Benjamín

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"Luz. Hay demasiada luz" pensé al abrir los ojos, era raro. Me desperecé suavemente y miré el despertador, el muy condenado no había sonado.

-¿¡Las ocho y diecisiete!? ¡Maldita sea! ¡Voy a llegar tarde! -salté de la cama e inmediatamente fui al baño.

Abrí la ducha. Shampoo, jabón, crema de enjuague y afuera. Agarré lo primero medianamente formal que encontré en mi ropero: camisa blanca, pollera tubo negra y blazer del mismo color. Me calcé los zapatos de taco alto mientras me secaba el pelo; no tenía tiempo para plancharlo, así que me hice un rodete algo. Tomé la cartera negra del sillón y abrí la puerta. Mi estómago rugió, miré hacia la cocina, dubitativa. "No llegás, Madeline" me recordé a mi misma y salí del departamento. Elegí las escaleras porque sabía que el ascensor me iba a parecer muy lento. A las ocho con cuarenta y dos minutos ya estaba en las agitadas calles de la ciudad de Buenos Aires.

Un taxi no, conseguir uno a esa hora de la mañana iba a ser imposible. Un Uber o un colectivo tampoco, la espera me iba a volver loca. Podía ir en subte... pero no me animaba a pisar ese lugar. Hace menos de un año, llegando tarde a la universidad, se me enganchó la pollera en la puerta del vagón de subte, quedé casi desnuda al frente de un vagón lleno. Definitivamente no iba a pisar ese lugar otra vez, así que decidí caminar. El lugar estaba a siete cuadras y tenía que llegar a las nueve y cuarto, "mala elección de zapatos" pensé y empecé a caminar.

Era una entrevista de trabajo para entrar a un estudio de abogados bastante reconocido, los nervios me hacían un nudo en la garganta y me apretaban el estómago. Para colmo me estaba muriendo de hambre, el día anterior solo había cenado un tomate, había estado todo el día de un lado al otro y la tarde-noche practicando para la presentación de ese día, había terminado rendida de sueño. Eran las nueve y veintiuno, y todavía tenía tres cuadras por recorrer, las posibilidades de llegar eran prácticamente nulas. De la nada empecé a ver borroso. Me restregué los ojos, pero nada cambio. Empecé a tambale...

Abrí un poco los ojos, esa no era mi habitación. "¿Dónde estoy?" me pregunté interiormente perdida. Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir. Ante mí apareció el rostro de un chico de ojos celeste. Eran hermosos: pestañas largas, el borde de las pupilas azules como el color del mar, más adentro celeste cielo y en el centro un muy claro verde azulado. Noté que sus labios se movían, pero no podía quitar la vista de esos ojos tan perfectos. El chico pasó un brazo por debajo de mis hombros, me levantó del piso (al cual aun no sabía cómo había llegado) y me sentó en un banco que estaba a unos pasos de nosotros. Sus ojos dejaron de estar al alcance de mi vista y pude escuchar su voz por primera vez.

-¿Hola? ¿Me estás escuchando? -también era linda, pero no tanto como sus ojos.

-Sí, perdón, yo... ¿cuál es tu nombre?

-Benjamín -de repente todas las cosas volvieron a mi cabeza.

-Bueno, Benjamín, necesito saber qué hora es.

-Las nueve y treinta y siete.

-¡NO! ¡Maldita sea! ¡Perdí la maldita oportunidad! -me levanté rápidamente del banco y empecé a caminar.

-¿A dónde vas? -preguntó el chico de ojos lindos algo confundido.

-A ver si puedo alcanzar una entrevista que era hace casi media hora. ¡Gracias por levantarme del piso, Benjamín! -exclamé a unos pasos de la esquina.

-¡¿Cómo te llamás?! -alcanzó a gritar él, aun parado al lado del banco, justo cuando el semáforo se puso en verde para los peatones.

-¡Madeline! -sonreí mirando a su dirección y crucé la calle.

No conseguí el trabajo. Ese día dejé la abogacía. Solo había estudiado esa carrera por economía, para ser independiente, pero realmente la odiaba. Ese día también empecé a escribir. No sé porqué, solo tuve el impulso de hacerlo. Ahora, dos años después, "Benjamín" es una de las novelas más famosas del país. Se la dediqué a mí Benjamín, a ese que me levantó del piso.

Cada vez que voy a algún lugar y veo a algún chico de entre veinticinco y veintiocho años, con cabello oscuro y lindos ojos celestes pienso que es él, pero nunca es. Tengo la esperanza de encontrarlo. Creo que estoy enamorada de Benjamín. Es ridículo, es como si estuviera enamorada de un fantasma, porque no conozco nada de él, solo recuerdo esos perfectos ojos celestes.

Lo que más quiero es volver a verlo, para agradecerle formalmente por cambiar mi vida y ayudarme a encontrar mi vocación y, sobre todo, para volver a ver esos hermosos ojos celestes.

Relatos de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora