Ciudad Colmena comenzaba a despertar.
Sykes no recordaba la última vez que había caminado por esas calles, pero podía afirmar sin miedo a equivocarse que nada había cambiado: los mismos olores agudos y pegajosos mezclándose en el aire contaminado; la misma luz azulada, perenne y tartamuda iluminando las calles; los mismos ruidos de los coches mezclándose con las voces de la gente y los gritos de los animales o con los quejidos de las puertas sobre sus goznes oxidados.
Se sentía sucio.
Podía oler el humo pegado a su ropa y a su piel. Descartada la opción de ir a su casa, decidió pasar la noche en el Barrio de los Cartones. Allí los mendigos le ofrecieron un sitio en el que descansar. Se calentó junto a alguno de los fuegos improvisados que llenaban de sombras fantasmales las ennegrecidas paredes de ladrillo rojo. Esa mañana, antes de abandonar el barrio y tras asegurarse de que nadie le veía, se quitó la mascara y la tiró a un contenedor verde donde varias ratas disfrutaban de su particular festín.
Miró el callejón desde la distancia, vacilante, temeroso. Un escalofrío incómodo le recorrió la espalda. Había pasado mucho tiempo. Demasiado. Pero no se le ocurría nadie más en quien poder confiar. Buscó alguna forma de evitarlo, de retrasarlo al menos, así que entró en una cafetería atendida por un hombre terriblemente deformado por culpa de las reprogramaciones baratas. Pidió un café, si al sucedáneo aguado e insípido que le sirvió el hombre se le podía llamar café, y un bocadillo de carne sintética que devoró hambriento. Antes de irse entró al baño para lavarse un poco. No le gustó el hombre que le miraba desde el espejo.
Accedió al callejón resoplando para alejar la angustia y esperó paciente frente a una anodina puerta hasta que esta se abrió con un chasquido. Un fuerte olor a humedad recorría el largo pasillo apenas iluminado por una bombilla desnuda y titilante en la pared del fondo, justo encima de la puerta de acceso a la sala circular donde varias personas esperaban impacientes, la mayoría con los rostros pálidos y sudorosos, mirando sin ver con unos ojos que parecía que iban a estallar tras las ennegrecidas cuencas ojerosas.
Pasaron los minutos. La sala cada vez más abarrotada. Sykes permanecía apartado a un lado. Cuando el suelo comenzó a descender, los yonquis se agolparon tras las puertas empujándose con toda la fuerza de la que eran capaces, que no era mucha, a la espera de que el ascensor terminara su descenso.
Las puertas se abrieron con un molesto chirrido, permitiendo a los yonquis salir patizambos. Cruzaban salas oscuras llenas de gente con los ojos en blanco conectados a las distintas tomas que germinaban en las paredes. Cuando alguno veía una toma libre se lanzaba presuroso, tratando de adelantarse a los demás, y se conectaba soltando un bufido de puro placer con la mandíbula desencajada y los labios cubriéndose de baba lechosa.
El hedor se hacía cada vez más insoportable a medida que avanzaba. Orín, sudor y heces se mezclaban con el humo del tabaco y el olor putrefacto de los cerebros comidos por la ciberdroga. Sykes maldijo sus sensores olfativos estropeados.
Pequeños robots cobradores en forma de cubo recorrían las salas conectándose a los kaizens de los clientes. Cuando alguno se quedaba sin dinero, lo desconectaban y le avisaban con una voz metalizada que abandonara el local. Era un aviso amable. Sykes sabía lo que sucedía cuando los clientes declinaban esa invitación.
Llegó a una sala vacía escondida detrás de una cortina raída. Solo. Sus acompañantes habían ido desapareciendo en el camino.
Al final de la sala, una puerta de nuevo, sin pomo, tan solo un gran trozo de metal dibujado en la pared. Dirigió su mirada hacia la esquina donde sabía que una cámara le observaba. La puerta se abrió al cabo de varios minutos permitiendo el paso de la música. Tiró el cigarrillo al suelo, junto a los otros. Los contó. Cinco en apenas veinte minutos. Estaba nervioso. Pero ya no había posibilidad de huir. Ya no.
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Almas mecánicas
Science Fictionhttps://www.amazon.es/Almas-mec%C3%A1nicas-Javier-Canto-Sahag%C3%BAn-ebook/dp/B098MX8V1R/ref=tmm_kin_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=&sr= En un mundo surgido de la mentira donde la suerte de los inocentes está en manos de unos pocos y la vida se difumin...