10. "Mar de emociones."

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—¡TODOS USTEDES SON UNOS IDIOTAS! ¿¡CUÁL ES SU MALDITO PROBLEMA!?

A Amira se le iba a reventar una vena.

Acababa de ser testigo de cómo se llevaban a su mejor amiga a quién sabe dónde para quién sabe qué y los imbéciles que eran sus hermanos la habían detenido de ir por Karissa.

Decir que no estaba teniendo un buen rato sería... subestimar la gama de sus emociones.

Sin poder soportar compartir el espacio con ellos por más tiempo, Amira salió del pabellón temblando de la ira. Apenas podía controlar las ganas de golpear a alguien, así que decidió alejarse lo más posible de cualquier persona, y según tenía entendido, el bosque era la mejor opción para eso.

Ignoró la vocecita en su cabeza que le recordaba que el bosque tenía algunos monstruos y se adentró al lugar sin darle bola a nada que no fueran las ansias de violencia que le recorrían las venas.

¿Cómo podían simplemente dejar que se llevaran a Karissa? ¡Y lo que es más, detenerla de ir a su lado!

Solo pensar en lo que podrían hacerle a su amiga le revolvía las entrañas. Quería tomar a Will del cuello y sacudirlo hasta que vomitara sangre, ¿en qué estaba pensando?

Amira no era estúpida.

Había leído suficientes poemas sobre mitología para saber que todos tenían un factor común, y era la crueldad de los dioses. Lo que fuera que fueran a hacerle a Karissa en el Olimpo no sería nada bueno, eso era obvio. ¿Pero qué podía hacer ella? No sabía cómo ir al Olimpo tampoco, además, aún si lo hiciera, la pregunta seguía siendo la misma: ¿qué podía hacer al respecto?

Respiró hondo, deteniéndose en medio del bosque.

Se pasó las manos por la cara, presionando sus palmas contra sus ojos.

Miles de ideas cruzaban su mente, cada una peor que la otra, recordando al tipo que aún seguía castigado con un pajarraco comiéndole los órganos, o al que debía empujar una piedra cuesta arriba por la eternidad. Si así había sido para ellos, ¿qué le quedaba a su amiga?

¿Qué le quedaba a Karissa?

¿Y qué le quedaba a ella si no esperar por las consecuencias?

De repente le ardían los ojos.

Se sentó a los pies de un árbol cercano a calmarse, pero sus emociones estaban demasiado alteradas como para volver a su cauce. Por un lado, estaba aterrorizada del castigo que podrían darle a Karissa, le temblaban las manos en una mezcla de ira y horror que le susurraba que ni siquiera la volvería a ver, pero por otro lado, estaba la pura, llameante, cegadora furia que la invadía en contra de los dioses. Era tan obvio que era debido al supuesto juramento de Hades, Poseidón y Zeus, el juramento que los tres idiotas habían roto sin miramientos, y era tan malditamente injusto.

En menos de un mes sus vidas habían tomado un giro tan monumental gracias a ellos, un cambio que ni siquiera habían pedido, tan poco bienvenido que Amira se deshacía en ganas de gritar sobre la injusticia de ello. ¿Qué derecho tenían a poner sus vidas en riesgo solo por diversión? Porque eso eran ellos, los semidioses, ¿no es cierto? El resultado de momentos de diversión con los mortales que les llamaban la atención a los dioses por el rato que durara.

¿Y no era eso doloroso? Tal vez su madre nunca supo la identidad de Apolo, Amira era consciente de eso, pero siempre había dicho que su padre la amaba, que si pudiera estaría con ellas, que la adoraría, que estaría orgulloso de ella-

¡QUE CHISTE!

Si los dioses amaran a sus hijos no los dejarían a su suerte sabiendo los peligros que conlleva el solo hecho de compartir su sangre.

SI VIS PACEMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora