No tengo idea de cuál es la peor o mayor derrota de mi vida. Pero, como soy experta en sacar cosas de la galera, les voy a contar la que creo que, aunque ahora me parezca una pavada, fue mi "mayor derrota".
Antes de empezar quiero aclarar que toda mi vida fui (y sigo siendo) lo que la gente llama "traga": hago todas mis tareas, participo en clase, leo libros, estudio, saco buenas notas y, creo que, a consecuencia de eso, soy bastante competitiva. Ahora sigamos, iba a quinto grado de primaria y me había anotado en las olimpiadas de matemáticas por primera vez. Los lunes entraba una hora antes al colegio y practicábamos todos juntos en un salón que no se usaba. Pero esa parte es aburrida, lo importante es que rendí dos exámenes y pasé a la segunda ronda donde rendiría el tercero en Pilar. Viaje en colectivo con gente de otros colegios, combinado con mis nulas habilidades para socializar... una maravilla. Como si fuera poco, cuando estaba subiendo al colectivo me caí por pisar mal un escalón, se deben dar cuenta de que soy chica muy suertuda. En fin, llegamos a un colegio enorme, rendimos y volvimos. A la semana, la preceptora dijo quiénes habían pasado a Mar del Plata, la etapa final a la que todos los que competían querían llegar, ¡y pasé! Estaba que estallaba de emoción, a cada persona que veía le decía que había pasado a la etapa más difícil y que iba a faltar tres días al colegio para estar en la playa. El lunes siguiente fui muy agrandada y orgullosa a la clase del taller de matemáticas y la profesora nombró a los que oficialmente habían pasado. Mi nombre no estaba. ¡MI NOMBRE NO ESTABA! ¿Entienden eso? Yo no entendía nada. La profe me explicó que no había pasado a Mar del Plata por media centésima. Se me cayó el mundo a los pies, mi orgullo, mi dignidad, mi competitividad y mi dote de "traga". Todo se desmoronó, lo único que hice por los siguientes tres días fue llorar. Gran final, ¿eh?
Pero no los quiero dejar con esta impresión de competitividad, mariconería y desilusión de mí. Así que los voy a hacer reírse de mí porque, para suerte de todos, soy una máquina de hacer estupideces y pasar vergüenza. Aclaro que no estoy orgullosa de eso, aunque me regaló unas cuantas anécdotas para contar cuando estoy con amigos.
Acá les va una ronda rápida:
A los dos años, cuando mi mamá estaba embarazada, decapité a un bebé. De juguete obviamente, pero ¿pueden imaginar a una nena de dos años decapitando un muñeco?
Inundé el baño del departamento y culpé a mi hermanito que dormía la siesta, muy inteligente de mi parte.
Salita de cuatro, tomábamos la merienda, apagábamos las luces y "dormíamos la siesta", yo me dormí de verdad.
Navidad, unos siete años, me regalaron una muñeca y una tarjeta de crédito. Si, leyeron bien, una tarjeta de crédito. Me sentía superada, pero era la tarjeta de mi abuela, que sin querer había envuelto con el regalo.
Hay videos de mí siendo conductora y mi prima y mi hermano "mis bailantes".
Primer día de sexto grado. Me habían elegido para ser segunda escolta de la bandera nacional, así que tuve que usar pantalón largo un día que hacía casi cuarenta grados. ¿Qué pasó? Me desmayé a mitad del acto.
Y para cerrar, debo confesar que otras de mis peores derrotas son las deportivas. Empiezo un deporte y si aguanto más de dos semanas es un milagro, literalmente. En segundo año, a los trece, fui a remo con una amiga. El primer día hicimos cinco series de veinte sentadillas, no me pude mover por una semana. Para colmo era un desastre con los remos, así que a las dos semanas dejé. Lo más interesante es que mi mejor amiga ya casi es federada.
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Relatos de Otoño
RandomRelatos cortos que escribí en otoño y que no tienen ninguna relación entre sí.