𝑬𝑷𝑰𝑳𝑶𝑮𝑶

44 1 0
                                    

Costaba creer la calma que se vivía en la ciudad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Costaba creer la calma que se vivía en la ciudad. Era falsa, claramente. Era una mentira, un antifaz de paz que vestían para no carcomerse la cabeza pensando que ellos seguían allí, caminando con otra máscara a su par.

Muchas personas habían desaparecido después de la gran noticia: Ketillgud estaba muerto. O eso lo parecía al menos.

El cuerpo estaba, sus fieles desaparecían, se dispersaban, mentían, se culpaban, gritaban en la jefatura y muchos otros simplemente preferían caer con su líder. Matarse les resultaba mucho más atractivo que el simple hecho de afrontar que se habían llevado por el peor camino posible.

Un camino sellado en la superficie por esa marca de hierro ardiente, por un pacto a sangre fría que los llevaría directo al mismísimo infierno.

Era mucho mejor que afrontar los cuestionamientos de la sociedad, de saber que todos los verían como cucarachas, alimañas que recorrían la noche.

Carl había corrido todo el camino hasta su casa con Cindy a cuestas. Los roles se habían invertido, ella parecía la distante y sombría ahora. Él solo un chico aterrado que no sabía cómo manejar la situación.

Su mente estaba en constante procesamiento de ideas. No creía que Ketillgud se haya ido así como así, podría volver en cualquier momento. Podría haberse arrastrado entre las sombras y ahora los vigilaba a todos, esperando agazapado su nueva oportunidad.

No había más que incógnitas y culpables.

Los diarios y noticias se referían diariamente a la tragedia llena de asesinatos, caratulado como "La Noche Roja". Donde los sectarios se desenmascararon y arrasaron con un grupo entero. Los familiares enojados estaban por todos lados: en los hospitales, en las jefaturas, en los noticieros, haciendo campañas y cortando calles. Sobraban.

No eran pocos los que podrían explicarles a esas familias lo que había ocurrido con aquellos desparecidos, simplemente se habían ido. Tan sencillo como eso porque lo más probable es que estuvieran realmente muertos, y ninguno hablaba...

Carver había tenido problemas con ello, desde puestos más arriba le cuestionaban un sinfín de cosas. Su declaración parecía un cuento de fantasía —o más bien de terror— que nadie quería creerle. Cansado de ello, firmó su renuncia una semana después de haber concurrido con Aran al entierro de sus compañeros caídos.

Era eso o encerrarse en un hospital psiquiátrico y tener de compañero a su antiguo jefe, Wagner.

Nadie supo nunca por lo que había pasado, pero los balbuceos a veces lograban tener un poco de sentido común y los enfermeros anotaban terrores de todo tipo. Pesadillas que parecían perseguirle, sueños que vivió despierto. También hablaba de una cara perfilada como diamante, de lengua bífida y ojos de serpiente que profesaban muerte.

Cuando Carver presentó su renuncia, automáticamente Aran pidió un traslado.

Regresar a su departamento le resultó una de las cosas más costosas después de la ida de Hada y Mary. Por suerte, esas cajas no se llenaron solo con su esfuerzo. Carver estuvo allí en todo momento, con una mano en su hombro cuando lo sentía desmoronarse.

EL CÍRCULO ©  |  #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora