciaba si quiera un poco y le daban de probar todos los licores por los que preguntara e incluso le recomendaban algunos.

Sett se había dicho que se mantendría alerta, pero Dain estaba siendo inusualmente generoso y después de mucha música y tragos el mestizo empezó a sentirse realmente satisfecho. Las cortesanas lo mimaban como a un señor feudal, encantadas por cualquier palabra que pronunciara. En el fondo Sett pensaba que éste era el modo en que merecía ser tratado, por lo que estaba cómodo con la situación. Las mujeres incluso llegaron a darle uvas en la boca y acariciarlo cariñosamente. Le preguntaban por sus hazañas en la arena y por todos los tipos a los que había vencido. Settrigh estuvo feliz de relatarles con detalles cada una de las historias que recordaba.

Estaba ebrio y había comido hasta quedar saciado. No había nada qué temer puesto que era el hombre más fuerte de los alrededores, consumió toda bebida u comida que le resultó deseable y se recostó a medias en la lujosa alfombra, sonriendo confiado frente a sus anfitrionas que lo observaban con deleite y admiración. Cuchicheando entre ellas sobre lo atractivo que resultaba.

De pronto Sett comenzó a sentirse extraño, a pesar de todo lo que había bebido tuvo una sed ardorosa, unos inesperados escalofríos le subieron por la espalda. Se dijo que sería lo mucho que había tomado y que se le pasaría con un poco de agua. Pero de pronto se sintió temblando, a pesar del calor. La habitación y los rostros de las jóvenes aparecían borrosas. Sett parpadeó confuso, con una ligera cara de susto. Su corazón latía muy rápido en sus oídos.

Las mujeres se acercaron, temerosas, para socorrerlo. Le dieron agua, le frotaron alcohol en el rostro para ayudarlo a mantenerse despierto, pero el vastaya se sentía más débil con cada minuto, como si su fuerza hubiera sido drenada de su cuerpo. Una de las muchachas salió del compartimiento para pedir ayuda, Sett la escuchó gritar en el pasillo, oyó pasos de varias personas que se acercaban, pero Dain no llegaba para socorrerlo, estaba rodeado de tres hombres armados. Las mujeres corrieron espantadas fuera del privado.

Settrigh se puso de pie, mareado, trató de adoptar su posición de pelea. Pero apenas conseguía mantenerse consciente.

—¿Qué me diste maldito?

Dain sonrió con cinismo. 

—Eres demasiado soberbio para ver cuando estás en peligro. La arena será mía de nuevo, de un modo u de otro.

Los hombres entraron en el privado, pisando la mesa y los cojines, incluso algunas botellas, y se lanzaron sobre Sett, que consiguió atinar un par de golpes, pero no había potencia en sus puños. Lo arrojaron sobre la mesita que se rompió con su peso. Y lo apuñalaron una vez en un costado, sujetándolo de brazos y piernas. Settrigh bramó de dolor, agitándose sin conseguir más que patear a uno de los sujetos. Dain lo observaba desde su altura, impasible.

—Terminen rápido y procuren no hacer más ruido.

Dain salió del compartimiento y uno de los hombres acercó el cuchillo al cuello del vastaya, pero no llegó a usarlo. Una de las puerta corredizas fue atravesada por el forastero, dagas en mano, que arrojó a los hombres lejos de Sett y apuñaló a dos de ellos, que se arrastraron fuera de la habitación causando un nuevo revuelo en los pasillos del bar. El tercero se arrojó sobre el lunari y a cambio fue golpeado en pleno rostro con el mango de su daga, quedando indefenso frente al guerrero, medio ciego y sin deseo de seguir peleando.

Settrigh se empujó hacia el biombo derribado, cubriéndose la herida. Intentó distinguir quién era la persona que lo habría librado de Dain, pero apenas podía abrir los ojos. 

El forasteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora