Prólogo

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Prólogo

Sidney, Australia. 

Luke Hemmings.

 *Recuerdos de Luke*

Ahí estoy, soy el rubio patético que sostiene un bebé en medio de la calle. Hace un calor digno del infierno y es la víspera de navidad. Para esto murió Jesucristo en la cruz, para que Gwen me dejará un día antes de nuestra primer navidad junto a Juliane. Me ha dejado un biberón preparado con fórmula y una carta mal doblada que decía pura basura. No miento, parece que sacó su discurso de la película Forrest Gump. Ni si quiera pudo escribirme algo original para así recordarla en mis días más oscuros. Creí que aquella rubiecita de ojos verdes podría pasar el resto de su vida junto a mí y su hijo, su bebé, un bebé que salió de su vagina, un pequeño que, aunque se parece más a mí que a ella, lleva su maldita sangre. Lo más vergonzoso de todo esto es que vivimos con mis padres, tenemos 18 años y todo el vecindario se ha enterado más rápido de lo que canta un gallo que soy un cornudo. 

-Somos tú y yo, colega- Le dije a Juliane tratando de consolarlo, aunque el consuelo es más para mí. 

Mi hijo me miró de una forma profunda, no despegó sus ojos azules de mí ni un instante, ni si quiera cuando llegamos a casa y lo dejé en su corral. Tengo menos de veinte años, soy padre de un niño de casi un año y no podré ir a la universidad jamás. Definitivamente me auto-proclamo como el ser humano más patético de este mundo, porque también me ha dejado mi novia, y me ha dejado para siempre.

-Luke, no puedes estar todo el día como un zombie, yendo de aquí para allá, haz algo- Dijo mamá. Ella gesticula mucho, como si fuera italiana, y su voz se escucha en cada rincón. 

-Quiero morir- Le contesté en un susurro.

-¡Deja de decir ridiculeces y atiende a tu hijo!- Gritó antes de salir de mi habitación.

Dejé caer mi cuerpo en el colchón. Todo me recuerda a Gwen, su olor sigue en las sábanas de la cama, y se ha dejado su cepillo de dientes y el de cabello. Pienso en Juliane, sufrirá mucho cuando tenga la edad suficiente para saber que su madre lo abandonó. 

-Eres la perra más arrastrada que he conocido en mi vida- Le dije a la fotografía de ella que descansaba en mi mesita de noche. Lo dije tan enserio que incluso pude probar un poco de veneno en mi boca. La odio, y jamás he odiado a nadie como la odio a ella. 

Juliane balbuceó algo en dialecto bebé y luego escuché una flatulencia de su parte. Cerré mis ojos y respiré hondo, mi habitación huele a popó de Juliane y a esencia de perra arrastrada. En este momento desearía poder regresar el tiempo y no haber ido a la escuela nunca, porque ahí la conocí, y conocerla fue un gran error, uno de esos errores que se parecen a un tren arrollándote. Gwen es una combinación letal de un metro con setenta y ocho centímetros, cabello rubio (natural), pechos grandes, cuerpo de sirena y voz angelical. Le gusta el fútbol soccer y jugar videojuegos, además disfruta el rock pesado y el punk pop tanto como yo; ella es mi alma gemela, y compartimos un bebé. Sin embargo no me amó lo suficiente como para quedarse. Nada fue suficiente, simplemente resistió hasta que un día como hoy despertó y se fue dejando un hueco en  mí que no podría rellenarse ni con cemento del bueno.

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