(1067 palabras)
──────⊱◈Louis◈⊰──────
Aquella misma tarde, dejé la nota de Zayn en el coche de sus padres. Durante las semanas que siguieron, volví a verlo varias veces en la penumbra del bosque: se movía con ligereza, inconfundible gracias al color de sus ojos. Siempre iba en compañía de otros lobos que lo guiaban y lo protegían de los peligros del desolado bosque invernal.
Cada vez que me lo encontraba, lo miraba deseando preguntarle si había visto a Harry. Él me devolvía la mirada con una expresión que yo interpretaba como un no.
Faltaba poco para la Navidad; al final había accedido a irme de viaje con Niall.
Unos días antes de las vacaciones, me llamó Isobel a la salida del instituto. Miré el teléfono, preguntándome por qué llamaba en lugar de acercarse a mi coche; la veía perfectamente al otro lado del aparcamiento, sentada en su todoterreno.
—¿Cómo te va? —preguntó.
—Bien.
—Mentirosa —respondió sin mirarme—. Sabes que está muerto.
Era más fácil admitirlo por teléfono que cara a cara.
—Lo sé.
Al otro lado del aparcamiento se oyó un chasquido: Isobel había cerrado el teléfono. Arrancó su todoterreno, condujo hasta llegar a mi lado y bajó la ventanilla con un zumbido.
—Sube. Vámonos a algún lado.
Fuimos al centro y tomamos un café, y luego Isobel vio que había una plaza de aparcamiento frente a la librería y paró. Antes de salir del coche, estuvimos un rato callados. Luego bajamos y nos quedamos de pie sobre la acera helada, observando el escaparate de la librería. Estaba lleno de adornos de Navidad y cuentos sobre fiestas y regalos.
—A Jack le encantaba la Navidad —dijo Isobel—. A mí me parece ridícula. No pienso volver a celebrarla —hizo un gesto hacia la librería—. ¿Quieres entrar? Hace semanas que no vengo.
—Pues yo no entro aquí desde… —me interrumpí; no quería decirlo en voz alta.
Quería entrar, pero no decirlo en voz alta.
Isobel abrió la puerta y me dejó pasar.
—Sí, ya lo sé.
En aquella tarde de invierno gris y mortecina, la librería parecía un lugar diferente. La madera de las estanterías tenía una tonalidad distinta y la luz de las lámparas era pura, blanca. Por los altavoces sonaba música clásica, pero el verdadero hilo musical era el zumbido de la calefacción.
Observé al chico que estaba detrás del mostrador -cabello oscuro, flaco, inclinado sobre un libro- y se me hizo un nudo en la garganta que no fui capaz de deshacer.
Isobel me agarró del brazo tan fuerte que me hizo daño.
—Me agradaría buscar algún libro que explique cómo engordar.
Fuimos a la sección de libros de cocina y nos sentamos sobre la fría moqueta.
Isobel empezó a sacar libros de la estantería, los apiló y luego volvió a colocarlos completamente desordenados. Yo me entretuve contemplando las pulcras letras de los títulos y empujando distraídamente los lomos para que no sobresaliera ninguno.
—Quiero aprender a cocinar cosas ricas que engorden mucho —dijo Isobel, mostrándome un libro de repostería—. ¿Qué te parece éste?
Lo hojeé.
—Todo viene en gramos y en centilitros. Tendrías que comprarte una báscula digital y un medidor de líquidos.
—Bien, olvídalo —repuso Isobel colocándolo en un lugar que no le correspondía—. ¿Y éste?
Era un libro de tartas: capas de bizcocho de chocolate rellenas de frambuesas, esponjosos pasteles cubiertos de crema, suflés de queso rebosantes de mermelada de fresa.
—No puedes llevarte una tarta al instituto para almorzar. Ni siquiera un trozo; se desarmaría —le ofrecí un libro con recetas de pastas y galletas caseras—. Mira éste.
—Sí, éste es perfecto —opinó Isobel apartando el libro—. Pero bueno, ¿es que tú no sabes ir de compras? Mira, Louis, no hay que ir directo al grano. Si lo haces, terminas enseguida. Te voy a enseñar el arte de fisgar en las tiendas.
Isobel me estuvo dando lecciones en la sección de libros de cocina hasta que me aburrí y me puse a dar vueltas. No quería hacerlo, pero al cabo de un rato me descubrí a mí mismo pisando la alfombra color burdeos de la escalera que llevaba al altillo.
La luz desvaída del invierno hacía que todo pareciera más oscuro y pequeño; pero el sofá seguía en su sitio, y también las estanterías bajas en las que Harry había mirado aquel día. Casi podía ver su silueta encorvada frente a ellas mientras buscaba el libro perfecto.
No debí hacerlo, pero me senté en el sofá, cerré los ojos e imaginé tan vívidamente como pude que Harry estaba detrás de mí, que me sujetaba en sus brazos y que, en cualquier momento, su aliento me agitaría el vello de la nuca o me haría cosquillas en la oreja.
Si me empeñaba mucho, aún podía detectar su aroma en el sofá. No quedaban muchos lugares que conservasen su olor, pero yo todavía lo percibía de vez en cuando. Aunque lo necesitaba tan desesperadamente que tal vez lo imaginara.
Lo recordé animándome a olfatear el aire de la pastelería, a comportarme como quien de verdad era. Levanté la cara para oler la librería: la fragancia del cuero, el perfume de la madera, el olor dulzón de la tinta negra y el acre de las tintas de colores, el champú del chico de la caja registradora, la colonia de Isobel. El olor del recuerdo de Harry y yo besándonos allí mismo.
No quería que Isobel me viera llorar, y sabía que tampoco ella quería que la viera yo. Ahora compartíamos muchas cosas, pero la pena no era una de ellas. Me sequé la cara con las mangas y me levanté.
Fui hasta el estante en el que Harry había rebuscado aquel día, leí los títulos y tomé un libro. Poemas, de Rainer Maria Rilke. Me acerqué el libro a la nariz para ver si era el mismo ejemplar.
«Harry».
Al final, yo compré el libro de Rilke e Isobel el de recetas de galletas. Nos fuimos a casa de Niall y pasamos la tarde preparando masitas y evitando cuidadosamente mencionar a Harry o a Zayn. Al acabar, Isobel me llevó en coche a casa, y yo me encerré en el despacho con Rilke para leer y añorar.
Dejarte (es imposible desenmarañar los hilos),
tu propia vida, tímida, elevándose hacia lo alto,
para que, a veces encerrada y otras asomando hacia fuera,
tu vida sea una piedra para ti y, al poco, una estrella.Empezaba a entender la poesía.
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𝕊𝕙𝕚𝕧𝕖𝕣 - L.S
FanficDurante años, Louis ha visto a los lobos que a menudo pasean en el bosque detrás de su casa. Un lobo de ojos verdes -su lobo-, es una escalofriante presencia y sin él, Louis no puede vivir. Mientras tanto, Harry ha vivido dos vidas: en invierno, e...