❆ Capítulo treinta y cuatro: 9° C ❆

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(2152 palabras)

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──────⊱◈Louis◈⊰──────

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Aquella semana se confundió en un collage de imágenes cotidianas: el aparcamiento del instituto, la silla vacía de Zayn en clase, el aliento de Harry rozándome el oído, las huellas de lobo en la escarcha que cubría nuestro patio trasero por las mañanas.

Para cuando llegó el sábado, me sentía impaciente por la espera de algo que no podía identificar. La noche anterior, Harry había tenido una pesadilla y no había dejado de moverse; al despertar, tenía un aspecto tan deplorable que esperé a que mis padres salieran -habían quedado a comer con unos amigos- y le dije que se tumbara en el sillón en vez de proponerle salir.

Acurrucado en el hueco de su brazo, miré cómo Harry cambiaba de canal. Sólo parecía haber telefilmes, de modo que al final optamos por uno de ciencia ficción cuyo presupuesto debía de haber sido menor que el mío cuando compré el Bronco.

Cuando Harry se decidió al fin a decir algo, la pantalla estaba llena de tentáculos de plástico.

—¿Te molesta que tus padres sean como son?

Metí la nariz bajo su brazo. Me encantaba cómo olía allí; era puro Harry.

—No quiero hablar de ellos.

—Pues a mí me gustaría hacerlo.

—Ah, ¿y por qué? ¿Qué quieres que te diga? Me conformo. Mis padres son como son y a mí me basta con eso.

Harry me buscó la barbilla y me la levantó con suavidad.

—No, no te basta, Lou. Llevo metido en esta casa no sé cuántos días ya. He visto cómo son, y no me parece que tú estés contento.

—Son como son. Nunca se me ocurrió pensar que los padres de los demás fuesen diferentes hasta que empecé a ir al colegio, hasta que empecé a leer. De todos modos, no pasa nada, Harry, de verdad.

Noté que me ponía colorado. Levanté la barbilla para sacarla de su mano y miré hacia el televisor, donde un coche se hundía en una ciénaga.

—Louis —murmuró Harry; estaba muy quieto, como si, por una vez, fuera yo el animal salvaje que podía huir al menor movimiento—. Lou, conmigo no te hace
falta fingir.

Observé cómo algo viscoso aplastaba el coche con todos sus ocupantes; el volumen del televisor estaba tan bajo que resultaba difícil saber qué sucedía, pero me dio la impresión de que sus restos se convertían en tentáculos. En segundo plano se veía a un tipo que paseaba con un perro sin darse cuenta de nada. ¿Cómo podía no darse cuenta?

No me hizo falta mirar a Harry para darme cuenta de que me seguía mirando en lugar de atender a la televisión. Me pregunté qué esperaba que dijera. En realidad, no tenía nada que decir. La forma de ser de mis padres no era un problema; mi vida era así, punto.

Los tentáculos empezaron a reptar por el suelo para unirse al monstruo original. Sin embargo, no iban a lograrlo; el monstruo había perecido bajo el fuego en Washington, y ya no era más que un montón de gelatina carbonizada. Los tentáculos recién nacidos tendrían que asolar el mundo por su cuenta y riesgo.

—¿Por qué no consigo que me quieran más?

¿Era yo quien acababa de pronunciar aquellas palabras? No reconocí mi tono de voz. Harry me rozó la mejilla con las yemas de los dedos, pero no había lágrimas en ella. No tenía ni la más mínimas ganas de llorar.

𝕊𝕙𝕚𝕧𝕖𝕣 - L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora