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────CAPÍTULO SEIS:
OPHELIA
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(omnisciente)
Ophelia nunca fue buena entablando conversaciones o haciendo sociales.
Nunca le fue necesario, los primeros años de su vida la única compañía que tuvo fueron las arañas que se colaban en el ático y, muy pocas veces, la de su madre. Pero además de eso, jamás tuvo que preocuparse por ello, al menos hasta que conoció a Aleksander y comenzó a descubrir un montón de cosas con respecto a los humanos ¡tenían sarcasmo! ¡películas! ¡infinitos gustos de helado!
A Ophelia le costó demasiado comprender las interacciones sociales, como se supone que debe actuar, hablar o decir en presencia de otro.
—Entonces... ¿si alguien me pregunta como le queda su atuendo, tengo que decirle que le queda bien aunque realmente no sea cierto? —le había preguntado a su hermano con una mueca sin llegar a entenderlo del todo.
Aleksander se rió entre dientes antes de voltearse hacia el escritorio de Ophelia, donde reposaba un extraño artefacto desmantelado en el que estaba trabajando.
—Puedes decirle, con educación, que el atuendo no le favorece. Debes suavizar el golpe.
Ophelia frunció el ceño.
—¿Por qué lo suavizaría? —preguntó confundida—. Si le queda feo, le queda feo.
Aleksander, por alguna razón que ella no comprendía, volvió a reírse.
—Déjalo, no tienes arreglo.
—¿Estoy rota?
—No, es solo una expresión —le había dicho él—. Tu no estás rota, Ophelia. Jamás lo pienses.
Ophelia bufó mientras se acercaba a su hermano y observaba atentamente como sus manos se movían ágilmente sobre aquel extraño aparato.
—Las expresiones son raras, no las entiendo—admitió—. Como las personas ¿por qué debo mentirle para que se sienta bien? A veces creo que jamás voy a entender como funciona el cerebro humano.
