𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑰𝑵𝑻𝑨 𝒀 𝑺𝑰𝑬𝑻𝑬

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Carver los dirigió a toda marcha hasta aquel club nocturno que les mencionó hace tan solo segundos atrás

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Carver los dirigió a toda marcha hasta aquel club nocturno que les mencionó hace tan solo segundos atrás. Aran había chequeado la información en internet y, como decía él, sí existía.

Según lo que sabían, el club había sido revisado por arriba. No había mucho qué hacer sin una orden de allanamiento, pero el dueño había colaborado dejando entrar a un pequeño grupo de investigadores cuando el círculo recién comenzaba a hacerse latente y las autoridades no tenían ni una mínima idea de dónde investigar.

Aunque pareciera estúpido, se habían decantado por varios clubes nocturnos. Uno de ellos con aquel nombre que hacía alusión al infierno: Averno.

También es lo que el hombre había mencionado en el bosque, el nombre que Carver escuchó cuando espiaba la conversación al salir del túnel. Estaba aturdido por todo lo que había pasado, pero la razón le había golpeado con una cachetada de realidad para que prestara la suficiente atención.

La esposa de Carver se quedó en la casa, el hombre le había ordenado que volviera con su hija y el resto de la familia. Se habían despedido a murmullos unos cuantos segundos, sabiendo que lo que pasara ese día podría cambiar sus vidas para siempre. El detective entendía que estaba a punto de arriesgar su vida. Su estómago apenas resistía las imágenes que le habían hecho vivir, una y otra vez, en aquel túnel. Sin embargo, por eso mismo continuaba. No quería ver a su familia muerta, no podía resistir la defunción de ningún otro compañero. Además, tenía que saber qué había pasado con Rita O'Donell. Si seguía allí, dentro de su mente, o simplemente algo más usurpó su cuerpo. Si era la última opción, plantaría una bala en su cabeza por el honor a su compañera y la seguridad de sus seres queridos. Estaba decidido.

—¿No es bastante obvio? —inquirió Mary, apareciendo entre los asientos delanteros—. Digo, Averno...

—Un poco petulante —le cortó Aran.

—Parece un chiste —se quejó Carver, la vena en su cuello se hacía notar y sus nudillos se volvieron blancos al apretar las manos en el volante—. Uno de mal gusto.

Sí, todos habían notado la broma implícita tras el nombre del club. Era bastante obvio. Eso despertaba en ambos detectives cierto grado de cólera, estaban jugando con vidas humanas y se disponían tan fríamente a ocultarse sobre sus narices con aires vanidosos. Se los imaginaban riéndose por el hecho de haber pasado desapercibidos tanto tiempo cuando los investigaron —si es que aquellos policías no habían actuado a favor de ellos.

El veneno corroía sus venas.

—Según Google abren a las doce, debería estar cerrado —les avisó Aran revisando la información del lugar en el celular de su compañero, el suyo estaba bien perdido—. Saben lo que esto significa, ¿no? Lo complica todo, ¿cuántas personas van al club todas las noches? ¿Son sospechosas? ¿No lo sabrán? Habrá que seguir una investigación minuciosa cuando los hayamos aprendido. Quién frecuentaba el lugar, quiénes trabajan allí...

EL CÍRCULO ©  |  #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora