VIVIR EN EL CAMPO NO CAMBIARÁ LAS COSAS

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La tarde caía. En la habitación, todavía alejadas de las ventanas, las sombras parecían ocupar el espacio desde el fondo de la casa, opacando con la lentitud del atardecer los contornos de los muebles y los libros. Afuera se extendían disciplinadas por los últimos rayos del sol y hacían perder, casi inadvertidamente, todos los contrastes en un verde difuso, aterciopelado, cada vez más oscuro.

-Tal vez ese viaje haya sido toda una experiencia para usted... pero debo decirle que es apenas una anécdota.- John dijo esto en un tono vago, impersonal, que reservaba para su más venenosas sentencias. -Y personalmente no me resulta muy atractivo para escribir algo sobre eso, lo siento.

La anciana, que hasta ese momento le sonreía expectante, por unos segundos mantuvo la misma expresión hasta que, finalmente, la decepción se dibujó en su rostro:

-Oh, realmente lo lamento, yo pensé... que podía resultarle de algún interés.

John vio que el humor de su anfitriona a todas luces había cambiado. Tal vez para disimularlo, ella se levantó y encendió una lámpara que se hallaba en una mesa justo detrás de John. Lo hizo en silencio. Después, antes de sentarse nuevamente, colocó otro leño en el hogar. Todo esto duró casi medio minuto, y parecía despreocupada cuando dijo:

-Sí, claro... esto es apenas una anécdota. Seguramente la idea para su próxima novela es más interesante, ¿verdad?

-Eso espero, al menos tengo la impresión de que podría ser una buena historia -dijo con falsa modestia. Y con la última palabra, John recordó que ella ya le había hecho esa pregunta. Y que él había respondido que no. Ahora, muy hábilmente, la hacía de nuevo. Y esa pequeña trampa lo hizo quedar como un imbécil. No pudo disimular una mirada furiosa. Era una mujer lista, sin dudas...

-¡Oh!, sabía que la tenía. Por favor, sería un gran honor para mí escucharla, señor Bland -la voz era dulce, como siempre, aunque a John le sonó como una orden.

Sin embargo John no se inmutó. Sonrió de una manera en que no lo había hecho hasta ese momento, y pensó:

"¿Quieres la verdad?, bien... te diré la verdad".

Pero antes de pronunciar una palabra, hizo algo extraño: se levantó, tomó el atizador que estaba a un costado del hogar, y removió casi innecesariamente la pequeña fogata mientras decía:

-No me gustaría demorarla demasiado. Tal vez usted espera a alguien.

-Oh no, temo .que recibo muy pocas visitas, yo...

La anciana lo miraba algo sorprendida. John colocó otro leño y volvió a su asiento. El atizador permanecía aún en su mano izquierda:

-Comenzaré desde el principio. ¿Sabe?, la tarde en que vinimos a conocer la propiedad pasamos por este camino y vi a una mujer mayor en el jardín. Era usted, es decir -hizo una pequeña pausa-... yo sabía que aquí vivía una mujer. Y hoy, mientras subía para llegar hasta aquí, me percaté de que su casa era la única, aparte de la mía, en este lugar. Y fue entonces que sucedió.

Los vecinos mueren en las novelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora