Capítulo 5: Pesadillas

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Me incorporé de la cama como si fuese un resorte, perdida, con necesidad de consuelo. No grite, pero me tapé los oídos fuertemente para que desapareciese de mi cabeza. Todavía tenía los ojos cerrados, pero mi sonrisa se disipó. Era un pitido infernal. Era insoportable, lo odiaba.

Aun retumbaba en mi cabeza cuando me decidí a abrir los ojos, temblorosa. Poco a poco el pitido se distorsionó y pude hacer que mis brazos se relajasen. Agarré las sábanas. Miré al frente. La ventana estaba cerrada, al igual que  la cortina transparente. La persiana no estaba cerrada del todo, ya que dejaba entrar la luz de los primeros rayos del alba.

-Otra pesadilla...

Me deje caer de nuevo a la almohada. Mis manos arrastraron las sábanas para protegerme del frío. Me quedé mirando al techo.

-Otra igual... no entiendo a que vienen estas pesadillas...

Me giré hacía la lámpara, encima de la mesita de noche, donde aguardaba el despertador a que llegasen las siete en punto para despertarme con su molesto ruido y anunciar que empezaba otro día más en el instituto.

Aún quedaban unos cinco minutos para que sonase. Seguiría reflexionando sobre mi pesadilla repetitiva, sí, la que me venía cada dos semanas. Nunca fallaba...

-Pero esta vez, me he despertado con una sensación algo más agradable... pero no me acuerdo de nada en particular...

El despertador comenzó a sonar. Eran las siete. Era hora de comenzar un fantástico miércoles... nah. Demasiado entusiasmo.

Me levanté de un salto. Atravesé el pasillo para llegar a la cocina a desayunar.

Abrí el refri, y pillé un cartón de leche empezado. Se acabó nada más dar el primer sorbo. Cuando fuí a preguntar a mi madre que donde estaban los cartones de leche para empezar a desayunar, recordé que mis padres ya no estaban. Se habían ido de viaje hace ya como dos meses. Estaban muy lejos... y ahora aun más después del accidente de avión. No recuerdo a donde iban a ir, pero en cualquier caso... estarán en un lugar mejor...

Al decir esto, me recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Se me habían quitado las ganas de desayunar. No sé porque me había dado por preguntar a mi madre, si ya debería estar más que acostumbrada a vivir sola...

Directamente me fui a preparar. Me vestí con un blusón blanco y unos vaqueros ajustados junto con unas deportivas también blancas. Me fui a peinar. Me reflejé en el espejo. Mis ojos eran grises, pero esta mañana eran de un gris más intenso que otros días, aunque mi flequillo laceo no dejaba que se viesen mucho. Hoy en cambio, brillaban, los notaba distintos.

Me acerqué más al espejo para mirarlos con más profundidad. Lo toqué con el codo, el que retiraba mi cabello de la cara. Mi reflejo empezó a moverse como quien toca la superficie del agua con un dedo. Se crearon ondas por todo el ancho y largo del espejo.

-¿Pero qué...?

Me dio un pequeño mareo que me hizo retroceder del espejo. Mi mano izquierda, por inconsciencia, la puse sobre la frente. Esto hizo que me tapara unos instantes mi campo de visión...

El espejo no se movía. Lo toqué con el dedo varias veces, pero este no reaccionaba. ¿Fue mi imaginación? Demasiado realista me parece a mí... Creo que debería desayunar, que si no...

Vi la hora del reloj analógico a través del espejo, que se reflejaba detrás de mí. Eran... eran...

-¿¡Y veinticinco!? ¡Qué no llegó!

Rápido, cojo la mochila. Antes de cruzar por la puerta para irme, quedo indecisa por unos momentos. Cierro la puerta y echo la llave.

Acto seguido, corro por las escaleras casi a la velocidad de la luz, bajando de tres en tres.

Between Life and DeathDonde viven las historias. Descúbrelo ahora