Enara Morgan sólo tenía un objetivo: descubrir la verdad entorno a la sospechosa muerte de su madre. Por ello, decidirá dejar su apacible vida en las montañas cercanas a la Muralla María y alistarse al Ejercito de las Murallas, con la esperanza de e...
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24 de diciembre, Cuartel General del Cuerpo de Exploración, Territorio de la Muralla María.
Con una sonrisa infantil y los ojos brillantes, Enara observó con emoción la decoración navideña que empezaba a lucir el comedor del Cuartel General.
Varios soldados (entre ellos Yohan, Chiara y Hedwin) alzados en altas escaleras de madera colgaban guirnaldas verdes de gran envergadura que recorrían de una pared a otra, con pequeños colgantes dorados en forma de estrellas, que se balanceaban con más ligero movimiento. En las mesas que habían abajo en el suelo, por una vez (ya que siempre eran proporcionados en bandejas plateadas), habían sido colocados los platos, los cubiertos y los vasos, todos adornados con pequeñas cintas rojas, blancas y verdes. Además de lo anterior, también sobre la misma superficie de madera, habían sido dispuestas para cada soldado pequeñas servilletas de color rojo, dobladas con forma de estrella, debajo de unos candelabros dorados con forma de árbol, situados en el centro; en cuyas ramas, varias velas parpadeaban a luz de sus propias llamas. Al fondo de la sala, un enorme abeto, cuya punta alcanzaba el techo, también era revestido con sus mejores galas: otras guirnaldas de varios colores, colgantes de regalos, estrellas o copos de nieve y, la protagonista de todo, la estrella dorada.
Estaba muy orgullosa de como estaba quedando, como organizadora de toda aquella festividad. Sí. La habían "escogido" para aquello. Al principio, no le había hecho ninguna gracia que Erwin le transmitiera la noticia de que, como nueva capitana, le parecía buena idea dirigir a los soldados para preparar aquel día tan especial, antes de que se marcharan a visitar a sus familias en aquellos días de festividad. Así, como una "sugerencia", pero que en sus ojos celestes la recién capitana había podido leer la orden entre líneas.
Todo desprendía un ambiente de paz y armonía, propio de una fiesta tan necesitada para los soldados. Un descanso para sus mentes atormentadas de recuerdos indeseables. Sin embargo, un grito a sus espaldas interrumpió cualquier atisbo de calma. Con irritación, se dio la vuelta y miró con las manos sobre las caderas como Jean (encargado del traslado de la decoración del almacén al comedor), rojo de vergüenza e ira, le ladraba un par de cosas a Abel (el encargado de las pequeñas decoraciones) que sonreía con malicia junto a la puerta con el brazo alzado por encima de la cabeza del otro. Al lado de ambos chicos, Sasha y Connie (los encargados de barrer las ramitas y hojas procedentes del abeto) se descojonaban como nunca antes los había visto.
-¡Ah, no!¡Te digo yo a ti que no!-Le gritaba Jean a Abel.
-Venga, hombre, no seas así. Conoces la tradición, no puedes negarte- Le contestó el otro, manteniendo su sonrisa en sus labios-¿Dónde quedaría tu espíritu navideño? Si te portas mal, no tendrás regalos.
-Me cago en tu vida ¿Portarme mal?¡Si eres tú el que ha trapicheado esta maldita situación!
Ignorando la pelea de ambos chicos, Ena se acercó a los dos que se reían de la situación. En su interior, se arrepentía de haberles pedido a ninguno de ellos que le ayudaran con la decoración. Estaba segura que más que cooperar, pondrían todo patas arriba "Ten fe, me dije ilusamente, ten fe"
