Generosidad indeseada

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— El vino y las monedas, por su vida. 

El poderoso impacto de la mirada jade dejó a la cabra y a sus hombres helados, estaban llenos de determinación y autoridad. 

La cabra observó al mapache con las monedas encima y estiró sus manos hacía ella, dispuestos a aceptar el cambio, la oferta era apetitosa tanto como el vino. 

Aunque tenía diversas dudas en su cabeza sobre la extraña eriza, no era normal que se defendiera a un ebrio y mucho menos una dama, sin duda alguna el coraje provenía de su padre. No quiso entrar en conflictos y se rindió frente a las costosas bebidas.

— Si vuelve a aparecer aquí, no tendremos piedad - Declaró con autoridad mientras ella le cedía las botellas. 

Amy maldijo en su interior, pero tuvo que aceptarlo. Además, esperaba que el erizo comprendiera el sacrificio que había hecho por él y que no tendría una segunda oportunidad para salvarlo si la situación se repetía.

La cabra regresó a la cantina acompañado por sus trabajadores quienes miraron descontentos el arreglo, tenían ganas de apalear al erizo.

Cuando desaparecieron por la puerta, ella suspiró liberando la tensión en su cuerpo, le costaba haber regalado las botellas y parte sus ganancias, propinó un pisotón con todas sus fuerzas antes de darse la vuelta, estaba molesta, pero no se arrepentía de la decisión. 

Cuando se dio vuelta para hablar se percató de que no estaba, solo un rastro de agua y lodo. 

Juraría que hace unos segundos el erizo permanecía dormido. 

Aún con la confusión brotando por su mente, decidió apresurarse y buscarlo, ebrio y sucio asustaría a cualquiera en ese estado y los hombres de Knuckles no dudarían en echarlo de las calles.

Siguió las marcas de botas enlodadas y tierra mojada hasta llegar a una del zona de campo, el pasto sucio le indicaba por dónde debía caminar, alzó ligeramente la falda de su vestido para no mancharla y continuó con cuidado hasta que llegó a la puerta de un viejo granero y entró. 

Todo era casi oscuridad, excepto que en la cima del granero hay una pequeña ventana de madera abierta, dejando entrar un poco de la luz.

Abandonado por lo que podía ver, el polvo se sobresalía por todas partes, había paja vieja y seca regada en el centro, como si la estuviesen usando como cama. Aunque el edificio fuese de piedra había sido mal construido y las ventiscas de aire entraban por los orificios, el frío le recorrió el cuerpo y se frotó los brazos para darse calor. 

— ¿Dónde puedes estar?...- mordió su labio mientras pensaba, de haber sabido se iría de esa forma no le hubiera quitado un ojo de encima. 

Quizá tenía miedo de que ella fuese a cobrarle con trabajos pesados, aunque que podría ser un buen arreglo. 

Le había salvado la vida y también necesitaba ayuda con el sembrado de las uvas. 

Sus pensamientos se interrumpieron con el sonido de cuencos caerse en la parte trasera y se apresuró a salir ¡No podía dejar que volviese a escapar!

Se asomó cuando escucho el sonido del agua caer, volvió a levantar un poco su falda y se acercó hasta notar al erizo sucio limpiándose el rostro con una cubeta. Toda su ropa seguía manchada y su barba era igual de sucia que todo su aspecto. 

— ¿Por qué huiste? - dijo tratando de aguantar las ganas de correr.

El erizo ahora de pie, era más alto de lo que imaginaba, estaban en un lugar vacío y comenzó a pensar las posibilidades de lo tonta que había sido al aventurarse sola. Pero él no parecía interesado, siguió dándole la espalda.

Cherry Hill - SHADAMYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora