Capítulo V

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6 meses después.


—Amo Camus, ¿Cuándo le dirá a su mami que tengo vida? —pregunto.

—No lo sé Milo, no sé si sea buena idea, pienso yo que se desmayaría más fácil, no sería bueno.

—Pero no me gusta actuar siempre como un muñeco, quiero caminar libremente con usted sin que nadie nos diga nada —replicó.

—Entiende Milo, si llegan a saber que tienes vida todos irían tras de ti, ya no serías mío, sino que todo mundo te querría sin yo poder hacer algo —dijo triste.

—Pero usted es mi amo, usted es la persona con la cual me pienso quedar toda la vida, quiero estar pasa siempre contigo Camus.

—Lo sé, y yo también quiero lo mismo, por eso mismo tenemos que tener cuidado antes de meter la pata con mi mami —tomo a Milo en brazos y lo alzó—. Me encanta como eres, eres perfecto, único y especial.

—Camus.

— ¿Dime? —pregunto.

— ¿Sabes por qué soy todo eso?

—Mmm, no lo sé, dime tú —sonrió.

—Porque soy solo tuyo, y eso es lo que me hace especial.

Camus lo abrazó con fuerza, el muñequito lo hacía feliz, por fin tenía a alguien que lo hiciera más feliz aparte de su mami, aunque tenía amigos, más este siempre se mantenía serio y frío con ellos, pero con Milo era todo lo contrario, ese pequeño muñequito de plástico de cabellos morados y ojos azules lo hacía muy feliz. Milo estaba sintiendo algo más por su amo, al parecer su mecanismo y el artefacto que lo mantenía con vida estaba empezando a dar efecto por sentimientos humanos, tal vez estaba empezando a sentir como una persona de verdad, y eso ponía al muñequito bastante feliz y alegre, tal vez si seguía siendo eso, podría estar con su amo como persona y no como un juguete.


[~°🍎°~]

—¡CAMUS DEJA DE CORRER DESCALZO! —grito.

Como siempre Camus era un niño rebelde y malcriado que no hacía caso a todo lo que le decía su madre, antes le valía madres si le estaba mandando a hacer algo, el solo quería jugar y vivir su infancia con su muñequito, como siempre era haciendo desastres grandes y hacía mucho alboroto, mientras que el pobre Degel tenía que limpiar todo el desastre que hacía. Lo peor es que le sacaba de quicio fácilmente, ya que terminaba de limpiar y su hijo nuevamente había hecho un daño o desordenaba todo, no podía controlarlo, no tenía la paciencia suficiente para eso, ¿Cómo es que aún no lo había linchando?, No cualquiera soportaría a Camus, pero como es cosa de padres, siempre se sorprendía cómo es que pudo aguantarlo la gran parte de su vida. Los padres eran profesionales, no cualquiera soportaría a los niños, y ellos, eran los mejores en eso, y más cuando empezaba la edad de la adolescencia cuando se volvían peor en rebeldía o cuando eran adultos, convirtiéndose el mejor apoyo para ellos. Por eso los padres, eran unos profesionales para Camus y un ejemplo a seguir para él.

— ¡Amor!, ¿Para cuándo dejarás de ser imperativo? —pregunto un poco estresado.

—Mami tú sabes que yo te quiero mucho, ¿Verdad? —dijo tomando las manos de su progenitor.

—Lo se cubito, yo también te amo, y sé que algún día dejaras tus niñerías.

—Mami yo te quiero mucho, mucho, mucho.

—Camus no tengo dinero.

—Entonces adiós —tomó a su muñequito mejor y se fue a jugar.

Degel solo suspiro, su hijo podía llegar a engañarlo muy fácil, pero conociéndolo como la palma de su mano sabía perfectamente que cuando usaba ese término era para pedirle algo, ya fuera juguetes, dulces o dinero, también permisos para salir afuera a jugar, pero Degel nunca lo dejaba, y rara vez lo hacía, ya que temía que algo malo le pasará a su bendición como era de imprudente cuando se le convenía.

—Mami quiero salir a fuera —dijo.

—Sigue soñando Camus.

—Pero mami... —hizo un puchero.

—Camus, pero nada, tienes prohibido salir hasta que no tengas trece años —dijo serio.

Camus se cruzó de brazos e hizo un puchero más grande, mientras sus ojos se empezaban a cristalizar.

—Camus ni me vengas con tus berrinches, deja de ser un niño mimado y hazle caso a tu madre, que cuando digo no es no —hablo.

Camus se echó a llorar, Degel miró feo a su hijo, había momentos que solo quería irse y no escuchar su llanto.

El pequeño galo no paraba su berrinche, le haría la vida imposible a su madre con tal de que lo dejara salir libremente, el solo quería salir y jugar con Milo, pero siempre recibía un no. Degel estaba empezando a estresarse, fue a la cocina y Camus lo siguió con sus reclamos y berrinches, Degel sacó una lechuga de la nevera y la destrozó enfrenten del pequeño francés, quien quedó en silencio mientras pequeñas lágrimas aún salían de sus amatistas y moquitos que no paraba de salir de su nariz. El peliverde miró a su hijo con una sonrisa forzada, Camus dio unos cuantos pasos atrás con el muñequito en brazos, jamás había visto a su madre tan enojada como para llegar y destrozar una lechuga de la forma más violenta posible, mejor se quedaría callado y jugaría con Milo en su habitación, su madre no estaba bien ni mucho menos para tolerarlo a él y sus berrinches.

Se fue tranquilo aún con mocos saliéndose por su nariz, tenía su cara humedad después de haber llorado, cuando llegó a su habitación se encerró con Milo, el muñequito retomó su forma y miró a Camus triste, el pequeño galo se sentía tranquilo, más Milo pensaba que estaba triste y eso lo preocupaba mucho.

— ¿Estás triste? —preguntó el pequeño.

—La verdad no, me gusta joderle la vida a mi mamá, pero jamás pensé verlo destrozar una lechuga violentamente.

—Digo yo que la masacró muy feo.

Camus sonrió enormemente ante eso, su pequeño muñequito lo hacía sonreír mucho, y eso le encantaba al menor.

—Lástima que mi mami no nos haya dejado salir —dijo triste.

—No te preocupes, podemos jugar aquí tú y yo —comento.

Camus decidió jugar un juego de palabras con Milo, el muñequito poco sabía, pero se esforzaría por intentar ganarle a Camus.

Degel se encontraba caminando con paso tranquilo hacia la habitación de su pequeña bendición, sabía que de pronto estaría llorando por haberlo visto destrozar una lechuga. Pero él no tenía la culpa, su paciencia se había bajado por un momento que en vez de pegarle un buen madrazo a Camus decidió destrozar una lechuga, no quería hacerle daño a su pequeño por muy emputado que estuviera, ya que también pagaría las consecuencias de ver a su pequeño con morados y heridas, y él no quería eso, y peor verlo llorar y con miedo de él, eso menos que quería él, por esa misma razón, iría a pedirle disculpas por verlo en ese estado.

Estuvo enfrente de la puerta, estaba a punto de tocar, hasta que escuchó a su pequeño hablando con alguien, se detuvo un instante analizando la situación. Estaba empezando a preocuparse, estaba pensado que su pequeño tenía amigos imaginarios por el simple hecho de no dejarlo salir, abrió con despacio la puerta y la dejó medio abierta. Quedó sin palabras, no tenía movimiento alguno, estaba en shock, el pequeño muñequito que le había regalado a su hijo tenía vida, estaba hablando con Camus y no era una simple mentira, era cien real. Salió de su shock y abrió completamente la puerta, Camus se sobresaltó de inmediato, Milo se le quedó mirando sin hacer algo.

En ese momento, Camus sintió el verdadero terror, su madre estaba mirando seriamente, mientras Milo no hacía nada para hacer como si fuera de verdad un simple muñeco, estaba igual en shock como él. 

El MiloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora