Manchas Rojas

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Lo hice sin pensar. O tal vez sí lo pensé, pero no me importó.

Abrí la puerta y entré en casa. Tiré los guantes manchados en el tacho. Luego me recosté en el sillón, sin prender ninguna luz. Me gustaba la oscuridad, reflejaba lo que había en mi interior. Ahora lo sabía con más seguridad.

Me quedé ahí, sin hacer nada por un largo rato. Las manchas de mi cuerpo empezaron a secarse y ya me molestaban. Así que me levanté del cómodo sillón, agarré ropa limpia y enfilé para el baño. Giré la llave y el agua empezó a correr. Agarré mi teléfono y puse mi lista de reproducción. Poco a poco el baño se llenó del cálido vapor. Me descambié y me puse bajo el chorro de agua.

Las manchas rojas se iban borrando y el agua del piso se volvía turbia. Sabía que, aunque las manchas de mi cuerpo salían, las de mi ropa no lo harían, por lo menos intentaría lavarlas.

Terminé cuando ya no quedaba ninguna mancha. Algunas no querían salir y tuve que pasar el jabón con más fuerza. Salí de la ducha y me sequé con la pulcra toalla blanca. Me puse la ropa y acomodé un poco mi cabello con los dedos. La música seguía sonando.

En la cocina me serví un vaso de jugo de frutilla, del mismo color que las manchas de mi remera. Volví al sillón. No prendí las luces, pero sí la televisión. En la pantalla se veía una película policial, no tenía ganas de verla, pero tampoco quería levantarme para ir a buscar el control remoto, así que le dejé.

La película no estaba bien hecha, me estaba durmiendo. En una escena un tipo apuñalaba a otro y moría en segundos. Reí.

—No es tan fácil —dije recordando lo que había pasado en la madrugada.

Sí, lo había vivido. Sí, las manchas eran de sangre, pero no mía.

Álvaro Moreno, veintidós años. Ya no existe. Bueno, sí, pero solo es un cuerpo sin vida, rodeado por un charco de sangre.

¿El por qué? No estoy seguro. Tal vez me molestaba que se quisiera levantar a mi novia. Tal vez su aire presumido, que siempre se creyera más importante que todos. Tal vez su mera presencia en la universidad, que ya de por sí era irritante. O tal vez, por una mezcla de las tres cosas. Sí, seguro era una mezcla de las tres, aunque no lo tenía claro.

¿Dónde? En su pequeña, pero moderna y lujosa casa.

¿Cuándo? El día 27 de septiembre, a las 3:53 de la mañana, aunque debo admitir que no sé con exactitud los segundos.

¿Cómo? Hice un ruido para que se despertara y me viera. El viento movía las cortinas y la luz de la luna llena se colaba por la ventana, haciendo que mi cuerpo proyectara una sombra aterradora. Su cabello estaba despeinado y su mirada alterada. Miró el cuchillo en mi mano, soltó un chillido y se alejó de mí, cayendo de la cama. Cruzamos miradas, sus ojos celestes desbordaban temor, los míos: fuego.

Empezó con el clásico discurso de las películas, que porqué, que no había hecho nada, que iba a hacer todo lo que yo le pidiera y un millón de cosas más. Con cada palabra, yo me acercaba más y él se iba acorralando en una esquina de la habitación.

—No, por favor —lo escuché suplicar en un susurro cuando estaba a un paso de él, yo solo sonreí.

El resto es un recuerdo algo borroso, sé que fueron dos puñaladas en el estómago. Saltaron unas gotas, mi remera blanca se llenó de manchas rojas y un charco de sangre rodeó al chico.

Tomé un par de cosas de valor para que pareciera un robo y salí de su casa para dirigirme a la mía.

Mientras recordaba lo que había pasado, empezó a salir el sol. Me fui a mi habitación, miré la remera manchada encima de mi cama. Sabía que lavarla no iba a funcionar. Agarré una tijera del escritorio y la corté en pedacitos. La tiré en el mismo tacho en el que había dejado los guantes de látex.

Me tiré en la cama y, a los pocos minutos, me dormí.

No había dormido nada desde las siete de la mañana del día anterior. Así que recién me desperté a las tres de la tarde con el sonido de mi teléfono que, insistentemente, indicaba que alguien me llamaba. Atendí.

—¿Hola? —pregunté con voz adormilada.

—Hola, honey—era Nora. —¿Estabas durmiendo?

—No, no. ¿Qué pasó?

—Nada, te quería preguntar si querías que vayamos al cine, tipo cuatro.

—Bueno, dale. Me doy una ducha y te paso a buscar.

—Perfecto, te amo.

—Estate lista, love you —dije y corté.

Volví a meterme bajo el chorro de agua caliente para terminar de despertarme. Me puse una remera de los Beatles, un jean negro y la campera de cuero. Comí una manzana y fui al auto.

Arranqué y prendí el reproductor de música. "If I killed someone for you" de Alec Benjamin, comenzó a sonar. Reí con ironía. Me puse a tararear la canción mientras iba a buscar a mi chica. La canción me hizo preguntarme varias cosas: si en algún momento todo esto salía a la luz y Lara se enteraba de lo que había hecho, ¿seguiría tomando mi mano? ¿me amaría? ¿o me entregaría? Realmente no lo sabía. Solo esperaba que nunca se supiera lo que había hecho.

Porque lo hice sin pensar. O tal vez sí lo pensé, pero no me importó.


Si llegaste hasta acá solo puedo decirte una cosa: 

GRACIAS

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