La luz de la habitación había adquirido una tonalidad rojiza que lanzaba un sucio resplandor ocre sobre la pared. Ahora toda la estancia parecía más pequeña, como si la oscuridad de los márgenes los hubiese encerrado en ese pequeño círculo alrededor del fuego. Ya era de noche.
A medida que la mujer relataba aquella historia, John había mostrado una expresión pensativa; con el ceño fruncido recorría los objetos más cercanos, volvía una y otra vez la vista sobre la pequeña mesa, las tazas, los cigarrillos...
Un nuevo asombro se había abierto paso en él mientras escuchaba a la anciana, y por momentos, aquel segundo relato había conseguido perturbarlo. Era una mujer muy ingeniosa. Mucho más de lo que él había pensado. Eso no era obra de una aficionada. Además... estaba claro que había jugado su mismo juego, y de una manera brillante. Aquello era extraordinario.
Entonces se le ocurrió.
Ésa era la idea que necesitaba para su novela:
El escritor y su vecina. Él la visita y decide contarle la idea de su próxima novela, la historia de un asesinato destinado a encubrir a otro, el verdadero. En ese relato su vecina es la víctima y él el asesino. Pero él deja entrever que tal vez no se trata de una ficción. Lo hace porque aquella mujer lo irritó esa tarde, o por la simple y perversa vocación de provocar miedo, que también lo había llevado a ser un escritor de novelas de suspenso. Lo que él no esperaba, es que después ella hiciera lo mismo...
Esa idea le gustaba mucho más que la anterior. La misma señora Greenwold, sin saberlo, se la había dado. Y se preguntó nuevamente: ¿acaso aquella mujer era una escritora?
-¡Vaya!, en realidad comienzo a pensar que es usted una verdadera escritora de novelas policiales -dijo sin disimular su entusiasmo.
-Me alegra saber que se ha divertido -dijo ella, tras lo cual se incorporó, y dando media vuelta, se perdió en las sombras de la sala.
-Tomaré lo que usted dice como un cumplido-agregó mientras John veía la silueta de la anciana alejarse unos pasos y abrir una pequeña vitrina. Ahora regresaba. En su mano izquierda sostenía dos largas agujas de acero de las que pendía un breve tejido color ciruela unido a su ovillo; una pequeña pelota de lana que se cayó al suelo. Rápido, como si escapase de la luz, rodó por la alfombra hasta detenerse a unos metros de donde se encontraban. Desde allí apenas se distinguía su forma pequeña y redonda. Sus miradas se cruzaron un segundo, antes de que él se levantase a recogerlo.
Apenas se incorporó vio a la anciana con el atizador en una mano. En la otra, apretadas contra su pecho, del tejido sobresalían las agujas. Ella sonreía:
-Oh, lo lamento...
-No es nada -él extendió su mano alcanzándole el ovillo, pero ella no lo tomó. En su lugar le señaló la mesa y dijo:
-Déjelo allí, yo añadiré algunos leños a la chimenea.
No dejaremos que el fuego muera... -apenas inclinada, sin dejar de mirarlo, agregó un leño al fuego y apartó algo de ceniza hacia un costado- La vejez me ha proporcionado placeres que, en verdad, de joven nunca sospeché que serían para mí tan importantes. Sencillamente no podría imaginar mi vida sin el tejido... y las novelas - dijo, sentándose para dar comienzo a su labor:
![](https://img.wattpad.com/cover/275235426-288-k806712.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Los vecinos mueren en las novelas
Mystery / ThrillerJohn Bland, un escritor de novelas policiales de escaso éxito, acaba de mudarse al campo con su esposa. Cuando ella, sorpresivamente, debe regresar a Londres, John decide presentarse a su única vecina, una anciana solitaria que lo invita a tomar el...