Capítulo Uno

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El olor a cera estaba en la mansión por todos lados. Eso a Katherine le sabía a gloria. Ella sentía lo mismo que su hermano pequeño cuando entraba en las salas que habían creado. Era la casa de sus padres y al morir ellos, decidieron que sería bueno usarlo para educar a adolescentes tan descontroladas como la hija del doctor Fermosel. Y también para otra cosa que a ambos les gustaba.
Mientras que ella seguía dormida, Katherine la observaba. Si ella iba a ser la esposa de su hermano, debía de educarla para que su él se sintiera satisfecho de su trabajo. Aunque sabía que le costaría mucho educar a Anne Fermosel. Pero sabía que, si no lo lograba a su modo, su hermano pequeño lo lograría al suyo.
Katherine pensó muchas maneras de educarla hasta que su hermano Kilian llegase a la ciudad.
Ella comenzó a moverse. Pues se estaba despertando.
Katherine pensó en la forma de contestar a las preguntas de Anne para que comenzara a ver en su futuro como la señora Riaza. Ya que sabía que Kilian no permitiría que su futura mujer llevase su apellido de soltera. Y Anne era demasiado joven para él. Ella solo tenía veintinueve años y él treinta y tres años.
Katherine se echa la culpa por qué no pudo detener a su hermano aquel día en la fiesta que dio el doctor Fermosel de máscaras, en sacar a Anne a bailar. Ellos eran desconocidos y desde entonces, Kilian investigó todo sobre el doctor Fermosel. Por qué quería que ella fuera más que su esposa.
Anne terminó por abrir los ojos y ahí se encontró a Katherine. Que le miraba sin parar. Fue cuando se preguntó que quien era esa mujer y por qué estaba vestida de esa forma tan ordinaria.
Ella se vio tumbada en una bañera y desnuda. Solo tenía puestas sus bragas. También tenía sus muñecas encadenadas hacia arriba de su cabeza. Fue cuando comenzó a forcejear para intentar escapar.
―No lo intentes ―dijo Katherine aproximándose a ella―. Están bien puestas. No se quitarán.
A lo que Anne preguntó:
―¿Quién es usted?
―Soy Katherine Riaza. Una buena amiga de tu padre. Él le encargó tu educación a mi hermano y él me la encargó a mí durante su ausencia. Así que, tengo que domarte antes de que él regrese de su viaje.
―No soy un caballo ―dijo tan grosera como siempre.
―Ya veo lo que dijo tu padre. Voy a tener mucho trabajo hasta que Kilian venga de su viaje de negocios.
―¿Quién es Kilian? ¿Qué está pasado?
Katherine se acercó a ella y Anne comenzó a moverse.
Cuando la mujer estuvo ante ella se encorvó para tocarla y está le escupió a la cara.
Katherine cabreada, se volvió a incorporar y le dijo:
―No vas a volver a hacerme eso. Así que ya es hora de que te enseñe lo que vas a encontrarte en Las Cumbres. No voy a dejarte pasar ninguna grosería.
Katherine hizo una pausa.
―Hoy comienza tu educación niñata.
Katherine se movió hacia a un lado y cogió algo extraño para Anne.
De nuevo ante ella, está volvió a escupirle y Katherine le pegó una bofetada muy fuerte que resonó en el lugar.
―Esto es lo que te pasará si lo vuelves a hacer. Y ahora voy a castigarte para quitarte todas las tonterías que le has hecho pasar a tu padre desde que murió tu madre, niñata. Incluso se lo hiciste a tu madre enferma y moribunda de cáncer.
―Suéltame. Quiero demostrarte que a mí no me pega nadie.
Y Katherine le puso un collar muy grueso en el cuello que venía con un soporte de mordaza. La cual presionó fuerte.
―Así evitaré que me escupas de nuevo ―dijo.
Anne comenzó a forcejear.
Cuando ella observó que Katherine se movía, se relajó. Ahí se percató de la sensualidad de la mujer.
Katherine era rubia, de ojos marrones y de metro setenta. Vestía con ropa de cuero. Con la falda negra y en la copa de color roja. Algo que le hacía resaltar más de la cuenta sus pechos y de sus cuarenta y tres años de edad.
Cuando Katherine cogió unas bandas para ponerlas con cables, pensó que le vendría bien a esa adolescente malcriada unas descargas eléctricas. En Las Cumbres, las prácticas de electroshock eran comunes cuando alguien desobedecía o se atrevía a hablar de lo que había en el lugar.
Al girarse, Katherine pensó en que le había visto Kilian a ella. No podía haber sido su pelo castaño o sus ojos marrones claros o incluso su estatura de metro setenta y dos. Tenía que haber sido otra cosa. Algo que lo descubriría tarde o temprano. Seguía sin pensar cómo es que Kilian se había fijado en aquella niñata de veintinueve años en vez de seguir domesticando a sumisas de su misma edad. De la edad que él tenía.
Katherine se aproximó de nuevo a ella y comenzó a pegar esas bandas. Una en su pecho derecho y otro en el izquierdo. Y, para terminar, otra banda en su sexo.
Anne comprendió como sería su educación. Su padre la había llevado a un lugar de disciplina sexual. Pero, ¿por qué lo haría? Y continuó comprendiendo que aquel lugar llamado Las Cumbres, era una mansión dónde el sexo estaba presente y del cual no escaparía. Al menos que estuviese en una caja de pino o con un collar como el que tenía puesto en esos momentos tan incómodos que estaba sintiendo, metida en esa bañera.
Katherine tocó por segundos su sexo. Y ella comenzó a forcejear.
―A Kilian le gustará mucho tu sexo ―dijo masajeándolo más rápido―. No sé qué vería él en ti en esa fiesta.
Anne se preguntó de qué fiesta estaba hablando. Ya que había ido a muchas en la ciudad hasta ese día.
―No seré yo quien te dé tus orgasmos, niñata. Será mi hermano. Es una lástima por qué me gustaría domarte yo. Y lo haré durante su ausencia. Te encantaran mis métodos de tortura.
Katherine se dio la vuelta y en pocos segundos, comenzó a darle a un aparato que emitía descargas eléctricas.
Cuando volvió a girarse, Katherine vio que Anne se movía lentamente. Hasta que lo hizo más seguido.
Anne comenzó a gemir por ello. Ella reconocía que aquello era un castigo de su padre. Que siempre había sido severo con ella desde que dejó sus estudios a los quince años de edad y su madre cayó enferma.
Katherine comenzó a ver sus forcejeos constantes por las descargas y eso le excitó. Por lo que salió de una de las mazmorras que tenía en la mansión y dijo a uno de sus hombres:
―Decirle a Samay que la quiero en mi habitación. Y también decirle a Betania que venga.
―Sí, señora.
Anne observó que el hombre apareció desnudo con algunos arneses. Eso le hizo pensar en su misma y en lo que podía pasarle.
Una mujer entró al cabo de varios minutos en esa mazmorra. A lo que Katherine la miró ansiosa de pasión y le dijo bruscamente:
―Te la dejo al cargo. No la toques a menos que quieras que Kilian te corte la mano, puta.
Hizo una pausa.
―Volveré cuando me quite este calentón.
―Sí, señora.
Anne pensó que ella se marchaba y le dejaba con esas descargas puestas. Por lo que empezó a forcejear más rápido para soltarse y escapar. Pero con esos duros grilletes eran imposibles de quitarlos.
Katherine se marchó y aquella mujer se sentó a esperar a que su jefa terminara pronto.

Pasiones Ocultas (Mi Amuleto #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora