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Paul Teltet realizó una ponencia breve, sin demasiados detalles. Migajas protocolarias. Después observó la sala esperando las preguntas de los periodistas. Detuvo su mirada en Talaban. La maldita Eloise Talaban le observaba a su vez como un cazador astuto observa a su presa incauta. Pero hoy no. Hoy no será tu día. Deberían haber cerrado el Transmetropolitan hacía tiempo. Qué importaban las acusaciones que se hubieran podido verter contra la Acrópolis. Desaparecerían con la primera ventolera colectiva. El individuo goza de una gran memoria que las modas sociales se encargan de borrar con rapidez.

Como se imaginaba, la ronda de preguntas estaba siendo benevolente. Nada que no pudiera sacudirse como quien espanta una mosca molesta. Luca Dante, ministro de Comunicación y Propaganda, había hecho bien su trabajo. La conferencia de prensa estaba siendo retransmitida en todos los canales y no podían cometer errores. La reputación mantenía el orden y el orden mantenía las cosas como deberían estar.

Talaban continuaba en silencio. Tomaba notas en una libreta de papel, como esos viejos periodistas de corbata sucia y puro mordisqueado a medio fumar. Hasta para eso había salido retorcida. Pasado un tiempo, alzó una mano manchada de tinta azul. Paul sabía que no podía ignorarla para siempre.

—Sí, señorita Talaban —dijo varios minutos y muchas preguntas después.

—Muchas gracias, señor ministro. Se ha referido usted a tres atacantes. He tenido la oportunidad de visitar el lugar del crimen, y todos los testigos coincidían en que tan solo eran dos los atacantes. El otro...

—Ese hombre, y hasta que nada nos indique lo contrario, es consi-derado otro atacante. Creemos que el hombre vigilaba el local a la espera de sus cómplices.

—Le rogaría que no me interrumpiera, señor ministro. Como le decía, el otro hombre también fue atacado por lo que no entiendo muy bien su proceder en este caso. Lo lógico sería tratar de encontrar a los atacantes, no a un cliente que salió huyendo.

—Huyó junto con sus dos cómplices.

—No según los testigos. Además...

—Tiene que entender la confusión del momento. Los testigos no son confiables en tales circunstancias.

Eloise Talaban asentía descontenta.

—Según los testigos, el hombre estaba reuni...

—Como le acabo de decir, mientras no hallemos nada nuevo, daremos por supuesto que había tres atacantes.

—Pero...

—Podemos pasarnos así la tarde entera, señorita Talaban. ¿Desea realizar alguna pregunta más?

—Tengo entendido que Pete Levre llevaba retirado varios años.

—Ya sabe que esa gente nunca se retira del todo.

—Sin embargo, creo que esta vez sí que lo había hecho. Al parecer llevaba un negocio de restauración en Baco. Y se había casado y tenido dos niñas.

—La avaricia rompe el saco, señorita Talaban —dijo Teltet arrancando varias sonrisas entre los asistentes. Todo el mundo conocía a Pete Levre. Y nadie le apreciaba. Era cierto que había rehecho su vida en Baco, pero no había cambiado en exceso. No fue elegido al azar. Sabían que sería fácil engañarle. Demasiado codicioso. Un trabajo lucrativo. Sencillo. Apenas un viaje de un cuadrante a otro con un cargamento que podría transportarse en otra nave. Él viajaría tranquilamente en una nave de pasajeros. Le pagarían en la cantina una vez terminara el trabajo. El señuelo perfecto.

—Demasiada casualidad que la patricia Lucille Rivas se encontrara en el mismo local que él, ¿no cree?

—Bueno, no quiero resultar frívolo, pero podríamos decir que la patricia Rivas se encontraba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Estamos tratando de averiguar qué hacía en un lugar como ese.

De nuevo Talaban asentía descontenta.

—¿Y qué me puede decir sobre los sistemas de seguridad de los Suburbios?

—Rotos en su mayoría. Apagados el resto. Ya sabe lo difícil que es mantener los sistemas de seguridad.

—Sin embargo, aquí en la Ciudadela no tenemos problemas.

—Porque no los andamos rompiendo.

Más sonrisas. Todos menos Talaban sonreían. Paul y Lenny Cole cruzaron una mirada ufana.

Talaban se disponía a continuar. A pesar de los golpes, se resistía a caer. Era incansable.

—De acuerdo, caballeros. Muchas gracias por su asistencia. Segui-remos informando a medida que tengamos novedades.

Paul lanzó una última mirada burlona a Talaban. Ella le sostuvo la mirada, desafiante, como la guerrera que era. Lástima que eligiera esa profesión. Habría sido una gran ministra.



Almas mecánicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora