Enara Morgan sólo tenía un objetivo: descubrir la verdad entorno a la sospechosa muerte de su madre. Por ello, decidirá dejar su apacible vida en las montañas cercanas a la Muralla María y alistarse al Ejercito de las Murallas, con la esperanza de e...
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Sucesos del pasado.
Año 840. Distrito de Shiganshina. Territorio de la Muralla María.
El sonido de las campanas retumbaba por el pacífico y humilde distrito, alterando a la población con su potente tañido. Pese al ensordecedor ruido, no hubo gritos ni el pánico corrió por los ciudadanos. Sabían que aquellas campanadas no eran por la amenaza de los titanes. Aquellas mismas campanadas solo significaban una cosa: que los héroes regresaban de su misión. El Cuerpo de Exploración volvía a las Murallas.
Sentado en lo alto de la enorme edificación, con los pies colgando en el vacío y una pequeña sonrisa plasmada en el rostro, Hannes observó como desde las profundidades del bosque situado al frente de la Muralla María surgía un pequeño escuadrón con la misma cantidad de soldados que cuando partió. Una sensación de alivio recorrió su cuerpo. La misión había sido un éxito, no se habían perdido vidas. Simplemente era increíble. Sacudiendo la suciedad de su uniforme, se incorporó y se levantó del borde. Al hacerlo, uno de sus compañeros se acercó y se situó junto a él, observando la lejanía con una sonrisa ante el regreso de la alborotadora número 1 del Distrito de Shiganshina.
-Presiento que las cosas se van a poner algo inquietas-Comentó su compañero, soltando una risa al aire.
-Y que lo digas. Nuestro debes es mantener el orden y la paz, pero con esa sabandija cualquiera lo consigue-Le siguió la corriente, Hannes, provocando que ambos rieran con más ganas.
Pasaron unos minutos hasta que el soldado bajó con el EMT de las alturas y se situó junto a la entrada de la Muralla. A su alrededor, una multitud, expectante por el regreso triunfal del Cuerpo de Exploración, se empezaba a concentrar en el lugar, impidiendo el paso. Sin embargo, bastó un vistazo la rosa roja que tenía bordada en el pecho, para que la población se apartara y le permitiera avanzar, situándose finalmente junto a sus compañeros. Los otros soldados, atentos a los que se encontraban en lo alto de la Muralla, esperaban la señal para abrir el enorme portón y permitir la entrada al escuadrón. Un momento agridulce por la mezcla de sensaciones de alegría por el regreso de los soldados y de miedo por la necesidad de estar atentos y controlar que ningún titán pudiera causarles problemas. No obstante, aquella vez, como las anteriores, nada dramático ocurrió. Con un par de cañonazos, acabaron con los titanes que los siguieron y, así, los exploradores pudieron internarse sin ninguna complicación en la seguridad de las Murallas.
