Me desperté con un grito de ella, de esos que solo producen las pesadillas. Giré mi cuerpo para mirarla, estaba traspirada y temblaba. Tomé mi teléfono: las cuatro y veintisiete de la mañana. Seleccioné el contacto de un amigo de la oficina y le pedí que avisara que ese día no iría al trabajo. Regresé el teléfono a su lugar en la mesa de luz, cancelé la alarma para esa mañana y me levanté de la cama.
Fui a la cocina, tomé una toalla de mano, llené un bol con agua fría y volví a nuestra habitación. Puse la toalla en el bol y me senté junto a mi esposa, quien no dejaba de tiritar y susurrar palabras aparentemente sin sentido, como hacía casi todas las noches desde aquel día.
-Amor -dije acariciando su brazo suavemente. Sus ojos se abrieron como platos y empezaron a mirar hacia todos lados con nerviosismo. -Acá estoy, acá estoy.
Encontró mis ojos y reposó en ellos, permitiendo que su cuerpo se destensara un poco. Le di un beso en la frente, estaba muy caliente, era tal como había esperado, otra vez tenía fiebre. Suavemente coloqué un par de almohadas bajo su espalda para que quedara sentada y apoyé su cabeza sobre mi hombro. Saqué la toalla del bol para colocársela en la frente y así poder bajar un poco su temperatura corporal.
En voz muy baja comencé a tararear una canción mientras repetía el proceso de la toalla y el agua. Sabía que mi voz la calmaba, notaba que era uno de los únicos consuelos que tenía desde ese día. Mis ojos se cristalizaron, pero me recordé que debía ser fuerte por ella. Seguí tarareando con voz suave aunque en mi cabeza solo pensaba en nuestro hijo. Miré el bulto en la panza de Sabrina y cómo su mano reposaba sobre ella en señal de protección; hacía siete semanas todo nuestro futuro estaba ahí, ahora ya no más.
Elijah, así se iba a llamar. Nunca en mi vida voy a olvidar ese día: llegué del trabajo y encontré a Sabrina llorando sobre un charco de sangre, acariciando su vientre y gritando el nombre de nuestro hijo. Al instante la subí al auto y fuimos al hospital. Hicieron todo lo que era posible, pero no había solución, ya era tarde: Elijah se había ido. En la oscuridad de nuestra habitación, solo interrumpida por la luz de la luna y el sonido de mi tarareo, mi mente proyectaba la imagen de Sabrina dormida en la camilla del hospital, conectada a un millón de tubos. Fui incapaz de continuar la canción porque las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.
Me desperté por los molestos rayos de sol que se colaban a la habitación. Miré a mi esposa y noté que estaba despierta mirando hacia la ventana, acariciaba su vientre como hacía de costumbre. Le deposité un suave beso en la cabeza.
-Te despertaste -susurró ella.
-Así es. ¿Hace mucho que estás despierta? ¿Por qué no me despertaste? -Sabri miró el bol medio vacío tapado por la toalla ya seca a modo de respuesta y luego añadió:
-Pasó otra vez, ¿no? Me di cuenta de que te desvelaste por mí, ¿qué sentido tenía despertarte?
-¿Hacerle compañía a mi hermosa esposa? -sonreí y ella replicó la sonrisa para luego depositar un beso en mis labios.
-Amor, aprecio mucho que quieras ser fuerte por mí, pero vos también tenés derecho a descansar y mostrar tristeza, esto es algo que nos afectó a los dos.
Sonreí tiernamente ante las dulces palabras de Sabri que habían derretido mi corazón, ahora ella quería ser fuerte por mí. Involuntariamente miré su abdomen y recordé el bonito árbol que mi hermana menor había pintado sobre él en el baby-shower. Ese día hicimos la revelación del sexo del bebé. También, esa misma noche, decidimos el nombre. Si era nena la íbamos a llamar Leonor, pero como salió varón estábamos entre dos nombres: Eric y Elijah. Después de discutirlo un buen rato y consultárselo al mismísimo bebé (en el nombre que pateaba era el que quería), terminamos decidiéndonos el segundo. Mis ojos se cristalizaron ante el bonito recuerdo. Sonreí ampliamente y dije:
-Te propongo un plan: hago el desayuno y después vuelvo para que hagamos una maratón de películas, ¿trato?
-Yo tengo una mejor idea: hacemos el desayuno juntos y después vemos películas todo el día. ¿Trato? Trato -se respondió a sí misma, me dio un beso rápido y se fue a la cocina. Solté un largo suspiro, cuyo significado desconozco, luego tomé el bol con la toalla y fui tras mi esposa.
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Relatos de Otoño
RandomRelatos cortos que escribí en otoño y que no tienen ninguna relación entre sí.