Aran Kang es un detective novato que busca proteger la ciudad de una secta satánica que los aterroriza: el círculo. Es así como logra salvar a Sara Miller, que se convierte al instante en la única víctima con vida.
Rápido, Aran aprende que el juego...
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La noche cayó finalmente en la ciudad de Portland. Las noticias variaban entre muy pocos temas. Era lo usual, cuando algo realmente grande acontecía los medios hacían oídos sordos al resto de las problemáticas que no tendrían un uso mediático. Los cuerpos encontrados en la casa abandonada era uno de los puntos fuertes a discutir, los resultados de la autopsia estaban demorándose y la gente no hacía más que crear teorías inútiles.
El siguiente tema fue la oportuna desaparición de Steve Pine. Los comentarios iban desde la negligencia de las autoridades locales hasta las especulaciones sobre lo oculto y sombrío.
Daba igual lo que se hablara, incitaban indudablemente a una paranoia colectiva. Hombres y mujeres en sus casas, por igual, comenzaban a temblar del miedo. Muchas familias comentaban en las redes sociales sobre el terror a salir a la calle y muchos adolescentes escribían sin cesar sobre quedarse en sus casas el día de mañana.
Aran cambió de canal hasta encontrar una película de acción sobre autos que se convertían en robots, le bajó el volumen hasta ser solo un murmullo en la habitación y miró hacia la puerta del baño. El ruido de la ducha le ponía los pelos de punta.
Esta era la primera vez que se encontraban totalmente a solas. Hada se había quedado con la familia Carver, Aran le había prometido que todo se solucionaría tarde o temprano y comenzaría con su vida usual. Esperaba no equivocarse, ya había perdido varios días de clase y suponía que no sería la única alumna pasando por lo mismo luego de escuchar el noticiero.
Suspiró y trató de relajarse. Sentado allí, en la cama de hotel, con sus piernas estiradas y cruzadas, solo podía quedarse mirando el techo ante la expectativa de lo que podría avecinarse.
No dejaba de pensar en lo mismo una y otra vez, como si fuera un adolescente primerizo. Lo sacaba de quicio. Eso era algo que solo Sara pudo sonsacar de él, la clara necesidad de que le viera como un hombre, de sentirse como tal. No solo un hermano mayor, no un detective, no una persona entre miles. Y le estaba costando mucho reprimirse porque era la oportunidad de ser auténtico por primera vez en mucho tiempo, de poder pensar en sí mismo y en lo que deseaba.
Y la deseaba.
Tanto así que no había notado la bruma espesa que cubría todo el semblante de la rubia al regresar a casa. Había estado tan metido en sus propios pensamientos que no reconoció el hecho de que Sara estaba inusualmente callada. Su mirada se había perdido durante todo el camino por la ventana de vidrio y sus dedos se entrelazaban tensos sobre su regazo. Parecía pequeña, asustada y compenetrada en un mar de oscuridad perceptible solo en sus ojos claros.
Ni bien habían llegado, ella escaneó por completo todo el estacionamiento y el resto de las habitaciones. Se aseguró que la puerta estuviera bien cerrada y las cortinas corridas y se internó en el baño a sabiendas que todo ese peso que tensaba su cuerpo no se iría de otra forma.
Se sentía falta de energía y totalmente traspuesta. Detestaba ese sabor amargo que trepaba en su garganta y cerraba su estómago. Odiaba lo que significaba, le daba ganas de reírse por lo estúpidamente hipócrita que era.