☾ CAPÍTULO 3 ☾

8 1 7
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Me desperté con los leves rayos del sol rozando mi cálida piel, disfrutando de un hermoso día con el canto de los pájaros... Casi me lo creo. El bullicio matutino de la casa me hizo girarme nuevamente en la cama, con la esperanza de que el cojín que apretaba mi oreja fuera suficiente para devolver el típico silencio de la casa. Todo este ruido solo podía significar una cosa. Visita.

Me levanté, desperezándome, y me dirigí hacia el baño mientras chocaba con todo objeto existente, como si se hubieran puesto en medio a breve. Tras vestirme con un sencillo vestido blanco, me até el pelo en una trenza y me dirigí, ahora más presentable, hacia la puerta del piso de abajo.

Justo antes de bajar, recordé algo. Regresé hacia mi ventana, y me incliné hacia el alfeizar de piedra. Como cada mañana, desde hacía tres días ya, una flor reposaba sobre la ventana. Esta vez se trataba de un iris, lo supe al reconocer su hermoso perfume. No tenía la menor idea de donde provenían las flores, pero empezaron a aparecer la mañana siguiente del baile con el angelito. ¿Coincidencia? Lo dudo.

Tras depositar la flor junto a las otras dos que había recibido, me encaminé finalmente para descubrir de quien se trataba la visita. Antes de que pudiera siquiera poner un pie en la cocina, la voz de mi abuela me llamó. Acudí, con ganas de librarme rápidamente para poder tomar un desayuno. No me sorprendió encontrar allí a los vecinos de mi abuela, la señora Rita y su marido, del cual ni recordaba el nombre. Tras saludarles, explicarles como iba en la escuela y asegurarles que no tenía novio aunque fuera ya "mayor", finalmente pude prepararme el desayuno.

Poco después de terminar, mi abuela entró estrepitosamente en la cocina.

- Calíope, necesito que vayas a comprar algunas cosas. El mercado es hoy, así que baja a la plaza y ve a por lo de esta lista- me dijo tendiéndome un papel. Bufe silenciosamente para no ser regañada, y tras coger el papel, me dirigí a las escaleras. Me pasé todo el camino releyendo la lista una y otra vez, con tal de no olvidarme de lo que tenía que decir y no hacer el ridículo, hasta llegar a la plaza principal en la que se encontraba el mercado.

Este consistía en una gran cantidad de paraditas de lo más caseras, en las que había desde ropa interior hasta frutas y verduras. El bullicio de gente regateando, y los gritos de los vendedores anunciando sus mejores precios me dejaron aturdida por un momento. Distraída, empecé a encaminarme hacia la parte de los alimentos, mientras algún comprador me detenía para recomendarme alguna de sus camisetas, o algún familiar lejano decidía que era el mejor lugar para entrevistarme sobre mi vida.

A paso de caracol, i fingiendo que no oía a algunos vecinos que me llamaban a la leja, conseguí llegar al puesto de fruta. Justo cuando la señora me dijo que era mi turno, mis nervios me jugaron una mala pasada, y me vi obligada a releer la lista, bajo la mirada ansiosa de los demás compradores y vendedores. Quería morirme en ese mismo instante, pero afortunadamente, conseguí los alimentos. Tras el mal momento, empecé a caminar de vuelta a casa, esperando poder reconciliar el sueño, cuando sentí una mano agarrar la mía. Me giré, lista para pegarle con la bolsa al extranjero, pero mi cara paso de miedo a sorpresa al ver los hermosos ojos azules del angelito ante mí. Una sonrisa decoraba su rostro.

LIBRAMENTUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora